¿Quién mató a la hija de Tamara?
Por Mónica Baró
«A veces un relámpago nos hace ver en el cielo una mujer despedazada que viene cayendo desde hace ciento cuarenta años.»
Vicente Huidobro.
Intuición de madre: fue lo que hizo que Tamara Macías Biart buscase al marido de su hija cuando supo que los restos humanos que la gente estaba encontrando por distintos sitios de Cárdenas pertenecían a una mujer negra. Era el 17 de enero de 2017 y habían pasado ocho días desde la última vez que viera a Taymara. La víctima permanecía sin identificar. Su cabeza aún no había aparecido.
— ¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija? — dice Tamara que le preguntó a Yuniesky Menéndez Suárez tan pronto él salió de su casa, con espejuelos negros y sombrero, sin camisa, luego de que ella lo llamara desde la calle.
— Yo no sé, Taymarita está medio loca. Ella a cada rato me decía que me iba a dejar al niño más chiquito. Yo creo que está para La Habana, para casa de un amigo que se llama Pichilingo.
— No, Pichilingo está para afuera. Él no tiene nada que ver con Taymara hace mucho tiempo. Yo voy para la policía.
— Espérate un momento — dijo él, y entró a su casa para buscar la nota que su esposa, madre de su hijo, habría dejado.
La nota decía: «Yuniesky, fui para Santa Marta, le dejé el niño a la abuela, Taymara».
Era su letra. Tamara la reconoció enseguida. Su hija acostumbraba dejarle notas. Pero notas largas, con explicaciones. Lo que Taymara tuviera por dentro, lo expresaba en un papel. No era como ella, que nunca daba explicaciones a nadie.
A Tamara aquella nota no le convenció. El marido de su hija, en realidad, nunca la había convencido. Se quedó con el papel, se montó en el mismo bicitaxi que la había llevado hasta allí, y se dirigió a la policía. Cuando Yuniesky no se ofreció a acompañarla, supo que su intuición de madre no se había equivocado.
En el camino, solo habló con Dios.
***
Me dijeron que Tamara estaba loca. Cuando yo fui a su casa por primera vez, el 23 de febrero de 2017, para preguntarle si quería que contáramos la historia de su hija –asesinada a los 29 años– me preparé para lo peor: golpes, insultos, policía. No temo a la locura, a lo que popularmente se conoce por locura, ni a las enfermedades mentales.
Me parecía comprensible, me inspiraba confianza, que se dijera que Tamara había enloquecido o actuado de una manera que daba motivos a algunas personas en la calle a creer que había perdido la razón. ¿Qué se espera de una madre a la que le matan su hija?
Un día antes, yo había llegado a Cárdenas casi sin certezas. Solo sabía que una mujer había sido asesinada, descuartizada y esparcida por distintos puntos del pueblo y que su esposo había sido detenido como presunto culpable.
Ningún medio de comunicación, estatal o independiente, había cubierto la noticia. En Cuba, la cobertura de sucesos violentos es bastante deficiente. La mayoría de los medios son estatales y responden a los intereses del Partido Comunista antes que a criterios periodísticos.
En el discurso de la propaganda, la violencia no debe incluirse. Contradice la imagen de país seguro que el poder quiere proyectar al mundo. Solo con crímenes muy excepcionales los medios estatales publican una nota.
En diciembre de 2018 la activación del servicio de datos móviles posibilitó que las redes sociales se convirtieran en plataformas de denuncia para la ciudadanía, algo que las feministas cubanas han sabido aprovechar para intentar registrar los feminicidios. A comienzos de 2017 no era raro que el cuerpo desmembrado de una mujer apareciera disperso en una ciudad y aterrorizara a sus habitantes durante semanas sin que un solo medio de prensa lo mencionara.
Incluso, en noviembre de 2015, Mariela Castro Espín, quien dirige desde hace veinte años el Centro Nacional de Educación Sexual, había afirmado en una entrevista con Tiempo Argentino que en Cuba no teníamos «femicidios» –no dijo feminicidios– porque «no es un país violento, y eso sí es un efecto de la revolución». Ese mismo año, la isla registraría 619 homicidios, según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen, lo cual representaba una tasa de 5.5 por cada cien mil habitantes, similar a la que se venía reportando desde 1999, pero quizás Castro Espín consideró que no eran demasiados.
No fue hasta abril de 2019, casi cuatro años después de aquella declaración, que el gobierno cubano reconoció la existencia de femicidios, al presentar un informe ante la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y precisar que en 2016 la tasa de femicidios había sido de 0.99 por cada cien mil habitantes de la población de 15 años en adelante.
Taymara Gómez Macías debió haber sido, si no el primer caso de feminicidio de 2017, uno de los primeros.
No me costó mucho encontrar gente dispuesta a hablar de su muerte. Cárdenas es un municipio de Matanzas donde residen más de 150 mil personas, pero en febrero de 2017 no hablé con una que no estuviera al tanto de «la mujer que descuartizaron». La violencia que sufrió Taymara amedrentó durante varios días a los residentes de la ciudad, en particular, a las mujeres. Muchas renunciaron a salir solas en las noches. Hasta que las autoridades no detuvieron al presunto asesino, y se supo su identidad, las calles no volvieron a parecer seguras.
El peligro provenía del hogar de la víctima, sin dudas, pero la violencia había transgredido los límites de lo privado e invadido los espacios públicos. Las partes expuestas del cadáver de Taymara hablaban tanto de la agresividad de su victimario como de la tolerancia social a esa agresividad. A Taymara Gómez Macías no la mataron de una vez. La empezaron a matar, lentamente, desde mucho antes. Y no era un secreto.
En una esquina cercana al Parque José Antonio Echeverría, donde un grupo de unos diez hombres, jóvenes en su mayoría, se hallaba reunido, encontré las primeras pistas que me llevaron a tocar la puerta de Tamara. Ahí la gente iba y venía y hablaba sobre cualquier tema. Permanecí en el lugar casi una hora, haciendo preguntas y escuchando opiniones diversas.
En la agenda que usaba entonces, preservo los siguientes apuntes:
«Fue una cosa fuerte, nosotros pensamos que no podía pasar aquí, pero pasó». «¿Por qué eso no sale por el televisor? ¿Tú sabes lo que es que descuarticen a una mujer?»
«La infidelidad. ¿Por qué crees?»
«Yo puedo decirte que no está bien pegarle a una mujer, porque todos nosotros nacimos de una mujer».
«Esas cosas deben aclararse bien para que no se creen falsos rumores. Ahora, hay que ver cuál es el motivo, que ningún motivo justifica».
«Eso es lo otro: ¿cuál es la sentencia para quienes cometen esos delitos? Yo quiero fusilamiento».
«Sí, pero el fusilamiento está en contra de los derechos humanos. Eso lo dijo el Papa».
«En contra de los derechos humanos es que descuarticen a una mujer».
«¿Cómo se llamaba la mujer? ¿Era prostituta?»
«Ella lo que estaba en la lucha. Tenía sus yumitas. Buena gente. Tenía dos niños. Era una mulata alta, culona, bien llevada, bonita. Tuvo un yuma que la trató bien».
«El marido había estado preso. Era el padre del hijo más chiquito. Él era el chulo de ella. Yuniesky, alias El zurdo».
«Taymara, la muchacha. La madre, Tamara. La madre se volvió loca».
Antes de irme, un bodeguero que había trabajado en el barrio de la madre me dio su dirección. Ella vivía en la misma casa donde vivió siempre su hija antes de mudarse con el hombre que acabó matándola.
A la mañana siguiente toqué la puerta de Tamara, le expliqué que era periodista y ella sólo agregó:
— Pasa, que yo te estaba esperando.
Ese día tuvimos la primera conversación. La última, ocurriría en junio de 2019. El feminicidio fue el desenlace de una historia de violencia que comenzó cuando la madre de la víctima era apenas una niña.
***
Bastante bien que estoy mi amiga, si soy fuertísima. Llevo casi en esto tres meses, y esperando. No me han dado respuesta, la policía no me ha llamado más, porque dice que el caso lo tiene La Habana. Siempre lo mismo: que el caso lo tiene La Habana, que el caso lo tiene La Habana.
Coño, lo tiene La Habana, ¿y yo qué? Yo soy la mamá. Eso no es un perro. Esa es mi hija. Que se pongan en mi lugar. Hay que ser madre para ponerse en este lugar, o ser una gente inteligente y tener sentimientos.
Hace poco en las ruinas de Mayordomía apareció la cabeza. Lo que faltaba. Un viejito fue el que llamó a la policía. Cuando encontró la cabeza pensó que era una muñeca. Intacta. Ella tiene las cejas tatuadas así igual que yo.
De todo esto me he enterado por mi familia de La Habana, que es gente instruida, que tiene amistades, o por otras vías. Las vías del pueblo, de gente que me tiene afecto a mí, por ver lo madre que yo he sido. Pero a mí no se me llama, a mí no se me informa nada. Y eso no debe ser. Nadie tiene más dolor que yo.
No he podido enterrar a mi hija, la he velado con todas las amiguitas del deporte, porque era una muchacha buena, no era chiquilla de la calle. No era como yo, que he tenido que ser candela, porque la vida me ha hecho ser así.
Ella era una niña calladita, tremenda deportista, yo la bequé en la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva Escolar), nunca le faltó su jaba de comida, sus tenis buenos, era una de las muchachas que más se vestía aquí en Cárdenas. Puedes averiguarlo. Bueno, a ella le decían «la italiana».
Una muchacha buena, para como se crió conmigo, que he tenido que hacer cosas para poder vivir… Porque en la vida hay que ser sincera, porque no tuve un ejemplo, un patrón para yo guiarme, porque me crié sola, con mi abuelo que era un viejo, con las vecinas, con amigas, con mis tías, de esta casa para la otra y de la otra para la otra…
Taymara no tenía maldad, nada. Tenía pocas amistades, era introvertida, en su mundo. Y complejista. Tenía complejo de inferioridad por ser negra. Yo le decía: «la belleza se lleva por dentro, tú eres una negra lindísima, mira el cuerpo que tú tienes». Era una negrita muy fina, elegante, de presencia.
No decía malas palabras. No era de fajarse, como yo, que salgo como un macho. Ella no. Yo le decía: «Taymara, tú tienes que espabilarte». Y ella: «Doña ya, yo no soy igual que tú».
Entonces yo estoy brava, yo estoy rebelde, mi amiga. ¿Cómo tú crees que yo debo estar? Bastante cuerda que estoy.
Yo me puse muy mal, yo estoy bien ahora. Yo me puse muy mal. Yo salí a matarle a sus hermanas, yo te hablo la verdad. El problema es que él la mata ahí mismo dentro de la casa. ¿Cómo ellas no van a saber, cómo no van a oir, cómo nada?
Mi hija era buena con ellas, ellas son camareras en Varadero, y mi hija salía con el bultico a venderles todas las cosas, para buscarse un pesito o dos. Mi hija caminaba todo Cárdenas vendiendo pomitos, jaboncitos, y con ese niñito. Él no se lo quería cuidar, porque él no quería ya que ella vendiera, él quería que ella diera el cuerpo.
Y yo le decía: «¡Hija, no! Tú no naciste para eso, yo todo te lo he dado a ti». Por tres trapos viejos que le regalaban, tres chancletas usadas, por tal de estar con ese hombre ahí. ¿Los trapos ahora van a darle la vida? No van a darle la vida.
Mi hija era lo único que yo tenía. Esa fue mi hija de la bendición, mi primera hija, mi primera barriga, mi hija que yo crié con sacrificio, a mi manera, a la manera que me crié sola yo en este país. Sin papá, sin mamá. He estado presa dos veces por jinetear en Varadero. Hace tiempo, cuando era joven.
Yo he pasado por todo en la vida, mi amiga. Y no quiero que nadie me coja lástima, porque a pesar de eso yo siento que soy una mujer valiente. He sido hombre, he sido mujer. He sido todo para poder vivir.
Pero yo siempre he sido madre. Yo tengo dos hijas. Taymara, que tenía 29, y Dagmara, que tiene 23, que me la crió mi tía. Dagmara vive en Estados Unidos, se fue hace seis meses.
Ella dice que la regalé, yo no la regalé. Yo la di a mi tía para que no pasara el trabajo que pasó la mayor, que yo tenía que irme para Varadero a prostituir y pagar para que me la cuidaran una noche. Y se lo dije: «perdóname hija, yo te di por esto y por esto y por esto, a mí también mi mamá me dejó sola, pero tú me tienes a mí aunque sea a medias». Ella no quiere entender, que no me entienda. Aquí el que perdona es Dios.
¿Quieres que te diga una cosa? Que me perdone la vida, yo hay días que no quiero ver niños ni quiero ver a nadie. A veces me dan deseos hasta de entregar los niños. Mira hasta donde yo puedo llegar. No lo hago porque hay algo, algo lindo… y me sacrifico.
Esto a mí me ha marchitado. Yo era tacones desde que me levantaba, mis shorts, mis gimnasios. Estoy hecha una viejita. Mi pelo era rojo, me lo quité. Yo iba para Varadero, tiraba mis cartas, vivía de eso, porque tengo hecho Oshún hace diez años y tengo muchos ahijados, pero ya las dejé de tirar.
Yo vivo por esos niños. Ayer limpié y lavé por esos niños, para que no me anden sucios. Nada más.
***
A partir de 1959, con el triunfo revolucionario, las mujeres cubanas empezaron a ocupar roles sociales más diversos y protagónicos. Alcanzaron independencia económica, accedieron a nuevas oportunidades de superación profesional, comenzaron a liberarse sexualmente. En 1981, casi el 60 por ciento de las que se encontraban entre los 25 y 44 años contaba con un empleo, mientras que antes de 1959 apenas un 20 por ciento trabajaba fuera de la casa.
La película Retrato de Teresa (1979), del cineasta Pastor Vega, constituye uno de los principales testimonios artísticos de ese proceso, abordado a partir de los conflictos cotidianos de la relación entre Teresa (Daysi Granados) y Ramón (Adolfo Llauradó).
Otra fue la realidad de las mujeres negras: en 1959 no se encontraban en el mismo punto de partida que las mujeres blancas. Las mujeres negras no solo habían sido discriminadas por su género sino también por el color de su piel, por tanto, las nuevas políticas, al no reconocer las desigualdades existentes, no beneficiaron a todas por igual.
La Federación de Mujeres Cubanas (FMC), fundada en agosto de 1960 y presidida por Vilma Espín –la madre de Mariela Castro– hasta su muerte en 2007, desempeñó un papel protagónico en la integración social de las mujeres. En 1961, por ejemplo, promovió la participación de jóvenes en la Campaña Nacional de Alfabetización, algo que significó alejarse de los hogares y el control familiar. Pero ese protagonismo no fue consecuencia de un proceso natural sino de la falta de garantías jurídicas para asociarse libremente. La FMC es la única organización de su tipo con derecho a existir en Cuba.
Sin embargo, hoy está muy lejos de satisfacer y representar las exigencias de una población de mujeres cada vez más plural. La FMC se ha anquilosado como mismo se han anquilosado otras organizaciones que funcionan con amparo estatal y responden a los intereses del Partido antes que a sus principios. En los últimos años, muchas feministas han optado por organizarse de manera independiente e impulsar su causa desde la alternatividad, a pesar de que esto supone exponerse a ser criminalizadas.
Una de las consecuencias de ese hermetismo político ha sido la falta de datos públicos. Cuba no cuenta con una ley de transparencia informativa. En 1990, la FMC creó una red de Casas de Orientación de la Mujer y la Familia que, desde unas 170 instalaciones distribuidas a nivel nacional, se ha propuesto, entre otras cosas, ofrecer atención –básicamente asesoramiento jurídico y ayuda psicológica- a las víctimas de violencia de género, pero no divulga informes periódicos que permitan una lectura exhaustiva del fenómeno, ni los concede, en caso de que una periodista independiente los solicite.
Para esta historia yo acudí a la FMC de Cárdenas, a mediados de 2019, pero de ahí me remitieron a la sede municipal del Partido a buscar una autorización de la persona al frente de la esfera política ideológica. Fui a la sede y, como esperaba, no encontré a esa persona. Luego llamé por teléfono durante varias semanas desde La Habana sin mejor suerte. Nunca apareció quien pudiera darme una respuesta definitiva.
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El 9 de enero de 2017 fue la última vez que Tamara vio a su hija con vida. «Doña, cuídame al niño aquí que tengo problemas con este hombre, vengo para acá ahora», le dijo. No olvida la ropa que llevaba puesta: «un shortcito blanco, un pulovito negro». A ella no le gustó que la hija llevara algo negro y se lo dijo. También le dijo que le veía el vientre inflamado. «Nada, que me duele, que la menstruación seguro está al caerme, Doña», le contestó. Tamara le dio dos ibuprofenos y un plato de sopa.
«Fue una despedida. Se fue como por la tarde, cayendo la tarde. Yo estaba tirando cartas a unas muchachas que estaban aquí y una me dice: “¡Tamara, esa es tu hija!” Y yo le digo: “Esa es mi hija, la que me da dolor de cabeza, la que no quiero que esté con ese hombre. Ay, mi amiga, te voy a tirar las cartas, pero tengo un salto en el estómago, tengo un mal presentimiento”. Luego trajo un poquito de ropa del niñito, me dio un besito y nunca más la vi».
Era usual que Taymara desapareciera por unos días. La madre recuerda que una vez estuvo unos cuatro meses sin verla, porque se fue para una finca con su marido y sus dos hijos, pero sí era raro que dejara a Christian, su niño más chiquito, de dos años, con ella. A Christopher, de cinco años, Tamara lo cuidaba desde que su hija empezara la relación con Yuniesky Menéndez.
Tamara siempre vivió en guerra con Yuniesky. Desde que supo, cuatro años atrás, que su hija se veía con él, investigó sobre su vida y se disgustó con lo que le contaron: que él acababa de salir de prisión, que era un hombre agresivo, que maltrataba a las mujeres. Durante cuatro años hizo todo o casi todo lo que cruzó su mente para romper esa relación.
Pero si Tamara fue a buscar a Yuniesky después de ocho días sin noticias de su hija fue porque su vecina Areli Miñoso, quien la conoce desde hace unos 25 años, presintió que los brazos casualmente encontrados por la suegra de su hija en el estadio Esteban Hernández, mientras hacía ejercicios, eran de Taymara.
«Pasaban los días y pasaban los días y una es madre y una dice: “no puede ser”», cuenta Miñoso. «Porque ella adoraba a ese niño chiquitico. Ella vivía con ese niño chiquitico de maletín, buscando qué comer en las calles, un poquitico de frijoles, un poquitico de arroz para llevarle al marido a su casa. Y empecé a no dormir, a no tener sexo con mi pareja, porque la veía y la veía y la veía, porque yo la conocía desde niña. Hasta que un día ya no pude más».
Tamara iba diariamente a su cafetería a tomar café bien temprano en la mañana. Ese día llegó un poco más tarde que de costumbre, pidió un pan con hamburguesa, su vecina se lo preparó y, enseguida, le dijo: «yo estaba loca por que tú llegaras. Yo te pido, de favor, que tú vayas a la policía y pidas que te cotejen tu ADN con los bracitos que se encontraron y con las partes que se encontraron, yo te lo suplico».
Tamara botó el pan con hamburgesa, se cambió de ropa y salió en un bicitaxi rumbo a casa de Yuniesky.
«Yo sé que ella llegó a la policía — dice Miñoso — y al momento una amiga mía me llamó y me dijo: “oye, la hija de Tamara está muerta allá arriba”. Claro, ella no estaba muerta allá arriba, ella estaba regada por toda Cárdenas. Ha sido uno de los crímenes más horribles que he visto en la vida. Yo lloré muchísimo por ella, porque soy madre y tengo una hija que es psicóloga y sufrió violencia doméstica durante un año y diez meses».
Tamara identificó a su hija por un tatuaje, un angelito con dos tribales que ella misma le había llevado a hacerse. La policía le mostró una foto de los pedacitos del tatuaje reconstruido. En más de cien pedazos habría quedado deshecho el cuerpo. Algunos, nunca se encontrarían.
«Me lo enseñaron así, con un celular: “ven, entra, mira a ver si tú reconoces esto”. Y ahí me puse muy mal. Yo me desmayé, me dieron unas pastillas. Fue la única foto que me enseñaron».
A pesar de todo, a Tamara le quedaron fuerzas para acompañar a la policía a casa de Yuniesky. Ese mismo día lo detuvieron. Cuando llegaron a buscarlo, estaba muy tranquilo conversando con una amiga. En los días siguientes, seguirían apareciendo pedazos. La cabeza sería lo último. Un mes después de la detención.
«Una muchacha que vive en Italia me trajo una foto del pie: “mira, este pie es de tu hija”. Todos los chiquillos tenían esa foto aquí pasándola por los teléfonos. Y era el pie de mi hija, yo conozco el pie de mi hija».
La madre hizo el velorio en su casa con una foto de Taymara a los 15 años: un traje antiguo, una tiara de brillantes, el cabello suelto, pendientes largos, la piel negrísima. Hasta que no le entregaron los restos, a finales de mayo de 2017, no pudo despedirse de su hija, si es que en alguna de las ceremonias que hizo en su honor logró despedirse.
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Los datos disponibles sobre violencia de género arrojan escasas luces sobre el problema. En 2011, el informe que Cuba presentó ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer planteaba que los «registros de atención a la población» de la FMC recogían la ayuda a 908 casos de violencia de hombres contra mujeres desde 2006 hasta 2008, siendo justamente 2008 el año más crítico, con 327 casos.
En 2014, el gobierno presentó a la División de Asuntos de Género de la CEPAL otro informe sobre el cumplimiento de la Plataforma de Acción de Beijing, en el que reveló que, entre 2006 y 2009, el 88.5 por ciento de las víctimas que acudieron a las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia fueron mujeres y, en el 50.7 por ciento de los casos, los agresores fueron sus parejas. Pero no especificó cuál fue el total de víctimas. Solo agregó que, en 2013, a dichos centros acudieron más de 566 mil personas y que «algunas» se identificaron «como presuntas víctimas de violencia».
Asimismo, el documento que reveló la tasa de feminicidios en 2016 demanda revisar la edición del 2017 del Anuario Estadístico de Cuba, extraer la población de mujeres que en 2016 se ubicaba en el rango de los 15 años en adelante (4 millones 752 mil 137) y realizar los cálculos pertinentes para saber que fueron 47 las mujeres que perdieron la vida debido a la violencia de género. Menos que en años anteriores, pues entre 2013 y 2016 los feminicidios disminuyeron en 33 por ciento.
No se sabe cuáles fueron los municipios, las provincias, las edades o los meses que reportaron más o menos víctimas. Ni cuántas de esas mujeres presentaron denuncias a la policía contra sus agresores antes de que fueran asesinadas. Ni por cuánto tiempo previo sufrieron maltrato. Ni cuántas son blancas y cuántas son negras. Para ninguna de esas preguntas existen respuestas públicas, a pesar de su importancia capital.
Por otra parte, la tasa de feminicidios oficial considera solo los crímenes cometidos por una pareja o ex pareja, lo cual excluye los casos en que las víctimas no conocían a sus agresores, o no sostenían una relación afectiva con ellos y de todas formas fueron asesinadas.
Otra de las grandes revelaciones ocurrió en febrero de 2019, cuando la Oficina Nacional de Estadísticas e Información publicó los resultados de una Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género realizada en noviembre de 2016, con una muestra de 19 mil personas –en su mayoría, mujeres– ubicadas entre los 15 y 74 años. Como antecedentes, refería apenas tres estudios, uno de 1988–89, otro de 2008 y otro de 2010. En sus casi 120 páginas no hay una sola mención de la palabra feminicidio. No obstante, sí hay un apartado dedicado a la violencia contra la mujer en las relaciones de pareja.
De las mujeres encuestadas que declararon haber tenido alguna vez una relación de pareja, más del 93 por ciento, el 26.8 por ciento declaró haber sido víctima de violencia, sobre todo psicológica, en los últimos doce meses. El 79.4 por ciento del total de personas encuestadas consideró que la violencia contra la mujer en ninguna ocasión se justificaba, lo cual puede observarse como un signo alentador, pero muchas opiniones sobre la violencia seguían atravesadas por lógicas patriarcales.
El 40.3 por ciento de las personas consideró que la violencia en la pareja era un asunto privado; el 33.9 por ciento, que los hombres eran violentos por naturaleza; el 59.5 por ciento, que la mujer que soporta el maltrato es porque le gusta, porque si no, ya hubiera roto la relación; y el 65.9 por ciento, que el consumo de alcohol es la causa de la violencia.
El Anuario Estadístico de Salud, que cada año comparte la cifra de muertes de mujeres por agresiones, sin aclarar cuáles de esas muertes están asociadas a violencia de género, constituye otro recurso que aporta algunas pistas. Según su última actualización, la cifra de mujeres que perdieron la vida por agresiones en 2019 llegó hasta 105; no muy distinta a la de 2018, que llegó hasta 108. ¿Quiénes perpetraron esas agresiones? ¿Cuáles fueron sus circunstancias? Tampoco se sabe.
Frente al usual silencio de las fuentes oficiales, organizaciones alternativas como la Red Femenina de Cuba o la plataforma Yo Sí Te Creo en Cuba, intentan llevar el conteo de víctimas caso a caso. Hasta el 26 de octubre del año en curso, sus activistas habían registrado 23 feminicidios (20 mujeres adultas y tres niñas), si entendemos estos crímenes en los términos del Modelo de protocolo latinoamericano de investigación de las muertes violentas de mujeres por razones de género (femicidio/feminicidio) de ONU Mujeres.
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Mi niñez fue muy mala, no me gusta a veces ni recordarla. Era para que yo estuviera loca de remate. Me crié en la calle Calvo, ahí tirada, en la cuadra de la florería, en una cuartería ahí, en un pasillo. Aquí mismo en Cárdenas.
Mi mamá esperaba a que nosotras nos quedáramos dormidas para salir, pero yo le cogí la vuelta a ella, y hacía así y cerraba los ojos, y cuando ella se iba yo me levantaba, levantaba a mi hermana, y daba patadas a la puerta. Yo tenía cinco años y mi hermana tres. «Vamos a gritar para que nos saquen de aquí», le decía.
La vieja Nemesia, que se murió, y Nena, que se murió también, y los hijos, quitaban el candado. Por eso es que le echan el peligro (medida de seguridad predelictiva) a ella, por los vecinos. Cuatro años de privación de libertad. En aquel entonces era así.
Me acuerdo que yo estaba en prescolar. Mi maestra Teresa, que todavía me ve, que es una temba que se mantiene bien, viene y me dice: «Tamara, ¿te acuerdas de todo lo que tú pasaste? Que yo te tenía que peinar a veces en la escuela».
Cuando a mí mamá la metieron presa yo fui a verla como dos veces. Luego se fue por el Mariel, en los ochenta. Yo la volví a ver ya a los 28 o 29 años, cuando salí de la cárcel por última vez. Pero yo siempre noté que ella no tenía cariño conmigo. Será que no vio en mí el fruto que ella pensaba. Por eso es que yo misma me doy el valor que tengo en la vida.
Mi tía abuela sí, la hermana de mi abuelo, que era el dueño de esta casa. Esa era la vida mía. Y me lo dijo una vez: «tú viste que tú eres falta de respeto y te vas con tu putería para aquí y para allá, cuando yo te falte vas a saber que tu mamá soy yo y no aquella que tanto lloras y esperas». Georgina Biart Baró. Jefa de escuela en Jagüey Grande y todo una persona estudiada y reconocida. Ella murió vieja, vieja, vieja.
Yo lo que me escapé de allá y vine para Cárdenas. Me escapé de madrugada, yo solita, en una rastra de un señor. Le saqué la mano y me monté. Entonces mi tía abuela dijo que así no se hacía cargo de mí. Ella era muy recta y yo era una niña muy rebelde.
Ahí empecé a dar tumbos, de casa de una amiga a casa de esta otra.
A los doce años, en secundaria, de séptimo grado, empecé a ir para Varadero. Sola o con una amiga mía que está para afuera ahora. Si no pedíamos dinero, le enseñábamos los senos a los turistas y nos daban dinero. Porque lo veía de mis amigas, de las chiquillas de la mala vida, todo se aprende rápido.
Yo llevaba la ropa debajo del uniforme. Un shortcito y un pulovito. No mentía, decía la edad que tenía, pero igual me tocaban. Yo era una niña muy madura. ¿Entendiste? Por las cosas que me tocaron vivir. No me regalaba tampoco, como ahora las chiquillas, que abusan de ellas. Nunca me gustó el abuso.
Después conocí al papá de Taymara, a los trece años. Salgo embarazada con quince años y porque la barriga era de un negro me botaron para la calle: mi familia por parte de padre, que es blanca. Porque había racismo, todavía hay racismo.
Mi papá es casi blanco. Bueno, se pasea. Entonces él hacía todo lo que decía su mujer y mi madrastra era malísima conmigo. Me ponía a dormir en un canapé en el comedor. Yo no podía dormir en el cuarto con mis hermanas que eran blancas, yo tenía que dormir en el comedor.
Embarazada con ocho semanas empecé a rodar. Estuve con todo el mundo y no estuve con nadie. Hasta que vine para acá a vivir con mi abuelo y me casaron. Mi tía, la que está para Alemania, hizo la boda. Esa fue la única vez que me casé. Las fotos las ripié después.
***
El rechazo de Tamara a Yuniesky no fue solo verbal. En una ocasión se fajaron a golpes. Él había ido a casa de Tamara a quejarse. Taymara lo vigilaba y él quería dejar claro que no quería nada más con ella. En ese momento estaban peleados, ya había nacido Christian, y Taymara había regresado a casa de su madre.
«Ella baja y le digo: “mira lo que este hombre está diciendo, date tu lugar, que las mujeres tienen dignidad, date tu lugar».
En algún punto, la rabia dominó a Tamara y se lanzó sobre Yuniesky. Él le respondió con un piñazo en un ojo y acto seguido sacó un cuchillo, mientras que ella, que si algo ha sabido hacer en la vida es defenderse, buscó un machete.
Tamara lo admite: «yo no soy fácil mi amiga». Casi nunca se queja, pero sabe que su vida tampoco ha sido fácil.
«Yo me fajé con él como si fuera un hombre, ahí nos revolcamos hasta la esquina. Él es un salao, un ambiental. La gente se metió, salió para afuera: “ya, Tamara deja eso, déjala que siga con él”».
Una semana después del episodio ya estaban juntos de nuevo. Tamara, según cuenta, denunció a Yuniesky en la policía, pero no cambió nada. Inconforme, se disfrazó de hombre, fue a buscarlo a su propia casa y le arrojó ácido. Logró escapar ileso.
«Él me huía. Si yo estaba en una fiesta, él se iba. Porque yo se lo dije: “te voy a matar”. Yo siempre le dije: “te voy a matar, antes que tú me mates a mi hija yo te voy a matar”. Yo tenía que haberlo matado. Yo lo hubiese matado y la que estuviera presa ahora sería yo y mi hija estuviera viva. Yo lo dije en la policía: “lo voy a matar”. Lo que no me dieron tiempo, porque mira lo que él le hizo».
La madre veía las marcas del maltrato en el cuerpo de su hija y le llegaban los cuentos por distintas vías, por amigas de Taymara o por vecinos de la pareja. Su hija nunca le habló directamente del tema y ella evitaba mencionar el asunto para no delatar a quienes la mantenían al tanto.
— Él la ponía a hacer cosas malas, en Varadero, en Santa Marta — dice.
— ¿A qué la ponía? ¿A prostituirse? — pregunto.
— A prostituirse. Él era proxeneta. Cuando ella llegaba con poco dinero, los vecinos de ahí de esa cuadra me decían que él le daba golpes, me le daba patadas por la cabeza, me la quemaba con tabaco, me la ponía a dormir con un cochino que él tenía. Él acabó con ella. Ah, me le decía negra, me la tiró en una fosa que ellos tenían abierta ahí en el patio. Ella pasó mucho, no me decía nada por miedo. Todos esos cuentos los sé por una amiga.
— ¿La policía nunca intervino?
— Nunca la policía hizo nada. Yo me entero por la gente de la calle, mi amiguita. ¿Entendiste? Días antes de matarla dicen que él estaba tomando y que dijo: «yo le voy a dar un regalito a la madre en estos días». Porque yo era su enemiga. Y mira el regalito qué cosa era: ¡el niño! Y ella muerta. Porque él no quiso ni a su hijo.
Areli Miñoso recuerda haber visto a Taymara con la cabeza rapada, con golpes en la cara, con arañazos. «Sabemos, de oirlo, que él la maltrataba, aunque yo nunca presencié un acto de maltrato», dice.
La madre asegura que no era la primera vez que su hija se encontraba en una situación similar. El papá de su hijo mayor, que nunca lo reconoció, también habría abusado de ella. «Pero era fino, babalawo, tú sabes que esa gente es de porcentaje. Jineteaba también, quería que ella se buscara un yuma para irse, como el sueño de todo el mundo aquí, pero no me le daba golpe como este salao».
«Hubo un hombre que sí quiso mucho a mi hija y fue bueno con ella», cuenta Tamara. Un dominicano algo mayor que conoció con 18 años. «Ella tenía papeles para irse y todo». Sin embargo, la relación se deshizo: «por el mundo, por la vida, por la humanidad que es tan mala, por la envidia». Fue por ese dominicano que Taymara empezó a decirle Doña a su madre, o Doñita.
Las pocas veces que Tamara cocina, porque en su casa quien cocina es su esposo, recuerda a su hija. A su hija sí le gustaba cocinar. Cuando vivía en los altos de su casa y cocinaba algo, la llamaba por las escaleras del patio interior: «Doñita, ven para que comas».
«Ya eso nunca más lo voy a oir», dice Tamara.
La casa donde viviera Taymara actualmente está vacía. No hay muebles ni equipos. Parece que nunca nadie la ha habitado. A Tamara le han propuesto que la alquile, pero no ha accedido. También evita subir. Dice que las dos, ella y su hija, eran muy unidas, que fue Yuniesky quien se la cambió, quien la puso en su contra.
«Ella vendió todo lo de allá arriba por él, la casa la vació por él. Todo por él. Él era el centro de su universo. Ni los hijos ni nada. Él era su obsesión. Ahí había amor, capricho, y miedo».
***
Taymara nunca habló con su amiga Francelis Navarro sobre el maltrato que recibía, pero tampoco hizo falta. Hubo varias golpizas públicas y Francelis fue, al menos, testigo de una que sucedió en unos carnavales.
«Estábamos ahí, ella estaba con el niño y él salió a buscarlo, estaban peleados, y él le dio ahí, en los carnavales. La cogió por los pelos, le dio galletas, patadas, de todo, que yo tuve que meterme a desapartar. Y al final se la llevó. Yo le dije que no se fuera, que no se fuera, pero bueno… Ella le tenía terror, mija. Terror, terror, terror».
Con Greta Gazú sí hablaba. Greta nunca presenció las agresiones pero Taymara se las contaba y ella misma vio sus secuelas. Greta es apenas siete años mayor que Taymara y la conocía desde que era una niña, porque a cada rato Tamara le dejaba a su hija para que la cuidara. En una ocasión Tamara se marchó para La Habana por dos o tres meses y Greta, que entonces tenía 18 años, se quedó cuidándola.
«Con la que más conversaba era conmigo, sus problemas los conversaba conmigo», asegura Greta.
Fue a ella a quien Taymara le contó que Yuniesky la ponía a dormir con un cerdo, que la quemaba con tabacos, que la golpeaba con un palo, que le pateaba la cabeza. Casi siempre la excusa era el dinero. Para complacerlo, Taymara tenía que conseguir la cantidad que él pedía.
«Un día vino y me dijo: “él me metió en la fosa hasta el cuello”. Y le dije: “Taymara, este hombre lo que lleva es policía, vamos a buscar a tu mamá”. Su mamá le echaba la policía, pero Taymara discutía con su mamá, porque decía que no, que era mentira».
A cada rato, Greta la peinaba, le teñía el pelo, la bañaba. Dice que Taymara podía pasar mucho tiempo sin bañarse, porque el marido tampoco se bañaba con frecuencia y le decía a ella que tampoco se bañara.
«Ella hablaba conmigo y yo le abría la mente a ver si ella entendía: “tú con un hombre así no puedes estar, porque él está loco…” Ella se enfermó de los nervios, al lado de él se enfermó de los nervios, y discutía con su mamá. Su mamá era muy buena con ella. Hacía lo posible. Siempre sintió que él le iba a hacer algo».
Greta también conoció a Yuniesky desde niño, y lo recuerda siempre violento: «se fajaba, le daba golpe a la gente, una vez le abrió la cabeza a un muchacho». Calcula que estuvo preso unos 12 años, no sabe la causa.
En una de las tantas rupturas temporales que vivió con Taymara, Yuniesky se involucró con otra mujer y también la maltrató. Según Greta, esa mujer le contó que su relación terminó porque un día él la metió en una bañadera, le entró a golpes y la dejó con todo el cuerpo hinchado. Ella lo denunció en la policía, pero no fue a prisión. La denuncia solo sirvió para mantenerlo lejos.
«Ese hombre es para que no salga nunca más, es un peligro, yo pienso que él no tiene que estar en la calle — opina Greta — . Él picó a un ser humano. Cuando nosotras fuimos a ver los pedacitos que quedaron de ella, hasta la cesárea de su propio hijo estaba ahí en los pedacitos. Él acabó con ella, la descueró primero y después la picó en pedacitos, como si hubiese sido un animal».
En el juicio, a Yuniesky lo sentenciaron a 25 años de privación de libertad.
***
Para las víctimas, uno de los mayores problemas es que en ningún lugar de Cuba encontrarán refugio. Ninguna de las ciento setenta y tantas Casas de Orientación a la Mujer y a la Familia acogería a las mujeres en una situación de peligro. No es ese su fin, ni se encuentran habilitadas para ello.
Si una mujer que sufre violencia machista por parte de su pareja se llena de coraje y la denuncia en la policía, debe volver luego para la misma vivienda donde reside con su victimario. Tampoco pueden crearse refugios independientes del Estado. Para ponerse a salvo, las mujeres cubanas en riesgo dependen de la solidaridad de activistas, familiares o amigos.
La periodista independiente Marta María Ramírez, una de las voces más destacadas del movimiento feminista cubano alternativo, con una trayectoria de 24 años como activista, está convencida de que los refugios podrían ayudar a prevenir los feminicidios. «Han demostrado a nivel mundial su valor en salvar vidas, en ayudar a estas mujeres a recomenzar y repararse, porque no es solo un lugar donde llegar y depositar las cuerpas, sino un lugar donde se encuentra apoyo, sororidad, acompañamiento psicológico y legal y protección».
Ramírez opina que, en Cuba, donde la precariedad del fondo habitacional impone un reto enorme, pues existe un déficit de 929 mil 695 viviendas en el país, y los costos de las rentas están muy por encima del salario promedio de la población, la habilitación de refugios se vuelve un asunto urgente.
«A mí me llama mucho la atención que algunos de los feminicidios reportados en 2019 y en lo que va de 2020 son de mujeres que lograron salir del ciclo de la violencia, que lograron irse de las casas de los maltratadores o expulsarlos, reconstruir su vida con nuevas parejas, y aun así fueron asesinadas; algunas en espacios públicos. Entonces yo creo que los refugios darían un marco de seguridad que permitiría estar lejos y en lugares no identificados».
Además, no existe en el país una ley contra la violencia de género. El Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe reconoce varios artículos del Código Penal cubano como recursos legales que tributan al enfrentamiento de este fenómeno, pero los mismos son insuficientes cuando se comparan con los de otras naciones.
«Yo creo que es indolencia, no sé otra manera de explicarlo — afirma Ramírez — . Creo que tiene que ver con no querer reconocer que la violencia machista es un problema serio en Cuba y no querer escuchar no solo lo que estamos diciendo las activistas independientes desde nuestras experiencias y los acompañamientos que hacemos a las mujeres que nos lo piden, ante el mal trabajo institucional, sino lo que están diciendo las propias mujeres y las historias de los feminicidios. Veo una indolencia absoluta y unas ganas de minimizar el asunto. Hay mucha complicidad del Estado, el gobierno y el Partido con la violencia machista».
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Nunca me pasó nada hasta los 18 años. A los 18 caigo presa por un extranjero. Me cogieron bailando con un extranjero en el Havana Club y me metieron tres años, pero se me quedó en uno. Nunca con pruebas. Las dos veces me han cogido en Varadero. La otra vez, en La Rumba, cuando aquel tiempo de La Rumba.
La prostituta aquí era yo, mi hija no era ninguna prostituta, yo sí fui prostituta, yo sí cumplí por jinetera dos veces. ¿Me cogieron? Me jodí, fui y cumplí y pagué. Primero en Matanzas, en La Belloté, y después en Jagüey. La segunda vez estuve presa desde 1998 hasta el 2000.
Pero en la prisión tuve buen comportamiento, como soy fuerte, fui jefa siempre. Porque soy una mujer que me doy a respetar, no tengo miedo, soy valiente. No es que sea más guapa que nadie sino que me comportaba bien, era jefa de brigada, jefa de la textilería. Jefa siempre. Porque veían mi carácter, mis cosas, las guardias y todo. Nací con ese don, a pesar de la mala vida que he llevado.
La primera vez, Marta Hernández Bacallao, que era la reeducadora, me vio cuando yo llegué y me dijo: «tú eres la hija de Mercedes. Mira que le dije a Mercedes que no se fuera para afuera». Me trató siempre muy bien a mí. Cuando yo me ponía muy rebelde, que me metían en la celda, ella iba y me sacaba.
Después que me hice santo nunca más me prostituí. Y que lo conocí a él, que bendito sea el día y el lugar. Yo cambié por ese hombre. Ese hombre es bueno. ¿Mi marido? Es bueno conmigo, es cochero, muy luchador, se busca su dinero. Lo conocí de iyabó, a los 36 años. Llevo con él 12 años. Me ha criado a ese negrito. Me ha criado al otro.
También he tenido hombres malos que me han utilizado. He tenido hombres que me han picado y todo. Pero yo me bato. Yo no soy como mi hija. Yo también pico. Pico y me pongo mala, yo no soy una gente pasiva, lo que estoy tranquila. Nunca me he dejado doblegar por nadie. No puede ser. La que manda aquí en la casa soy yo. Si yo se lo decía a ella: «¿a quién saliste hija?»
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El 15 de agosto de 2017 Tamara llegó sola al Tribunal Provincial Popular de Matanzas una hora antes de lo previsto. Se sentó frente al mar a esperar, el mar queda cerca, y como mujer religiosa que es, habló con Yemayá.
Dice que le avisaron con pocos días de antelación y no tuvo tiempo de llamar a otras personas para que le acompañaran. Tampoco a mí, que hubiera podido asistir, pues la Ley de Procedimiento Penal, en su artículo 305, dice que los juicios orales son públicos, a menos que, por razones de seguridad estatal, moralidad, orden público o respeto a la persona ofendida por el delito y a sus familiares, el tribunal aconseje celebrarlo a puertas cerradas.
«Yo estaba mal. ¿Tú me entiendes? Yo estaba mal», agrega.
Para ese entonces, ya las cenizas de su hija se encontraban en la bóveda espiritual de su casa, en un ánfora azul de barro. Había cremado los restos el 25 de mayo, el mismo día que se los entregaron en unas bolsas plásticas, las cuales, a su vez, estaban dentro de un ataúd común, y le costó 340 pesos cubanos. Su buen amigo Manuel Aguilera mandó el dinero desde La Habana.
El juicio parecía el final. Un momento que traería paz a la madre, la paz de la justicia.
René Goméz Jiménez, el padre, también asistió. Taymara era su única hija.
Los recuerdos de René y Tamara son difusos. Ambos coinciden en que el asesino de su hija negó su culpabilidad y lloró gran parte del tiempo, que en un momento incluso se desmayó y tuvieron que llevárselo.
«Cuando él me vio a mí, él no pudo contenerse. Empezó a llorar y bajó la cabeza. Yo también empecé a llorar. Lo miré como diciéndole: “¿viste lo que le hiciste a mi hija?”»
Tamara no permaneció en la sala todo el tiempo. Entró justo cuando le tocó declarar. Recuerda que la sesión duró horas, pero no sabe cuántas exactamente.
«Yo entraba y salía», dice. «Cuando oía algo malo, como ya yo no podía hablar, yo salía y lloraba afuera. Entraba y salía».
René sí presenció todo el juicio, aunque no declaró. Recuerda que eran las cinco de la tarde cuando llegó a su casa en Cárdenas.
«Mira como ando yo: tomando ron, tomando ron, tomando ron. Yo no puedo dormir», me dijo una semana más tarde.
Él y Tamara fueron los únicos testigos a los que tuve acceso.
A mediados de 2019, visité a las dos hermanas de Yuniesky pero no quisieron hablar. Dijeron que el tema resultaba muy delicado para su familia y que habían roto la comunicación con el hermano, solo se ocupaban de cubrir algunas de sus necesidades en prisión.
Cuando Tamara salió del juicio, volvió al mar. «A llorar, a decir: “Yemayá, dónde tú estás. Dios, dónde tú estás…” Porque antes de empezar el juicio le pedí tanto a Yemayá por mi hija, que la ayudara, que se hiciera justicia, y vi otra cosa. A él no le podían echar 29 años, la edad que tenía mi hija, porque mi hija dejó dos niños».
Si bien en ese momento la fiscalía pidió 29 años, el tribunal luego lo condenó a 25 años de privación de libertad por el delito de asesinato. Indignada, Tamara remitió a mediados de octubre una queja a la Fiscalía General de la República y al Tribunal Supremo Popular: el proceso judicial le había parecido poco riguroso, creía que la pena no había sido lo suficientemente severa.
Ella esperaba cadena perpetua o pena de muerte –aunque en Cuba la pena de muerte se encuentra en moratoria desde 2003, cuando se aplicó por última vez. «Una madre quiere que el que mate a su hija lo maten también», dice.
No habían transcurrido dos semanas cuando recibió una respuesta de la Fiscalía General de la República, pero no le daban la razón. La carta resumía el proceso en tres párrafos y finalizaba diciendo que correspondía al tribunal la conducción del juicio. Tampoco la respuesta del Tribunal Supremo Popular, días más tarde, la consoló, pues consideraba inadmisible la solicitud de revisión del procedimiento debido a que la causa se encontraba en proceso de casación.
Para conocer el resultado del recurso de casación habría que consultar la sentencia. La Ley de Procedimiento Penal establece que las sentencias deben notificarse a las partes y a sus representantes en todo juicio oral el mismo día en que se firmen o al siguiente, pero Tamara no la recibió ni se encargó de obtenerla.
Tampoco yo pude acceder a la misma. En Cuba, las sentencias no están disponibles para la libre consulta por parte de la ciudadanía. El Tribunal Supremo Popular publica un boletín anual en el que divulga una selección de sentencias, que por sus características resultan trascendentales para quienes estudian las leyes, pero el último boletín que aparece en su sitio oficial data de 2016, y no hay ninguna garantía de que el boletín de 2017 incluya la sentencia que aquí interesa.
A mediados de 2019 pedí a Tamara que la solicitara, pero para ella, de alguna manera, suponía revivir el momento del juicio y desechó la idea.
Quizás no exista nada que pueda devolverle la paz a Tamara. Casi tres años después del suceso, sigue buscando justicia. Y sigue dándole vueltas a la mismas pregunta que le daba vueltas desde antes del juicio: ¿qué pasará cuando Yuniesky salga de la cárcel? Como si tuviera la certeza absoluta de que en 20, 25 o 29 años su dolor será idéntico y sus nietos habrán aprendido su dolor.
«Yo voy a ir presa vieja ya. Yo no voy a permitir que mis nietos lo maten, porque lo van a matar. Esta cadena va a seguir y mis nietos no van a ser asesinos».
***
Un 11 de enero al anochecer Yuniesky asesinó a Taymara. La versión de los hechos es la versión de la madre. En resumen, su hija murió luego de recibir un golpe con un objeto contundente en la cabeza. Esto es lo que ella dice que le contó el forense, lo que escuchó en el juicio, lo que supo de manera informal, pues no conserva más documentos relacionados con la muerte de Taymara que el comprobante de la cremación, las respuestas de las instituciones a las que escribiera y unas fotos de los restos en las cuales destaca un agujero considerable en el lado izquierdo del cráneo.
Ya desde el 12 de enero, Yuniesky debió empezar a esparcir el cadáver por la ciudad. El 11, después de cometer el crimen, salió par de horas a una fiesta. Al regreso, se ocupó del cuerpo de su esposa. Lo introdujo en la bañadera de la casa donde vivían y lo descuartizó.
Hasta el 16 de febrero, de acuerdo con el testimonio de René Gómez, no apareció la cabeza. Tamara no recuerda la fecha exacta de la aparición, aunque en nuestra primera conversación, el 23 de febrero de 2017, declaró que había sido reciente.
El señor que encontró la cabeza, a pesar de haber testificado en el juicio, no quiso aparecer con su nombre en este trabajo. Cuenta que todo sucedió por su caballo: lo había llevado a pastorear por la tarde cerca de las ruinas de Mayordomía, y de pronto el animal empezó a relinchar, a actuar como espantado. Entonces el señor se acercó y vio la cabeza. Primero pensó que era una muñeca de brujería, hasta que vio los dientes.
«Se veía que era una persona bonita», dice, porque pudo verla bien. La cabeza no apestaba, ni tenía gusanos, ni hormigas. La boca estaba abierta y en una mejilla tenía un orificio. No mostraba signos de haber sido mordida por ningún animal.
Un vecino que es médico (tampoco accedió a que apareciera su nombre) acudió enseguida para verificar que fuera una cabeza humana, antes de avisar a la policía, y relata que la piel estaba como quemada o acartonada, pegada al hueso, «ya seca, dura, por el tiempo».
«El caballo allí no ha entrado más, y yo tampoco», agrega el señor.
El estado de conservación en que apareció la cabeza, un mes después de la detención del victimario, ha hecho que Tamara piense en la posibilidad de que existiera un cómplice del crimen o alguien que hubiera estado al tanto desde el inicio. A cada rato sueña con eso. Pero no cuenta con evidencias que confirmen su sospecha y dice que en el juicio nadie dijo nada al respecto.
***
Desde hace unas cuatro décadas, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, que el gobierno cubano firmó y ratificó en 1980, exhorta a los Estados Parte, en su artículo tres, a tomar «todas las medidas apropiadas, incluso de carácter legislativo, para asegurar el pleno desarrollo y adelanto de la mujer, con el objeto de garantizarle el ejercicio y el goce de los derechos humanos y las libertades fundamentales en igualdad de condiciones con el hombre».
Con el tiempo, el contenido de «las medidas apropiadas» se ha clarificado más. En noviembre de 2016, ONU mujeres publicó un resumen con diez elementos básicos para abordar la violencia contra las mujeres. El primer elemento abogaba precisamente por «leyes integrales para abordar la violencia contra las mujeres en espacios públicos y privados, que no sólo contemplen el enjuiciamiento de los agresores, sino también la protección, el apoyo y la reparación a las sobrevivientes, así como la prevención de la violencia».
El cuarto, pedía el «acceso a la protección inmediata y apoyo de calidad por parte de todas las sobrevivientes de la violencia, prestada de forma coordinada e integrada, incluida la asistencia médica e intervenciones policiales, sociales, psicológicas, de asistencia jurídica y de alojamiento seguro».
Tres años antes, en 2013, un informe de la Organización Mundial de la Salud había destacado que la violencia contra las mujeres era «un problema de salud global de proporciones epidémicas», pues afectaba a más de un tercio de la población de mujeres. Sus estimaciones advertían que cerca del 35 por ciento de las mujeres del mundo iban a experimentar hechos de violencia con una pareja o sin ella en algún momento de sus vidas.
El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, preciso y exigente en cuanto a la violencia de género, manifestó desde 2013 al gobierno cubano su preocupación por la falta de «información, estudios o datos estadísticos», de «un mecanismo eficaz de denuncia», de «legislación específica sobre violencia contra la mujer que tipifique como delito todas sus formas», y de «centros de acogida» para las víctimas. Sus recomendaciones, entonces, fueron las siguientes:
1) elaborar y aprobar «una ley general sobre la violencia contra la mujer que reconozca que esa violencia supone una forma de discriminación contra la mujer».
2) preparar «un plan de acción estratégico nacional para la prevención de todas las formas de violencia contra la mujer, la protección de las víctimas y el castigo de los autores y velando por su plena aplicación».
3) sensibilizar a la población a través de los medios de comunicación y de programas de educación e impartir capacitación obligatoria a los jueces, fiscales, agentes de policía, proveedores de servicios de salud, periodistas y personal docente.
4) proporcionar «asistencia letrada gratuita y asistencia y protección adecuadas a las mujeres víctimas de la violencia mediante el establecimiento de centros de acogida, especialmente en las zonas rurales, y el aumento de la cooperación con las ONG».
5) reunir «datos estadísticos sobre todas las formas de violencia contra la mujer, incluida la violencia doméstica, desglosados por sexo, edad, origen étnico/condición de minoría y relación entre la víctima y el agresor, y realizando estudios o encuestas sobre el alcance y las causas últimas de la violencia contra la mujer».
En 2020, aún no ha sido creado el primer centro de acogida para las víctimas de violencia de género, ni se ha aprobado una ley general sobre la violencia contra la mujer, ni las estadísticas disponibles sobre el tema son suficientes.
La psicóloga y afrofeminista Sandra Abd’Allah-Álvarez, autora del blog Negra cubana tenía que ser, explica que «las leyes reflejan en alguna medida el pensamiento de la sociedad y en Cuba el imaginario social es muy patriarcal, deja a la mujer desvalida, en subordinación al hombre en la pareja».
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Yo le di lo que nunca tuve yo. Y no me sirvió de nada. Por eso a los padres yo les digo que en vez de cosas materiales hay que dar amor. Amor, no le di amor. No le di amor porque siempre estuve en mi mundo, buscando dinero, y no la atendí. Pagándole a esta para que me la cuidara, a la otra, y no le di amor, por eso a ella le pasó eso.
Esa culpa siempre la voy a llevar. Le di cosas materiales pero no le di amor, mi amiga. No puedo ser hipócrita conmigo misma.
Fíjate que ella era una niña que no dejaba que tú la abrazaras. No dejaba que tú… «Ya, Doña, ya». Ella era una niña fría. Y a lo mejor ese amor lo buscó en los hombres, viste, y por eso abusaron de ella. Yo soy muy inteligente. Yo tengo escuela de calle, a ver si tú me entiendes. Porque he vivido con el mundo, he tenido que vivir en casas de personas así.
Y fallé en eso, que no le di amor. Y esa es la culpa que voy a llevar siempre, cuando me levante, cuando me acueste, hasta el día que me vaya a morir. Me faltó eso: amor. Por eso yo le pido perdón a ella siempre.
Porque yo no lo tuve. ¿Y qué quise darle para que no hiciera lo que yo hice? Cosas materiales. «Mami, la amiguita mía tiene un par de patines». Y ahí iba para Varadero yo a robarle a los yumas pa’ patines. Pa’ cadena. Pa’ todo lo que ella quería.
Implantes largos. Ella tenía pelo, era media mora, pero le gustaba eso y yo se lo daba. ¿Bicicleta buena? Bicicleta buena. Cuarto con de todo para los quince. Quiso las fotos y su casa allá arriba y se la hice. Clóset bueno con todo. Empeñarme con la difunta Cundo, de aquí de Cárdenas, que todo el mundo la conoció, que era mi amiga, que vendía ropa, «Tamara, tú me la pagas poco a poco», para que ella tuviera de todo. Era mi amiga, que Dios la tenga en la gloria a esa señora, igual que yo de mi tiempo, de aquel entonces, de la farándula vieja, como digo yo.
El amor mío a lo mejor no lo tuvo, pero no tenía que acostarse con nadie por nada porque yo todo se lo daba. Que ella después se enamoró y quiso comprar el amor, el amor no se compra. El amor viene, el amor cae, el amor se desprende.
Entonces fallé en eso, que no le di amor, y buscó el amor en los hombres. ¿Qué vio ella en mí? Un mal ejemplo. De la vía más fácil de jinetear. No vio en mí que yo me busqué un trabajo. ¿Qué vio en mí? Una jinetera más. No me veía como mamá. Me vio a mí como… Como pedirme dinero.
Una tiene que ser sincera en la vida para tener una resignación por dentro. ¿Entendiste? Nos fajábamos ya como enemigas. No teníamos buena comunicación. Ella se llevaba el televisor y yo atrás de ella por toda la cuadra «no te quites el televisor, no te quites…» Y la fajazón era porque yo sabía lo que venía mi amiga.
«Ese hombre te va a matar, fulana, ese hombre te va a matar, fulana. Ese hombre no es para ti. Tú eres una negrita bonita. Búscate otro hombre más fino. Todos tus novios han sido finos, él no tiene que ver con tu mundo».
Eso me lo voy a llevar yo siempre en mi corazón. Es la única culpa que siento, que no le di buen ejemplo… A lo mejor yo tampoco lo tuve. Pero me confundí, mi amiga, sí me confundí. Nunca tuve tiempo para cargarla, darle un mimo, darle un abrazo. No, el tiempo mío era: «coge esta cadena, coge esta bicicleta, ponte estos moños, ponte esta ropa».
Ahora que estoy más vieja, tengo 48 años, me doy cuenta que es basura, que el dinero no es la vida.
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En noviembre de 2019, 40 mujeres cubanas de distintos perfiles profesionales, vinculadas todas a la defensa de los derechos de las mujeres, presentaron en la Asamblea Nacional del Poder Popular una solicitud de Ley Integral contra la Violencia de Género. Se basaron en el artículo 61 de la Constitución, que reconoce el derecho de las personas a dirigir quejas y peticiones a las autoridades, así como la obligación de las autoridades de tramitar y dar respuestas oportunas, pertinentes y fundamentadas a las quejas y peticiones. Marta María Ramírez y Sandra Abd’Allah-Álvarez fueron dos de las firmantes.
La solicitud, gestada en la plataforma Yo Sí Te Creo en Cuba, concretó tres puntos. El primero: incluir en el próximo cronograma legislativo –que se publicaría en enero de 2020– la elaboración de una Ley Integral contra la Violencia de Género. El segundo: constituir un grupo asesor con experiencia en el tema, cuya composición fuera de conocimiento público, que acompañara la redacción del proyecto. El tercero: recibir y procesar propuestas de la ciudadanía.
El 10 de enero de 2020, tres días antes de que se publicara el cronograma legislativo en la Gaceta Oficial, cuatro de las firmantes (Lidia Magdalena Romero Moreno, Liliana Ariosa Roche, Rita María García Morris y Teresa Díaz Canals) fueron citadas a una reunión con tres representantes del Parlamento, en la Oficina de Atención a la Población, en la que les informaron que la ley que habían solicitado no aparecería incluida.
Cuatro días más tarde Yo Sí Te Creo en Cuba compartió una breve relatoría sobre el diálogo sostenido. Según las cuatro participantes, los representantes del organismo dijeron que el cronograma sería flexible, estaría sujeto a ajustes y a revisiones cada seis meses y advirtieron que la FMC era «un centro para toda esta actividad». No mucho más.
De acuerdo con el Observatorio de Género de América Latina y el Caribe, en 13 países de la región existen normativas de protección integral frente a la violencia, y en otros 18 el feminicidio está tipificado como delito. La tendencia a regular refleja la magnitud del fenómeno y la presión de distntos grupos sociales, principalmente de feministas, para que los Estados actúen al respecto. Solo en 2018, según datos de 25 países latinoamericanos y caribeños, al menos 3529 mujeres perdieron la vida por causa de la violencia, aunque la cifra podría ser mayor si algunos países no se limitaran –como Cuba– a contar los feminicidios cometidos por la pareja o ex pareja de la víctima.
En Cuba, uno de los últimos logros en materia legislativa ocurrió en 1999, hace 21 años, cuando la reforma del Código Penal –con la Ley №87– estableció como agravante, en los delitos contra la vida y la integridad corporal y contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales, la familia y la infancia, el hecho de que el victimario fuera cónyuge de la víctima o tuviera algún parentesco con la misma. Sin embargo, esto no cumple ni de lejos con los estándares internacionales y con las recomendaciones de los especialistas.
El Manual de legislación sobre la violencia contra la mujer de ONU Mujeres señala que muchas leyes sobre violencia contra la mujer se han enfocado sobre todo en su tipificación como delito, pero que «es importante que los marcos jurídicos superen este enfoque limitado para hacer un uso efectivo de una serie de ámbitos del derecho, incluido el civil, el penal, el administrativo y el constitucional, y aborden la prevención de la violencia y la protección y el apoyo a los supervivientes».
«Las personas que han trabajado en materia legislativa, desde la comunicación social, la psicología o la sociología, saben que el abordaje de la violencia de género debe ser integral, que estamos hablando de la necesaria transversalización de los principios de igualdad, equidad y justicia de género en las legislaciones existentes y en las que faltan por plantear», argumenta Marta María Ramírez.
A su juicio, una de las principales limitaciones para legislar en Cuba en este sentido radica en que «los legisladores se reúnen poco, tienen compromisos partidistas –con un partido viejo y fundamentalmente liderado por hombres– y siguen un criterio de unanimidad que parece casi imposible de subvertir».
«Yo creo que el machismo aquí está super entronizado en el concepto de nación, de patria, y de Revolución, con erre mayúscula», concluye.
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Tamara hizo una promesa a Yemayá el día que colocó el ánfora con las cenizas de su hija entre unas rocas en el fondo del mar. El ángel de la guarda de Taymara era Olokun, la deidad del panteón yoruba que vive en las profundidades del mar y cuya apariencia es un misterio absoluto, pero sus hijas o hijos se consagran en la religión a través de Yemayá.
«Yo se la entregué al mar. Dije: aquí está mi hija. Te entrego a mi hija biológica, ella es hija tuya en piedra, pero yo te la entrego biológica. Ahora, lo que te pido es que hagas justicia, con el permiso de Olofin».
Habían transcurrido ya más de dos años de la muerte de su hija, cuando en una misa espiritual su espíritu le dijo, mediante otra mujer, que la dejara descansar en paz.
«Esa muchacha que montó el espíritu empezó a llorar y me dijo todo en secreto. Y es verdad porque mi hija era reservada. No me lo dijo delante de los que estaban ahí. Me dijo: “yo quiero que tú seas feliz con mis hijos. No llores más, porque tú lloras donde nadie te ve, Doñita. Déjame descansar. Sácame de la casa, que lo que hago es perturbar. Llévame, llévame al mar, por favor. Perdóname, yo te quiero, yo quería regresar y él no me dejó. Cuídame a mis hijos. Tú veras que todo a partir de ahora te va a hacer feliz. Tú vas a ver cosas ahora”. He visto. Mira, tú viniste».
Asegura que ella cree mucho en el destino, que quiere un homenaje, y que esto –contar todo– es como una despedida con su hija: «y que no se olvide nunca la historia».
Adentro del ánfora Tamara guardó algo. Algo que solo ella sabe y que me reveló con la condición de que mantuviera el secreto. Algo que tiene que ver con su promesa.
«Cuando él se muera, yo me corto el pelo y se lo traigo a Yemayá. Aunque tenga hecho Oshún. Me pelo al rape. En el santo a mí no me pelaron al rape. Oshún no quiso. Tenía el pelo muy bonito y lo que me hicieron fue una corona grande para ponerme el santo en la cabeza, pero yo hice esa promesa».
***
Hay días en los que Tamara sale de su casa y no saluda a nadie. No le dan ganas. No mira a nadie, y cuando mira, no ve. Hay días en los que Tamara está sin estar. Dice que ella es así: «venática». Cree que hay vecinos –muy pocos– que son buenas personas y que hay vecinos que hablan mal de ella. Le duele la desmemoria de la gente, o la ingratitud, que puede ser algo muy similar. Cuando ella era prostituta ayudaba a todo el mundo.
Tamara dice «cuando yo era prostituta» como si dijera «cuando yo era emperatriz». Su cuerpo joven debió ser su imperio.
Dos años después de la muerte de su hija, Tamara sale a la calle a vender comida. En Cárdenas existe un mercado negro de primera, surtido por quienes trabajan en hoteles en Varadero.
A principios de 2019, ella intentó conseguir un puesto en el sector turístico. Cuando nos vimos en marzo, hablaba muy ilusionada sobre la posibilidad de trabajar, pero luego de varias semanas esperando respuesta, le dijeron que no podían contratarla. En junio del mismo año, ya no hablaba ilusionada, sino furiosa.
Entonces contó que hacía poco tiempo la había parado un policía por la calle y le había preguntado qué llevaba en su bolso. «Latas de garbanzo para vender», respondió. Y dijo también que si no sabían quién era ella, que ella era Haydée Tamara Macías Biart, la madre de la muchacha que habían descuartizado en enero de 2017 y la abuela de dos niños chiquitos, que estaba loca por que la metieran presa, ya que no le dejaban trabajar, para ver si el Estado se iba a encargar de sus nietos.
«¿Qué voy a hacer?», me pregunta. Y lo mejor que alcanzo a responderle es que vuelva por la oficina de Seguridad Social del municipio, aunque sé que las ayudas del Estado no alcanzan para criar dos niños.
Si Tamara fuera el personaje de una película, no sería Vivian (Julia Roberts) en Pretty Woman. Pretty Woman es un cuento de hadas para mujeres adultas. En la vida real, a las prostitutas no suelen sacarlas de las calles clientes adinerados que se enamoran de ellas, sino la vejez, la policía, la enfermedad o la muerte. En ocasiones, también salen ellas por su cuenta, pero muchas no pueden ejercer esa libertad.
Tampoco sería la inofensiva Iris (Jodie Foster) de Taxi Driver, a pesar de que Tamara tenía más o menos la misma edad que Iris cuando empezó a prostituirse. Ni siquiera sería Sandra (Annia Bú) en el filme cubano Los dioses rotos. A diferencia de Sandra, ninguna de las dos veces que Tamara salió de prisión hubo un amante que le ofreciera irse a vivir con él a una casa acomodada. (Aunque si hubiera aparecido la oferta, quizás la hubiese rechazado.)
Tamara sería Selma (Björk) en Dancer in the Dark, película del director danés Lars von Trier. Selma no era prostituta –ni siquiera llega a convertirse en amante de nadie en la historia–, sino solo una madre que comete un crimen para intentar impedir que su hijo pierda la visión. «Yo solo hice lo que tenía que hacer», dice Selma, una y otra vez. Desde sus quince años, Tamara es sobre todo eso: una madre que hace lo que tiene que hacer.
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¿Qué yo quiero compartir? Te lo digo siempre: que la juventud quiera a las madres, que las muchachitas hagan caso a las madres, que las madres sean civilizadas con la juventud, que la adolescencia es una etapa difícil. Todo no es meter presas a las personas por hacer algo mal hecho, sino también ver por qué lo hacen.
Que cuando una hija diga «tengo problemas con el marido», no la dejen ir sola, que es un cargo de conciencia que tengo muy fuerte. Porque fui muchas veces y cuando tuve que ir, no fui. Que vayan, que hablen, que conversen.
Que con el que mata, la ley sea severa. Nadie tiene derecho a quitarle la vida a nadie. Un animal no puede valer más que una persona.
Que no juzguen a las personas por su pasado, que conversen con las personas. Todo no es echar policía, o si uno vota o no vota. Este viaje (en la reforma constitucional de febrero de 2019) yo no voté porque no me dio la gana, porque cómo voy a votar, si no me están ayudando.
No soy contrarrevolucionaria, lo repito mil veces, no porque tenga miedo a nada, porque yo soy de derechos libres y hablo lo que yo quiera, pero no estoy de acuerdo con las cosas mal hechas, como reprimir a la juventud. Si una persona roba o se prostituye, pregúntale por qué, de dónde viene la base.
Que las abuelas sean iguales que yo y no entreguen los niños a las casas de niños sin amparo filial, que tengan fuerza y vean mi ejemplo, y cuiden a los niños, que nada como la familia. De los niños que están abandonados abusan mucho a veces, así me pasó a mí.
A mí me violaron, que no quiero que le pase ni a niños ni a hembras. No me gusta hablar de eso, es una cosa que ni te la he dicho. Todo se quedó oculto. Nunca lo denuncié. ¿Para qué? Si no me iban a creer. Eso me lo callé yo y lo superé así poco a poco. Yo estaba como en sexto grado por ahí. Jovencita, jovencita, 11 años, con uniforme rojo todavía.
Un familiar. Tú sabes que eso es secreto de familia, no me gusta… Somos familia todos. Eso se queda en casa. Nunca le dije nada, no me puedo enfrentar. Él me trata pero disimula, piensa que a mí se me olvidó.
Si Dios quiere a lo mejor lo oye. Él tiene mucha tecnología. Medios y esas cosas. A lo mejor lo oye y ahí mismo le da un infarto y ya descansa en paz. O le puede mirar a sus hijas bien a la cara.
Por eso es que yo digo que hago el sexo, no el amor. He hecho el amor pocas veces con pocos hombres, que se lo han ganado. Me he entregado poco. Por eso soy una mujer tan fuerte. Por eso a mis nietos les enseño: «no te sientes arriba de este, no te sientes arriba del otro, no se metan en casa de nadie a jugar». A mis hijas también las enseñé así.
Que las familias se unan. Las familias cubanas nos hemos vuelto muy materialistas, tú visitas al que tiene, y al que no tiene, ¿por qué no lo visitas y le das por lo menos un vaso de jugo o un huevo?
Que juzguen a las personas por su forma de ser y no porque sean mal habladas. Dios nos creó imperfectos. Ni las mejores gentes son perfectas. Que no juzguen tampoco a las personas por su preferencia sexual. Mi mejor amigo es un gay.
Esto que yo te hago a ti es como un alivio espiritual para mí. Porque sé que algo tiene que cambiar el mundo, nosotras no vamos a cambiar el mundo, el mundo es el que tiene que cambiarse, pero por lo menos, no sé, alguien oye, y hace algo con las mujeres.
Que se conozca la verdad de las cosas, que están muy tapadas.
En esta casa yo estoy muy afligida. A veces me da por pintar, por hacer esto, por hacer lo otro, y otro día me da por irme. Es que ella vivió aquí, y siempre se paraba en esa puerta… Me parece estar viéndola ahí: «Doña, ábreme… Doña, ¿tú estas durmiendo? Ven para hacerte un cuento…»
Notas:
[1] Femicidio y feminicidio no significan exactamente lo mismo. El término femicidio tiene su origen en los años 70 del pasado siglo, cuando la escritora feminista sudafricana Diana Russell lo definió, en síntesis, como el asesinato de una mujer por un hombre que se cree superior a ella y con derecho a quitarle la vida. Durante décadas, supuso un gran avance: politizó los homicidios de mujeres que ponían en evidencia las desigualdades históricas implantadas por el sistema patriarcal.
Pero, en 2006, la antropóloga y feminista mexicana Marcela Lagarde amplió el concepto de Russell. A partir de una investigación sobre los crímenes contra mujeres y niñas en México, que en 2004 habían alcanzado la alarmante cifra de 1205, y de su participación, como diputada, en la elaboración de la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia, que entraría en vigor en 2007, Lagarde abogó por el empleo del término feminicidio para visbilizar la «violencia institucional que conduce a la impunidad», es decir, la complicidad de las instituciones con la violencia de género.
«El feminicidio –explica la investigadora- es una ínfima parte visible de la violencia contra niñas y mujeres, sucede como culminación de una situación caracterizada por la violación reiterada y sistemática de los derechos humanos de las mujeres. Su común denominador es el género: niñas y mujeres son violentadas con crueldad por el solo hecho de ser mujeres y sólo en algunos casos son asesinadas como culminación de dicha violencia pública o privada».
El informe del gobierno cubano la CEPAL opta por hablar de femicidios, pero si atendemos a la definición de Lagarde y a las características del contexto cubano, lo correcto sería hablar de feminicidios. Si bien los asesinatos no quedan impunes, la violencia constante que sufren las víctimas antes de ser asesinadas sí suele ser bastante tolerada por la sociedad y sus instituciones. En muchos casos, los feminicidios han sido consecuencia, precisamente, de la impunidad con que un hombre puede abusar de una mujer.
Publicado originalmente en El Estornudo