Por un puñado de dólares

El Estornudo
6 min readJul 19, 2020
Foto: Carlos Lechuga

Por Carlos Lechuga

16 de julio, 6:30 de la tarde. Mi madre, con sus 70 años a cuestas, está sentada en el borde de su cama, con la mirada fija en el televisor. Un grupo de funcionarios trata de convencer a la población de algo. Algo que tiene que ver con las divisas. Escucho las frases: moneda libremente convertible, el enemigo, las redes sociales, onzas de frijoles, etc.

No le presto atención a lo que dicen. Como algo natural, desconfío. No les creo.

Invierto mi tiempo en mirar el rostro de mi vieja. Asiente. Esto es distinto, me dice. Ahora si están haciendo cosas para ayudar.

No puedo aguantar y me río. Mamá no me hace caso y sigue atendiendo la Mesa Redonda como una niña chiquita.

Parece que ella sí les cree.

Dejo el teléfono y me pongo a detallar el cuerpo de mi madre. Sus piernas carnosas llenas de venas. Sus rodillas que tantos problemas les trae. Su vestidito de dormir.

(Mi madre, con la exactitud de un tren japonés, se acuesta todos los días a las ocho).

Le veo los brazos. Las arrugas del cuello. Sus ojos ilusionados. Ilusionados una vez más.

Las noticias de hoy son que el dólar va a costar lo mismo que el peso cubano convertible, y que van a poner una pila de tiendas nuevas, pero solo para los que tienen dólares.

Le miro las manos a mi madre. Tiene la costumbre de jugar con sus uñas. Recuerdo cómo hace años, muchos años, ella dejó sus estudios personales para irse a cortar caña por la Revolución. Por la Revolución también dejó a uno de sus novios para irse a sembrar café.

(Mi mamá no ha tenido mucha suerte en el amor).

Le miro el mentón. Le queda una gota del café con leche que tomamos en la cena.

Toda su juventud, siendo bonita, inteligente, útil, se la dio al gran sueño. Al espléndido proyecto que nos iba a sacar a todos de la pobreza.

Por ahí hay una grabación de Fidel hablando de carne de res, pollo, leche y huevos, que parece una cinta sacada de una película mala de ciencia ficción. Ciencia ficción mexicana. Santos contra la producción nacional, se podría llamar.

Ayer mismo le hacía el cuento a una amiga de la «operación adoquín» (la vieja fue artesana, vendedora de papas rellenas, alquiladora de cuartos, editora y diseñadora de libros). Según ella, en tal operación cogieron preso a uno de sus amigos, un artesano muy bueno, supuestamente por tener unas pieles mal habidas. Para los que no lo saben, la «operación adoquín» fue una operación policial contra los artesanos. Pasó hace muchos años.

Bueno, la cuestión es que aquel amigo, al que la policía fue a buscar a su casa, tenía guardado entre las páginas de un viejo libro de Martí un billete de 100 dólares. Uno de los policías revisa el librero. Agarra el susodicho libro, lo abre, lo vira, lo zarandea, y por un milagro, o por esas cosas, el billete no cae.

En ese momento el dólar estaba prohibido. El amigo libró unos días. Los amigos se movilizaron y con unos contactos de las altas esferas trataron de salvar al socio, pero la dicha duró poco. Engañado, se lo llevaron supuestamente para una reunión, cuando la verdad es que se lo llevaban rumbo a la cárcel. Estuvo preso un año por gusto.

Según la vieja, el mulato más nunca pudo hacer algo que sirviera. Lo habían dañado.

Una tía mía se tuvo que tragar un billete de 50 dólares para evitar coger calabozo.

Yo no soy bueno para las anécdotas, pero en innumerables ocasiones he visto cómo mamá las cuenta.

Sin embargo, hoy la vieja estaba como un carnerito, inocente, creyéndose lo que le estaban diciendo en el TV: todo era para el bienestar del pueblo.

Mamá tuvo que criarme casi sola, con la ayuda de mi abuela, y como una fiera sacó adelante un hogar. En pleno Periodo Especial tuvo que dejar a un lado sus problemas de salud para montarse en una bicicleta y recorrer kilómetros en busca de carne de tiburón o aceite usado.

El aceite era negro, imagínate lo que le hacía eso a las arterias. Pero da igual. Éramos afortunados. Había gente peor.

La vieja pasó los setenta, los ochenta, los noventa, los dos mil, y ahora, en medio de una pandemia, estaba pasando la cosa rara esta también.

Mi madre, antes del 2006, no podía entrar en los hoteles, como el resto de los cubanos.

No podía tener celular. No podía viajar. No podía, ni puede, comprar un carro.

Mi madre ganaba como 20 dólares al mes.

Tuvo la suerte de tener a un padre embajador, y en una temporada, una vez al año, podía ir a la tienda de 3ra y 70 a comprar alimentos que no se encontraban en ningún otro lugar de la isla.

La vieja, en una temporada, tuvo que ponerme a dormir con ella en una camita en la sala de la casa para poder alquilar el cuarto del fondo. En esa época, una vecina la denunció por no tener licencia para alquilar y recibió una multa de 400 dólares.

En la actualidad, a mi madre le cuesta trabajo entender y sacar las cuentas de las tres monedas que corren por el país: dólar, peso cubano, peso cubano convertible.

Le miro los ojos. ¿Cuántas Mesas Redondas más se va a creer?

¿Hasta cuándo las mujeres y los hombres de a pie van a tener que seguir sufriendo esta situación?

Mi mamá no recuerda a qué sabe la leche de vaca.

Los funcionarios que salen hoy en la pantalla no son los mismos de hace unos años. Hay cosas que han cambiado, pero, en general, todo sigue siendo lo mismo.

La ciudad se desmorona y se siguen construyendo hoteles. En la entrada de Varadero estaba aquel gran cartel que proclamaba: «Todo lo que se recauda acá es para el pueblo».

¿Cómo se sentirán aquellos que estuvieron presos por tener dólares arriba?

Cuba es como un gran juego. Por lo que ayer te castigaban, hoy te pueden felicitar.

Si ayer te decían «brinca», hoy te dicen «agáchate». Y la gente, como si nada, cumple.

Yo en este momento tengo una sola tarea, tratar de tener a la vieja contenta, y comer cada día con una proteína, algo de ensalada o vianda. Tengo unos dólares, unos pesos y algo en moneda convertible, y no tengo la menor idea de qué es lo que debo hacer.

No tengo una guía. Sé que, haga lo que haga, voy a perder.

Pero ese es mi maletín.

Me levanto del suelo y dejo la habitación.

Ya en las redes comienzan los memes y los chistes sobre las nuevas medidas.

«El humor» es lo que salva a los cubanos, dicen por ahí.

La «nueva normalidad» no parece traer nada bueno. Era previsible. Un país que desde antes estaba en crisis, ahora debe estar peor.

Parece que el programa de televisión se acaba. Mi mamá arrastra las chancletas y se acerca al refrigerador. Abre la puerta, se apoya, mira adentro. El tiempo se detiene. El aire frío le da en la cara.

Aire frío, Contigo Pan y Cebolla, A lo mejor para el año que viene, Nitza Villapol, pizza de queso de preservativo, carne rusa, pollo por pescado. Todo eso me viene a la mente mientras miro a mamá.

Ya casi tengo 40 años y mi cabeza necesita limpiarse. Tengo que desfragmentar el disco. Dios mío, ¡qué cantidad de mierda nos han echado arriba!

La vieja agarra un pedazo de pan y lo pone a calentar. No la puedo dejar sola. Me la imagino, sola, con sus 70 años, en una inmensa cola tratando de comprar algo en una moneda X.

¿Qué será de la vida de los viejitos que están solos, si las tiendas en pesos cubanos, las bodegas con libreta de racionamiento y las tiendas en pesos convertibles sufren, han sufrido y seguirán sufriendo un desabastecimiento voraz?

Si las autoridades solo parecen decir: «recaudación de divisas, recaudación de divisas», sin ponerse a pensar en el costo humano.

Si los cubanos recibimos un salario en pesos cubanos, y debemos pagar los alimentos en otra moneda, con un impuesto inmenso.

Si los precios son atroces.

Si los custodios que cuidan las divisas del Estado se paran en las aceras con sus armas aparatosas…

¿Cómo yo voy a dejar a mi madre, inocente, vieja, sola? En medio del oeste.

Me vienen muchas imágenes a la cabeza. Polvo. Balas. Caballos viejos. Revólveres.

A Western by… Clint Eastwood. Sergio Leone. John Ford.

La ley del más fuerte. Sálvese quien pueda.

No entiendo este experimento. No me creo nada de lo que sale en la televisión. Pero, quizá como en Good Bye Lenin, mi misión es mantener a la vieja feliz, alejada de cualquier preocupación.

No tengo la menor idea de cómo se va a acabar esta película. Esta película de Cinemateca que ya ha durado demasiadas horas. Solo espero que acabe pronto y que acabe sin sangre.

Pero es difícil saber. En cualquier caso, en todo buen Western siempre hay un duelo final.

Publicado originalmente en El Estornudo

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Revista independiente de periodismo narrativo, hecha desde dentro de Cuba, desde fuera de Cuba y, de paso, sobre Cuba.