Ortografía

El Estornudo
7 min readJan 23, 2020

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Fotografía: Jesús Adonis Martínez.

Por Juan Orlando Pérez

La más extraña criatura que vive en Cuba es el lector de Granma que se toma el trabajo de escribir comentarios al final de un artículo. Hay muchas otras raras especies en la isla, como el dirigente, el hijo del dirigente, y hasta el nieto del dirigente, recientemente descubierto en Instagram, pero ninguna es más interesante, desde el punto de vista de la ciencia, que ese apasionado lector de tonterías que siente la efervescente necesidad de expresar su entusiasmo o su indignación después de leer una noticia o un artículo de opinión en el peor periódico del mundo.

Granma, hay que admitirlo, es un periódico utilísimo, sirve para envolver cualquier cosa, para limpiar cristales, hasta para forrar libros, si no aparece nada mejor. Uno se puede imaginar cuántas cosas puede hacer la gente con Granma, sería una catástrofe que el periódico del Partido Comunista redujera aún más su tirada y su paginación. Granma cumple una función esencial en la vida doméstica cubana, y hasta que no sea posible para todos comprar papel sanitario, o papel de cocina, Granma debería seguir imprimiendo millones de ejemplares cada semana. Su versión electrónica, sin embargo, es completamente inútil, no se puede envolver o limpiar nada con ella. Ni siquiera sirve para azorar las moscas.

Es difícil entender por qué alguien se tomaría el trabajo de leer Granma online, puesto que, con un simple clic, ese lector podría leer fácilmente un periódico de verdad, The New York Times, The Guardian, La Jornada, Asahi Shimbun. Más difícil aún es imaginar las razones por las que alguien creería que escribir un comentario en Granma sirve de algo, cumple un noble propósito, no es un gesto de escalofriante estupidez. Uno tiende a pensar que ese lector online de Granma es una criatura mitológica, como Nessie o el abominable hombre de las nieves, hay quienes aseguran haberla visto, pero nadie puede aportar evidencia fotográfica de su existencia. Nadie ha logrado encontrar uno de esos enérgicos lectores de Granma, pero ahí están sus comentarios, como huellas en la nieve de un enigmático monstruo que rehúsa todo contacto con la humanidad.

La mayoría de los artículos de Granma pasan desapercibidos, o casi. La columna de Rolando Pérez Betancourt sobre Parásitos provocó solo cuatro comentarios, dos de ellos de lectores que preguntan dónde pueden ver la tan admirada película sudcoreana. Un artículo de la doctora Graziella Pogolotti titulado «Problematizar la realidad» recibió un solo comentario, de un lector que describió las ideas de la autora como una «versión didáctica del pensar/actuar del Presidente Díaz-Canel», lo cual es un insulto que esa pobre mujer no se merece a estas alturas de su vida. No recibió comentarios la noticia «Perfila Guantánamo dos polos exportadores», ni siquiera de lectores guantanameros. Es probable que el autor de esa noticia tampoco la haya leído, que la haya escrito con los ojos cerrados. Sin embargo, la nota reportando el arresto de dos individuos supuestamente implicados en las acciones de Clandestinos, esos joviales vándalos que arrojan sangre de cerdo a los bustos e imágenes de José Martí, había recibido 427 comentarios hasta la tarde del viernes pasado. Incluso la doctora Pogolotti iba a escribir una nota, y se contuvo.

El interés que ha despertado Clandestinos no es sorprendente, no ocurre todos los días que alguien se burle tan rampantemente del gobierno cubano, sin que lo atrapen y lo despedacen. Si los cogen, los tribunales de Raúl Castro los van a condenar a varios años de cárcel, los van a tratar como terroristas, agentes enviados por Luis Posada Carriles desde el más allá para atormentar a sus eternos enemigos. Sin embargo, lo que ha hecho Clandestinos hasta este momento es tan simple, tan, si se quiere, pueril, que un juez benevolente en otro país los condenaría tan solo a pagar una gruesa multa por vandalismo y daño a la propiedad pública. La campaña de Clandestinos contra los bustos de Martí es, en sentido estricto, insignificante, y por eso mismo, extrañamente magnífica. No ha puesto en peligro a nadie, no ha causado daño a ningún individuo en particular, pero ha dejado en ridículo al gobierno cubano, cuya reacción contra los pícaros enmascarados ha sido tan efectiva como la de un elefante espantando a un mosquito con la trompa. Actos de repudio a Clandestinos y desagravio a Martí han sido convocados a lo largo del país en escuelas, fábricas y unidades militares, algo que debe haber deleitado a los vándalos, que quizás nunca se imaginaron que el gobierno cubano sería tan estúpido como para darles gratuitamente esa gloriosa publicidad.

Los lectores de Granma se han sumado a la campaña contra Clandestinos con exquisita virulencia. Leyendo sus comentarios, alguien que no hubiera prestado atención a los rumores sobre Clandestinos creería que los vándalos sacaron el cadáver del Apóstol de Santa Ifigenia y bailaron desnudos alrededor de él a la luz de la luna mientras invocaban a Lucifer y a Donald Trump. Ni un solo lector ha intervenido para advertir que los ataques de Clandestinos no están al parecer dirigidos contra Martí, sino contra el gobierno que se apropió de Martí y lo usó para justificar su ocupación indefinida y tiránica del poder. Ni un solo lector ha pedido compasión o indulgencia para los dos detenidos, o ha argüido que, incluso si hubiera sido el propósito de Clandestinos mostrar su feroz aborrecimiento hacia Martí, y burlarse de él y su legado, eso, en sí mismo, no debería constituir delito, aunque sí lo sea destruir o dañar bienes públicos. A decir verdad, nadie se ha molestado en calcular los daños materiales causados por Clandestinos, que parecen ser muy pequeños, algunos estudiantes de secundaria han hecho ellos solos más daño a sus escuelas en un solo día que Clandestinos en toda su campaña.

Algunos lectores han llegado a pedir la pena capital, aunque otros, más moderados, solo han pedido para los arrestados, y para los que caigan después, severas penas de cárcel, o lo más que se les pueda dar sin violar el actual Código Penal. Los muy ingenuos, no se han enterado de que el Código Penal cubano es tan flexible que alguien podría ser condenado a treinta años de cárcel por escribir un artículo en El Estornudo, si así lo determinara Raúl Castro. Varios lectores han imaginado juicios públicos para los Clandestinos, en Santa Ifigenia, pidió uno, o en la Plaza de la Revolución, demandó otro. Muchos han pedido que los dos supuestos Clandestinos sean obligados a limpiar y reparar los bustos de Martí dañados en esta revuelta, y todos los demás. No pocos han pedido que, como castigo, los dos hombres sean obligados a leer las Obras Completas de José Martí. «Eso no sería un castigo», tuvo que advertir un lector.

Es posible que los comentarios escritos por esos lectores de Granma hayan sido espontáneos, que nadie les haya dado la orden de hacerlo. Lamentablemente, alguien debió al menos corregir su ortografía. Si hubieran escrito estos comentarios en el artículo sobre los dos polos exportadores de Guantánamo, no importaría que lo hubieran hecho con los pies, nadie espera que el potencial de la floreciente economía guantanamera sea debatido en gongorino español. Pero los lectores que escribieron comentarios sobre Clandestinos se ufanaron de la cultura, la educación y la dignidad que la Revolución supuestamente habría traído a Cuba, y muchos dijeron que los enemigos del gobierno de la isla, capaces de orquestar este ultraje a Martí, sin dudas no conocían su obra. La peculiar ortografía de esos lectores sugiere que ellos tampoco han leído a Martí, o a ningún otro autor, o bien no han pasado de «Pulgarcito» y algunos «versos sencillos», estos últimos porque los han oído en la «Guantanamera». El Estornudo, haciendo un somero examen de los comentarios, encontró estas perlas:

calucnias

ofenzas

deprimento (por detrimento)

endignamos

echos

a estado

combiene

yevar

yamarlo

bandalico

alcanze

orrendo

proseres

astruismo

seberamente

medrentar

mersenarios

deve

resiten

lagras

cemejante

jusgados

nombrarce

reciden

conosco

hiso

cavida

desonrra

dirijidos

dirijentes

obsena

inconsevible

a hecho

subverción

bajesa

mansillaron

escremento

desarmados (por desalmados)

emancillar

en sima

liberta (por libertad)

descencia

incumpatibles

idiologico

gentusas

palear (por paliar)

acahesidos

payasiando

indinación

iva a caer

refleccionar

que acer

perese

merezen

arroyar

delingue

compadesco

conoscan

quizo

dicnidad

apostor (por Apóstol)

guzanos

compacion

recidiendo

nosivo

pocision

asecho (por acecho)

contrarevolucion

halla pasado

comiensa

hizieron

vastante

enorgullese

ay que (por hay que)

astrocidad

consecuensias

desida

haci (por así)

dignida

idiologia Martina

Y habría que sumar decenas de errores gramaticales, muchos de esos lectores no saben escribir una oración simple, con sujeto y predicado, uno se pregunta cómo pasaron segundo grado. Por supuesto, el problema no es, o no solo, la mala ortografía, cualquiera comete errores, incluso El Estornudo. Seguramente a Martí también se le fue alguna vez una s donde debía haber estado una c, ningún escritor es inmune. La pésima ortografía colectiva de los lectores de Granma, que no podría ser atribuida a la prisa y al descuido de un lector u otro, es solo un síntoma de algo mucho peor, la pobreza de pensamiento, de conocimiento y de carácter de esos lectores. Más escandalosa que los ataques de Clandestinos a los bustos de Martí, es la evidencia de cómo la combinación de una educación muy defectuosa, y la tosca, omnipresente propaganda castrista, ha creado una fracción de la ciudadanía cubana que no solo no sabe escribir, sino tampoco hablar, o pensar. Que habla con bastedad, escribe sin reconocer reglas ortográficas primordiales, y piensa en eslóganes y clichés, sin generosidad, sin imaginación, sin libertad. Y no es que, siendo todos meros lectores de Granma, sean inofensivos. Hay algunos de ellos que ya son ministros. Esa gente, doctores «internacionalistas», militares retirados, estudiantes de la UCI, profesores de tecnológico, quienesquiera que sean, son la inamovible zona residual de apoyo al gobierno Castro-Díaz-Canel en la sociedad cubana. No quieren un cambio, no lo comprenden, la mera idea les parece una abominación. Los comentarios de los lectores de Granma son una muy precisa indicación de la descomposición de la cultura política del castrismo terminal. Quizás, aún más deprimente que el miedo o la indiferencia de la mayoría de los cubanos, sea esto, la paupérrima calidad del discurso político popular, su ilegibilidad, su degeneración en jerigonza, su falta de sinceridad y sentido común, la conclusión inevitable de que muchos cubanos aún hablan y piensan como si se hubieran tragado un editorial de Granma. A pesar de todo, después de tantos años. Nunca, desde Dos Ríos, ha estado Martí más muerto que ahora. Ni el idioma español en Cuba.

Publicado originalmente en El Estornudo.

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