Sacarse las tetas en una marcha también es importante

El Estornudo
5 min readMar 8, 2021

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Foto: Cortesía de la autora

Por Mónica Baró

Sinceramente, a mí me da un poco igual que me feliciten, o no, el 8 de marzo. Para mí, de hecho, el Día Internacional de la Mujer siempre ha sido un día bastante desagradable. Al menos en La Habana, los machangos suelen tomarlo de excusa para acosarnos en la calle. Te disparan un «felicidades, mami» en cualquier esquina, y si no les agradeces, como si sus felicitaciones fueran un favor que te hacen, proceden a ofenderte.

Luego en la televisión cubana una tiene que aguantar una sarta de cursilerías infinita: ramos de rosas, mensajes con letras rocambolescas, canciones empalagosas. Todo combinado con una buena dosis de reafirmación revolucionaria. Cualquiera pensaría que para lo único que sirve un 8 de marzo es para avivar la hoguera de la propaganda oficial.

Mientras que en gran parte del planeta las mujeres salen a los espacios públicos a manifestarse, para recordar que somos muchas en todas partes las que queremos tumbar el patriarcado, en Cuba no pasa nada y, si pasa, es puertas adentro. No necesariamente porque las mujeres feministas cubanas prefiramos encontrarnos y dialogar al interior de una vivienda, una galería, un centro de investigaciones o una organización no gubernamental, sino porque sabemos que si salimos a las calles con un cartel a defender nuestros derechos, corremos el riesgo de acabar en la cárcel.

Yo he participado en varias ocasiones de esas actividades políticas bajo techo, que quieren ser protestas y no pueden, porque estoy de acuerdo con que algo es mejor que nada, pero siempre me dejan con sabor a derrota. No puedo evitar sentir que nos estamos ocultando, que estamos bajando la voz para no perturbar a ese macho abusador que es el Estado.

Es cierto que hay muchas formas de lucha, que es posible, además de necesario, generar transformaciones a través de recursos legales, programas educativos, publicaciones periodísticas y científicas, obras artísticas, talleres comunitarios, campañas mediáticas, gestiones institucionales o políticas gubernamentales. No hay una forma de lucha superior a otra, todas cumplen un rol y se complementan. Sin embargo, considero que los espacios públicos son territorios vitales para la causa feminista.

Si el feminismo nos ha enseñado que lo personal es político ha sido precisamente porque la comprensión de la violencia de género como un problema personal, que solo concierne a la víctima y su victimario y no guarda relación con la política, es uno de los dispositivos fundamentales para su reproducción. Todos los esfuerzos encaminados a desactivar ese dispositivo buscan demostrar que los machismos que afectan las vidas de las mujeres son políticos.

Que las mujeres dispongamos de menos tiempos para nuestro desarrollo profesional, o para entretenernos o cuidarnos a nosotras mismas, por tener más responsabilidades domésticas que los hombres con quienes convivimos, es político. Que las mujeres sintamos miedo a caminar solas de noche por una ciudad, es político. Que las mujeres aguantemos malos tratos de un hombre al que amamos, es político. Que las mujeres creamos que siempre tenemos que estar sexualmente disponibles para nuestros novios, maridos o amantes, es político.

Exponer nuestro universo personal, tanto lo que nos oprime como lo que nos enorgullece, en espacios públicos, es una parte esencial de la politización de las desigualdades que el sistema patriarcal impone. Así visualizamos todos los problemas cotidianos que enfrentamos, interpelamos a la sociedad, hacemos conciencia acerca de los prejuicios que limitan nuestra libertad.

Yo sueño con poder desfilar un día por el Malecón con las tetas al descubierto. No porque quiera exhibir mis tetas, sino porque quiero naturalizar ponerme una camiseta sin ajustadores y poder ir al agromercado a comprar alimentos sin sufrir acoso y sentirme avergonzada. Detrás de cada rebelión feminista, que puede resultar a veces difícil de comprender, hay siempre una historia profunda de dominación.

Las razones por las cuales las feministas cubanas no salimos a la calle a marchar, a pesar de todas las prohibiciones y riesgos, son muy similares a las razones por las que casi ningún actor social en Cuba sale a la calle a marchar, y podrían resumirse en la falta de garantías para el ejercicio de derechos civiles. En los dos últimos años hemos visto excepciones inspiradoras, como las manifestaciones del 11 de mayo de 2019 y el 27 de noviembre de 2020, pero no pasan de ser excepciones.

Con esto, aclaro, no pretendo cuestionar a ninguna feminista. Primero, porque no creo que sea sano juzgarnos, segundo, porque la primera que no ha salido a marchar en Cuba soy yo, y tercero, porque entiendo que la seguridad de una persona –no hablo de privilegios, sino de seguridad– no puede subordinarse a ninguna causa. Además, es innegable que los distintos colectivos feministas están haciendo un gran trabajo, a pesar de que la mayoría no cuenta con garantías para asociarse legalmente. Hay mucho de lo que enorgullecernos.

Sin embargo, creo que es importante preguntarnos cuál es o podría ser nuestra relación con los espacios públicos en un país como Cuba. A mí me entristece enormemente que el 8 de marzo, que es nuestro día más emblemático, las mujeres cubanas feministas no podamos salir a la calle a manifestarnos como mismo se manifiestan millones de mujeres en todo el mundo. De pronto me siento invisible. Se supone que el 8 de marzo es cuando digamos a nuestro país, a nuestros gobernantes, a nuestras mujeres, a nuestras niñas: «Aquí estamos».

¿Hasta cuándo vamos a conmemorar nuestras luchas y a exigir nuestros derechos puertas adentro? Es cierto que lo importante no es solo lo que hagamos el 8 de marzo sino el resto del año, porque sirve de poco parar o marchar hoy, si mañana no decimos que no cuando alguien intenta violar nuestros derechos. El feminismo no es un traje que nos quitamos y nos ponemos en fechas especiales para sacarnos una foto y subirla a las redes. Pero si no conmemoramos el 8 de marzo, que sea por decisión de cada una y no porque salir a la calle a manifestarnos pueda implicar que nos acusen de mercenarias y nos encarcelen.

El Día Internacional de la Mujer debería ser un día para convocar, sumar, exigir, visibilizar, pero, sobre todo, para hermanarnos. Nada da más fuerza a otra mujer que lucha o resiste que encontrarse con otra mujer que pasa por lo mismo o le acompaña. El espacio público importa, porque mirarnos a los ojos, abrazarnos y caminar juntas importa, porque ser vistas y reconocidas por la sociedad importa, porque ayudarnos a pintar nuestros cuerpos con símbolos feministas importa, porque sacarnos las tetas en una marcha mientras gritamos «se va a caer» importa.

Podemos discutir una y mil veces si es correcto que nos feliciten o no el 8 de marzo, pero necesitamos discutir también qué podemos hacer con nuestro 8 de marzo, porque sí, es nuestro 8 de marzo. O necesitamos que empiece a serlo.

Publicado originalmente en El Estornudo.

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Revista independiente de periodismo narrativo, hecha desde dentro de Cuba, desde fuera de Cuba y, de paso, sobre Cuba.

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