Los huelguistas de San Isidro
*El pasado 9 de noviembre la policía detuvo al rapero contestatario de 31 años Denis Solís, y el Tribunal Provincial de La Habana lo condenó en juicio sumario a ocho meses de prisión por el supuesto delito de desacato. Esta injusticia ha llevado a que el Movimiento San Isidro (MSI), organización a la que el rapero pertence, emprenda una lucha que no solo busca su liberación, sino la de todos los cubanos de una vez. Luego de exigir algunas demandas puntuales, varios miembros del MSI han comenzado tanto huelgas de hambre como de hambre y sed. Están dispuestos a morir, han dicho.
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Es el quinto día de protesta por la liberación de Denis Solís. Estamos encerrados en la sede del Movimiento San Isidro, Damas 955. Ya de noche, a un metro de distancia, siento la respiración de los huelguistas. Es un aliento vacío y rancio, y aunque no lo logro relacionar con nada más, me produce un estado de tristeza terrible. «¿Por qué hemos llegado a este punto?», le pregunto a Luis.
Estamos en la planta de arriba, sentados sobre un bulto de ropa sucia que amortigua el piso duro y nos sirve de colchón. Tratamos de buscar dentro de ese mismo bulto de ropa algo que nos sirva. Olemos cada pieza, escogemos una, la usamos, la intercambiamos, la volvemos a usar. Es la hora en la que preparamos algo de comida para las cinco personas que coordinamos todo y cuidamos a los huelguistas.
Las cosas se cocinan hervidas para no despertar el deseo. Comemos apartados. Mi mente se resiste a penetrar demasiado profundo en sus propios vericuetos. Mi accionar debe ser efectivo, óptimo. Mi cuerpo siente el peso de estas vidas, el de la mía propia. Si ella se relaja, él ríe; si ella se atormenta, él grita.
«Si pudiéramos ser libres, Luis», dice Omara, mientras se masajea suavemente la frente. A ratos, estalla alguna catarsis, pero por el momento son fugaces como un débil cortocircuito. Enseguida reconectamos, enseguida mantenemos la luz prendida.
No se piensa aquí en la muerte, aunque esta gente ha decidido morir. Pero la razón de sus muertes trae un aliento de vida muy sereno. No hemos llegado a ningún punto. No nos desesperamos aún. Sabemos que la pelea irá in crescendo.
«Para mí, la huelga de hambre es el poder de decisión que tiene uno sobre la materia», me dice Luis. «Mi mente y mi espíritu siempre andan en una dimensión otra, pero mi cuerpo tiene que estar aterrizado en el país este».
Él habla y yo armo una almohada con ropas dentro de un saco de vestir. «Si yo quiero hacer un dibujo con un carboncillo especial, aquí no hay carboncillo ni pinga, entonces mi espíritu tiene que bajar al terreno de mi cuerpo. Si yo quiero decirle algo al régimen, mi espíritu tiene que volver a bajar al cuerpo porque, si no, a este le toca el calabozo. Mi espíritu es un ente libre que está preso en un cuerpo que está preso en un sistema. Ahí es cuando dices, espérate un momento, y decides no aguantar más. Yo sí creo que la muerte mía puede significar muchas cosas. El sacrificio es la base del cambio de este país».
«Mi espíritu acaba de bajarme al cuerpo», pienso mientras transcribo estas palabras y escucho las arcadas de Yasser, que vomita por segunda vez desde que decidió hacer huelga de hambre. El cuerpo se opone a la resistencia. Sigo, sin embargo, sin pensar en la muerte.
He cargado conmigo Y la muerte no tendrá dominio, una compilación de poemas de Dylan Thomas que he leído quizá demasiadas veces. Estoy convencida de que no tiene dominio: la muerte aquí solo tiene la frialdad del piso y la humedad de las paredes. La muerte solo habita en el cemento. Esta gente pegada al suelo tiene el espíritu demasiado lejos, demasiado desprendido de los cuerpos diseminados sobre el suelo de la casa.
Publicado originalmente en El Estornudo