Muerto el perro se acabó la rabia

El Estornudo
5 min readAug 10, 2022

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Perro callejero en Cuba / Foto: 5 de septiembre

Por Inés Casal

La mordida que recibió mi mamá, a sus 70 años, de una perrita recién parida hubiese pasado a engrosar las anécdotas clásicas de la familia, tan proclive a revisitarlas con frecuencia, a reír y emocionarse con ellas, y a contarlas a las nuevas generaciones. Pero el hecho adquirió tonos tan dramáticos que su recuerdo aún nos sobrecoge y ha quedado guardado solo en la mente de algunos miembros de la familia.

En 1980 uno de mis hermanos se mudaba con su prole de su pequeño apartamento, en la zona de El Vedado, a una casa largamente esperada y más que merecida en La Habana del Este. Nuestra madre había estado ayudándolos en la recogida de sus enseres, y unas horas después del mediodía, desde la acera y frente al camión de mudanza, ya se despedía cuando sintió la mordida en uno de sus pies.

Junto al edificio del que se marchaba mi hermano con su familia, en una empresa estatal, una perra callejera había establecido su nido detrás de una cerca. Allí amamantaba a sus cachorros recién paridos. El ruido del camión al arrancar y, en general, el trasiego tan cerca de donde tenía a sus hijos la hicieron sentir necesidad de defenderlos. Y atacó a mi mamá.

Mientras el camión con la mudanza se dirigía hacia su destino, mi hermano auxiliaba a su madre y la llevaba al policlínico cercano, no solo para que recibiera los primeros auxilios, sino para dar cuenta del hecho ocurrido y seguir el protocolo que, al menos teóricamente, está establecido en estos casos. No suficientemente confiado en que las cosas ocurrirían de forma correcta, regresó al lugar donde se refugiaba la perrita con sus cachorros y alertó también a la dirección de la empresa estatal sobre la importancia de que esta fuera cuidada y vigilada correctamente.

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La rabia es una enfermedad zoonótica viral que afecta tanto a los animales domésticos como a los salvajes. Esencialmente, la enfermedad ataca el sistema nervioso de los mamíferos y, una vez que los síntomas clínicos se manifiestan, suele ser mortal. La profilaxis indicada es la utilización de la vacuna antirrábica, aunque en el caso de personas mayores o vulnerables se trata de evitar este tratamiento, que puede resultar demasiado agresivo.

Si el agresor es un perro o un gato domésticos, el dueño lo vigilará directamente. Si el ataque proviene de un mamífero callejero, las instituciones de salud deben ser advertidas lo antes posible y tienen la obligación de alertar a los servicios veterinarios para encontrarlo, apartarlo y ponerlo en cuarentena durante el período de observación. En ambos casos, es obligatorio y muy necesario que haya una rápida información, a la entidad de salud que corresponda, acerca de cualquier cambio en el comportamiento de la criatura que haga sospechar la presencia de la enfermedad. Los animales muertos, o sometidos a eutanasia, sin que se haya establecido correctamente la presencia o no del virus, deben examinarse de inmediato en el laboratorio.

La práctica de acoger a perros y gatos callejeros en centros de trabajo, sin que haya una verdadera responsabilidad sobre su cuidado y atención, es algo mucho más común en Cuba de lo que una pueda imaginar. Los trabajadores, mostrando un amor discutible por estos animalitos, suelen alimentarlos y dejarlos convivir con ellos, pero en casi todos los casos se desentienden de sus necesidades básicas de salud, incluida la obligación de procurarles las vacunas imprescindibles.

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Al otro día del incidente mi hermano se presentó temprano en el lugar donde pensaba encontrar a la perrita y sus cachorros. Chocó entonces con la realidad inesperada y terrible de que, en su propio nido, el pobre animal estaba muerto. Creo que todos los que me estén leyendo pueden suponer la mezcla de dolor, asombro e ira que asaltó a mi hermano, y mucho más cuando conoció, a través de los propios trabajadores del centro, que los especialistas habían decidido envenenarla justamente por temor a una mordedura.

En pocos segundos mi hermano comprendió que, por muy grande que fuera su furia, lo más importante era recoger el cadáver y dirigirse a Zoonosis, donde se debían realizar las pruebas para confirmar la presencia o no del virus de la rabia en el animal.

Para mayor desgracia, ese día era sábado y la institución estaba cerrada. Así que a mi hermano solo lo recibió un vigilante, quien se vio ante oficial de completo uniforme militar, con una bolsa de arpillera en donde — aseguraba — traía un perro muerto, y que le explicaba por qué el cadáver debía ser admitido allí.

Con visible malestar, aquel trabajador se negó a aceptar el cuerpo del animal, aduciendo que no tenía potestad para ello, y le pidió a mi hermano que volviera en dos días. Ante las súplicas, accedió finalmente a recibir la cabeza de la perrita que, en definitiva, era lo único necesario para realizar las pruebas correspondientes. Así que, sin otra opción, y con la imagen de su madre en mente, mi atribulado hermano fue hasta un lugar señalado por el propio vigilante, lejos de la vista de los transeúntes que pasaban frente a Zoonosis, y con una pequeña cuchilla que siempre llevaba en su llavero, procedió a cortar la cabeza del pobre animalito. La tarea no resultó nada fácil; le causó un fuerte golpe emocional que duró varios días, y hasta cierto punto un trauma para el resto de su vida.

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Esta anécdota parece uno de tantos relatos «animalistas», pero realmente es un relato sobre la desidia. Es una historia en la que confluyen abandono, egoísmo, irresponsabilidad. Funcionarios que se pasan el problema unos a otros hasta que termina un hombre común cometiendo una abominación porque otros no quieren — y nadie les exige — hacer su trabajo.

He oído repetir muchas veces que un país que no protege a sus animales no es civilizado. Evidentemente, peor aún es un país donde no se protege nada que no sea lo que sus gobernantes necesitan, ya para enriquecerse, ya para perpetuarse en el poder.

Publicado originalmente en El Estornudo.

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Revista independiente de periodismo narrativo, hecha desde dentro de Cuba, desde fuera de Cuba y, de paso, sobre Cuba.

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