Secreto militar en Casola´s Pizzería
Un veterano dominicano de guerra, no Juan Luis Guerra, llegó una noche a la pizzería donde yo trabajaba y preguntó por la cubana.
La cubana era yo y estaba en el horno, metiendo y sacando pizzas como una máquina expendedora.
El veterano dominicano de guerra, no Juan Luis Guerra, me miró a los ojos y me dijo que necesitaba contarme la verdad.
Pero a mí no me interesa la verdad.
Soy famosa por decir mentiras.
Miento irremediablemente, sobre todo si veo que empiezan a pasar los años y que se me empiezan a caer las cosas.
No Juan Luis Guerra sino el veterano, me miró a los ojos y sonrió.
Tal vez no era verdad aquello que había venido a decirme.
Tal vez solo era algo que a mí me gustaría saber.
Un chisme.
Un cuento chino.
La historia de la historia.
El veterano tenía un bastón con una cabeza de perro y una mujer veinte años menor.
Entendí que cuando tuviera su edad, la edad de esa mujer, tal vez iba a estar casada con un veterano de guerra del tamaño de aquel hombre, lleno de recuerdos inviolables, que solo quiere dormir y despertarse en paz.
Yo tampoco duermo en paz.
Yo tampoco me despierto en paz.
Yo no hago en paz ni el orine.
Acepté que me contara lo que fuera que me quería contar.
Le pedí permiso al manager para irme temprano, algo que nunca se me hubiera ocurrido pedir, y salí caminando junto al veterano y su mujer, en dirección a una mesa que continuaba vacía, en la oscuridad.
Éramos los constitucionalistas, dijo el veterano.
La guerra había terminado, dijo su mujer.
Era el año 1967, dijo el veterano.
La guerra terminó en el 65, dijo su mujer.
El presidente estaba insatisfecho y buscó el apoyo de Cuba, dijo el veterano.
En Cuba se llamaba Alfredo, dijo su mujer.
Era una época en que no se sabía si uno estaba en Viet Nam, si estaba en Cambodia, si estaba en La Habana, si estaba en Rusia, si estaba en Bolivia, dijo el veterano.
Todo era una cortina, dijo su mujer.
Yo era un guerrillero, dijo el veterano.
Un escritor guerrillero, dijo su mujer.
Caamaño llegó a Cuba sin nadie, solo, dijo el veterano.
Sus compañeros lo dejaron solo, dijo su mujer.
Poco a poco la gente se fue dando cuenta de que era en Cuba donde estaba, dijo el veterano.
Y empezó a reclutar a los dominicanos que ya estaban en Cuba, dijo su mujer.
Los cubanos eran los que reclutaban, dijo el veterano.
Nadie le veía la cara a Caamaño, dijo su mujer.
Mientras tanto empezábamos a ser parte del equipo, dijo el veterano.
Recibiendo un entrenamiento especial, dijo su mujer.
Armas, explosivos, terrorismo, dijo el veterano.
Vivían en una casa cerca del río Almendares, dijo su mujer.
Pero esa no fue la única casa, dijo el veterano.
Los mayores se habían ido a la loma, dijo su mujer.
Yo formaba parte del segundo grupo, dijo el veterano.
En ese momento llegó uno que entró en conflicto con Caamaño, dijo su mujer.
Porque le pidió explicaciones a Caamaño, dijo el veterano.
Pero Caamaño era un Coronel, dijo su mujer.
Un Coronel no explica, da órdenes, dijo el veterano.
Y la organización era secreta, dijo su mujer.
Se sigue al Coronel o no se sigue, dijo el veterano.
Los que regresaron de la loma eran tres, dijo su mujer.
Nos contaron que Caamaño quería hacer alianzas, dijo el veterano.
Se sembró la desconfianza, dijo su mujer.
Llegaron los cubanos y se lo planteamos, dijo el veterano.
Los cubanos no les respondieron, dijo su mujer.
Los cubanos querían hablar en otro sitio, dijo el veterano.
Olía a gato encerrado, dijo su mujer.
Bajamos y nos montaron en un jeep escoltado, dijo el veterano.
Los llevaron para el Castillo del Príncipe, dijo su mujer.
De repente cambié de posición, dijo el veterano.
Simplemente lo cogieron preso, dijo su mujer.
Me quitaron la ropa y me pusieron en una celda aparte, dijo el veterano.
El Castillo del Príncipe no era una cárcel política, era una cárcel común, dijo su mujer.
El encarcelamiento no fue por desacuerdo, dijo el veterano.
No hubo conversación, dijo su mujer.
El encarcelamiento fue preventivo, dijo el veterano.
Los cogieron presos por pedir explicación, dijo su mujer.
La impresión que yo tengo de la cárcel en Cuba es lo más terrible, dijo el veterano.
Mi esposo ha estado preso muchas veces, dijo su mujer.
Después estuve preso en mi propio país, dijo el veterano.
Ahí sí estaba en contra del gobierno, dijo su mujer.
Pero en Cuba no estaba en contra de nada, dijo el veterano.
En Cuba era un revolucionario, dijo su mujer.
En la cárcel de Cuba nadie te habla, nadie te oye, nadie te mira, el silencio es sepulcral, dijo el veterano.
No hay prensa, dijo su mujer.
Por eso a los pocos días hicimos huelga de hambre, dijo el veterano.
Quince días de huelga de hambre, dijo su mujer.
Entonces nuestra huelga se convirtió en un escándalo, dijo el veterano.
Frente a los otros presos comunes, dijo su mujer.
Se corrió la voz de que había unos extranjeros, dijo el veterano.
Eso no podía pasar, dijo su mujer.
Así que vinieron y nos dispersaron, dijo el veterano.
Los llevaron a tres granjas diferentes, dijo su mujer.
San Nicolás de Bari, Güines, Somarriba, dijo el veterano.
Mi esposo se quedó en una granja, dijo su mujer.
Yo me quedé en Somarriba, dijo el veterano.
Y estuvo en la zafra, dijo su mujer.
En la zafra del 70, dijo el veterano.
Cortando caña, dijo su mujer.
Los que estaban en Somarriba eran presos que querían venir para acá, dijo el veterano.
Para Estados Unidos, dijo su mujer.
Me quedé ahí casi dos años, dijo el veterano.
Sin estar en contra de nada, dijo su mujer.
Cuba vendió una mentira, dijo el veterano.
La mentira llamada Cuba, dijo su mujer.
Que 12 apóstoles podían liberar a un país entero, dijo el veterano.
Una mentira que compraron todos, dijo su mujer.
Y fue una mentira porque no eran 12, dijo el veterano.
Primero fueron 82, dijo su mujer.
La juventud entera se mató haciendo grupitos de 12, dijo el veterano.
La juventud de muchos países, dijo su mujer.
Otra mentira fue la montaña, dijo el veterano.
La montaña como santuario, dijo su mujer.
Ni el pueblo, ni la llanura, solo la montaña, dijo el veterano.
Una idea mentirosa, dijo su mujer.
Todavía hay soldaditos ignorantes allá arriba, dijo el veterano.
Comiendo yaniqueque en la montaña, dijo su mujer.
Tomando aguardiente en la montaña, dijo el veterano.
Sin entender la estructura de un régimen, dijo su mujer.
Pero nunca se me quitó la idea de tomar las armas, dijo el veterano.
Para volver a su país y derrocar la dictadura, dijo su mujer.
Los oficiales cubanos empezaron a estudiarme, dijo el veterano.
Hasta que fueron a hablar con él, dijo su mujer.
Entonces me reincorporé al proyecto, dijo el veterano.
Los otros dos no se reincorporaron, dijo su mujer.
Yo me quedé con Caamaño, dijo el veterano.
Llegó a ser su hombre de confianza, dijo su mujer.
Y parte del Estado Mayor, dijo el veterano.
Iban a regresar al país, dijo su mujer.
Con Caamaño al frente, dijo el veterano.
Los 12 apóstoles, dijo su mujer.
El nuevo entrenamiento duró un mes y medio, dijo el veterano.
Los militares cubanos hacían la contraguerrilla, dijo su mujer.
El último entrenamiento fue en Pinar del Río, dijo el veterano.
Pocos después se irían, dijo su mujer.
La fecha ya estaba establecida, dijo el veterano.
Pasa la fecha y no sucede nada, dijo su mujer.
Caamaño vuelve a ausentarse, dijo el veterano.
Ausentarse es un eufemismo, dijo su mujer.
Se iba los fines de semana, dijo el veterano.
Para La Habana con su mujer, dijo su mujer.
Dejó de informarnos cosas, dijo el veterano.
Caamaño es mucho Caamaño, dijo su mujer.
Caamaño quería ver a Fidel, dijo el veterano.
Porque solo lo vio al principio, dijo su mujer.
Fidel le entregó el asunto a Barbarroja, dijo el veterano.
El Ministro del Interior, dijo su mujer.
Se creó una crisis, dijo el veterano.
Empezó la deserción, dijo su mujer.
Sobre todo el desencanto, dijo el veterano.
Y la deserción, dijo su mujer.
Hubo dos factores importantes que influyeron, dijo el veterano.
¿Qué factores?, dijo su mujer.
En primer lugar fracasó la zafra, dijo el veterano.
Ah, la zafra, dijo su mujer.
La famosa Zafra de los Diez millones, dijo el veterano.
Dios mío bendito, dijo su mujer.
Fidel había vendido esa zafra como la solución a todos los problemas, dijo el veterano.
Estamos hablando de 1971, dijo su mujer.
La política interna fue en descenso, dijo el veterano.
Y la externa también, dijo su mujer.
Fidel trató de establecer relaciones con otros gobiernos, dijo el veterano.
La Revolución Cubana los abandonó a todos, dijo su mujer.
No solo a nosotros, dijo el veterano.
Sino a los guerrilleros de todos los países, dijo su mujer.
Había guerrilleros de todos los países, dijo el veterano.
Recibiendo entrenamiento en Cuba, dijo su mujer.
Ya no sabíamos en qué entrenarnos, dijo el veterano.
Ya sabían hasta morir, dijo su mujer.
Tiro, bazuca, misil, mortero, granada, avión, dijo el veterano.
Por poco se mueren, dijo su mujer.
En República Dominicana también había crisis, dijo el veterano.
Del grupo de Caamaño, dijo su mujer.
Mataron a unos muchachos, dijo el veterano.
Que denunciaron secretos, dijo su mujer.
Entonces Caamaño me mandó a Santo Domingo, dijo el veterano.
A una misión, dijo su mujer.
Pero yo no era yo, dijo el veterano.
Él era otra persona, dijo su mujer.
Yo venía de España, dijo el veterano.
Un comerciante próspero, dijo su mujer.
Salí directo a Checoslovaquia, dijo el veterano.
No podía ir de Cuba a Santo Domingo, dijo su mujer.
De Checoslovaquia pasé a Frankfurt, dijo el veterano.
Ay, la maleta, dijo su mujer.
La maleta que me pusieron en Cuba para llegar a Checoslovaquia no apareció, dijo el veterano.
Ellos le dieron la maleta sin decirle lo que había en la maleta, dijo su mujer.
Me convirtieron en un agente, dijo el veterano.
Y en Frankfurt se da cuenta de que no tiene maleta, dijo su mujer.
Estábamos en la época de la Guerra Fría, dijo el veterano.
Pasar del Este al Oeste era pasar de un mundo a otro, dijo su mujer.
Yo veía agentes en todas partes, dijo el veterano.
El mundo de los agentes, dijo su mujer.
El plan era llegar a Santo Domingo depilado, dijo el veterano.
Convertido en quien no era, dijo su mujer.
Debía llegar a Santo Domingo el 31, dijo el veterano.
De diciembre, dijo su mujer.
Con la bulla y la jarana, dijo el veterano.
Pasar desapercibido, dijo su mujer.
Pero en Frankfurt estoy sin maleta siendo yo un comerciante próspero, dijo el veterano.
Algo que no previeron, dijo su mujer.
Empiezo a tragarme cada mensaje, dijo el veterano.
Mensajes escondidos, dijo su mujer.
Me puse chivo, dijo el veterano.
Chivo es alerta, dijo su mujer.
Pero no hay vuelo, dijo el veterano.
No se previó que un 31 los vuelos estuvieran saturados, dijo su mujer.
O se previó, precisamente, dijo el veterano.
El único vuelo que le ofrecieron era por Nueva York, dijo su mujer.
Y lo rechacé, dijo el veterano.
Por Nueva York ni muerto, dijo su mujer.
Y tuve que esperar dos días, dijo el veterano.
Y entró por Venezuela, dijo su mujer.
Así que sigo en Frankfurt, dijo el veterano.
Esperando, dijo su mujer.
Del aeropuerto fui a un sitio a comprar una maleta, dijo el veterano.
En Cuba le dieron dólares, dijo su mujer.
Me compré algunas camisas y algunos pantalones, dijo el veterano.
Pero la maleta nueva era demasiado grande, dijo su mujer.
Y estaba demasiado vacía, dijo el veterano.
Así que volvió a la tienda a cambiar la maleta por otra, dijo su mujer.
Pero los alemanes no cambian las maletas, dijo el veterano.
Pero al final la cambiaron, dijo su mujer.
Me fui por Venezuela haciendo transferencia, dijo el veterano.
Llegó a Santo Domingo al amanecer del 2, dijo su mujer.
Mi pasaporte era falso, dijo el veterano.
Y se llamaba Ramón Izquierdo, dijo su mujer.
Cuando paso migración un agente me detiene, dijo el veterano.
El agente lo lleva a Iberia a comprobar pasaporte, dijo su mujer.
Y en Iberia se comprueba que no salió por Iberia, dijo el veterano.
Que no era verdad que había salido en otra época, dijo su mujer.
Me llevaron a la policía, dijo el veterano.
Aunque eso no tenía demasiada importancia, dijo su mujer.
El problema era mi nombre, dijo el veterano.
Casi lo van a soltar, dijo su mujer.
Pero llega un oficial que no había estado en el interrogatorio, dijo el veterano.
Y le pregunta de nuevo el nombre, dijo su mujer.
Ramón Izquierdo, dijo el veterano.
Pero usted estuvo preso hace poco aquí, dijo el oficial.
Y buscaron en los archivos, dijo el veterano.
Y estaba Ramón Izquierdo, dijo su mujer.
Los cubanos me habían dado un pasaporte falso de un hombre que sí existía, dijo el veterano.
Entonces se dio cuenta de que no era buena idea enfrentar a la policía, dijo su mujer.
Y les di mi verdadero nombre, dijo el veterano.
Manuel Matos Moquete, dijo su mujer.
Entonces celebraron haberme capturado, dijo el veterano.
Porque tenía los apellidos de su hermano perseguido, dijo su mujer.
Mi hermano es una leyenda, dijo el veterano.
Plinio Matos Moquete, dijo su mujer.
Yo les conté otra historia con mi nombre verdadero, dijo el veterano.
Porque lo más importante era que no se descubriera la verdad, dijo su mujer.
La verdad de mi misión, dijo el veterano.
La verdad de Caamaño, dijo su mujer.
Y eso que lo que les dije fue que yo me había ido a estudiar para Cuba temprano, dijo el veterano.
Y que estudió y trabajó, dijo su mujer.
Pero aún quedaba libre mi portafolio de mano, dijo el veterano.
Un equipaje que no era la maleta, dijo su mujer.
Había en el portafolio siete mil pesos dominicanos, dijo el veterano.
Y dos mil dólares, dijo su mujer.
Eso significaba terrorismo puro, dijo el veterano.
En aquella época, dijo su mujer.
Alguien pagado por potencias extranjeras para subvertir el orden, dijo el veterano.
Constitucional de un país, dijo su mujer.
Me condenaron a 20 años, dijo el veterano.
Pero cuando cumplió tres años, dijo su mujer.
El abogado y los periódicos pidieron que me soltaran, dijo el veterano.
Y el Presidente no quiso soltarlo, dijo su mujer.
Me deportó a Francia, dijo el veterano.
Lo trasladaron de una cárcel a otra, dijo su mujer.
Llegué a Francia en el 75, dijo el veterano.
Otro exilio y otra historia, dijo su mujer.
Publicado originalmente en El Estornudo