La última carta de la baraja intelectual
Por Iván de La Nuez
Si alguien dudaba del regreso a la normalidad, el reciente manifiesto por la tolerancia, firmado por unas 200 glorias, prueba que ya estamos en ella.
Lo que pasa es que se trata de una normalidad tan falsa como las preocupaciones de estos ilustres, y no refleja otra cosa que su agónico intento por seguir en la cresta de la ola. Esto es, continuar hablando por todos y en nombre de todos, no bajarse del burro de los que tienen cosas importantes que decir a los simples mortales que no saben hablar por sí mismos.
La carta de marras — con firmantes como Margaret Atwood, JK Rowling, Wynton Marsalis y Martin Amis — es el grito conjurado de unas personas cuya visión del mundo está pasando a mejor vida. Algunas de ellas, ni siquiera miraron para abajo cuando integraban el All Star de los brujos de la tribu, y ahora son incapaces de asimilar que la cultura se ha convertido en un descampado de pandillas sin chamanes a la vista.
Uno intuye que alguna responsabilidad tendrán esos intelectuales en la hecatombe de este mundo que ayudaron a explicar y construir.
Con los efectos todavía latentes de una pandemia que aún no se ha marchado, este texto forma parte de esa realidad paranormal que hoy llamamos, precisamente, «vuelta a la normalidad». El documento explícito de una burbuja desde cuyo aséptico confort no parece notarse que no hay luz al final del túnel porque lo normal es el túnel.
La primera noticia de esta enésima carta la leí en un periódico de derechas. Y era descrita, más o menos, como un llamado de intelectuales de la izquierda tolerante a otros intelectuales de la izquierda intolerante para salir del clima de intolerancia generalizado en el que estábamos inmersos. Una vez mordido el anzuelo, comprobé que, si bien la carta apelaba a esa tolerancia, era más parecida a una antología de famosos que a un cónclave de izquierdistas (sea esto lo que sea hoy día). Por ejemplo, también aparecían liberales confesos — como Kasparov — y neoconservadores ligeros — como Fukuyama — . Aparte, eso sí, de Noam Chomsky, que está en todas.
En un clima de ardor antirracista, demolición de estatuas, reivindicaciones de todo tipo, #MeToo, imprecaciones desalmadas por Internet y denuncias sin fin, estos guardianes del buen pensar han decidido poner orden en el relajo.
Debe ser duro comprobar que tus doctas ideas valen lo mismo que un tuit o un meme. Que al César de esta época no le hace falta leer a Maquiavelo ni a Montesquieu ni a Marx ni a ninguna otra «M» (ni siquiera al Locke de Carta sobre la tolerancia), porque le basta con su teléfono móvil para agitar el mundo. O que la gente, en lugar de escucharte, se dedica a interrumpirte sin contemplaciones. O que esos grandes periódicos que te sirvieron de tribuna — y te proporcionaron fama y emolumentos — se están viniendo abajo mientras arrastran consigo todos esos valores que representaste. O que cuando decías que las matanzas de los jemeres rojos eran un invento de la prensa capitalista (Chomsky), o que el mundo se convertiría en un mundo feliz y liberal sin más conflictos que sortear su aburrimiento (Fukuyama) nunca te hayas tomado un minuto para tener en cuenta a todos esos que aplastaban tus opiniones.
Por supuesto que no ignoro que el firmante Salman Rushdie sufrió una fatwa terrible. O que hoy cualquiera puede ser acusado injustamente desde uno o varios frentes por el simple hecho de opinar distinto. Siento, sinceramente, mi parte de injusticia, aunque esta intolerancia y este señalamiento constante han sido el menú vitalicio de mucha gente. En Cuba y en la diáspora, en analógico y en digital.
Así pues, perdonen que perciba esta Carta por un debate justo y abierto como el manifiesto de una intolerancia de élite contra la intolerancia de la plebe. De la intolerancia de salón contra la intolerancia de las redes. De una intolerancia normalizada contra una intolerancia espontánea. De la intolerancia binaria contra la intolerancia múltiple. De la intolerancia de los adalides de la democracia contra la intolerancia del demos, a palo seco y sin cracia.
Todo eso de lo que abominan, mis distinguidos intelectuales, es también resultado de ustedes. Y esta que han firmado es la última o penúltima carta de la baraja de una crisis que también es de ustedes.
Ahora, aguanten y jódanse.
Publicado originalmente en El Estornudo