Genio y figura: Estilo Vanito
El cantante, compositor y guitarrista Vanito Brown (Ihosvany Caballero Brown) nació en Santiago de Cuba en 1967. Llegó a la música a través de su padre, Juan Carlos Tito Caballero, quien fue cantante de orquestas como La Monumental, el Conjunto Casino y Soneros de Cuba, y como ha contado Abraham Jiménez Enoa en El Estornudo «tenía por costumbre llevarse a casa a sus amigos para montar números a guitarra limpia».
Vanito Brown estudió dramaturgia en el Instituto Superior de Arte (ISA) hasta 1992, pero desde 1988 tocaba en la que se conoce como «Peña de 13 y 8», con sede en el museo municipal de Plaza de la Revolución, en el barrio El Vedado.
En 1994 Vanito se convierte en miembro fundador y director de la banda de rock Lucha Almada, con la que graba el álbum Vendiéndolo todo (Bis Music, 1995). Dos años después viaja a España para grabar el primer disco del que sería el grupo Habana Abierta — antes Habana Oculta — , Habana Abierta (BMG Ariola, 1997). A este le siguieron los álbumes 24 Horas (BMG Ariola, 1999), Boomerang (Calle 54/EMI, 2005), 1234 (HabanAbierta, 2010) y HabanAbierta LIVE (Colibrí, 2012).
Poco más de una década después, en 2015, Vanito estrenó su primer disco en solitario, Norte, Sur, Este y Aquel (Bis Music), tras el cual grabó Bolero inaudito, con Kelvis Ochoa (Vanito Brown 2016), y La Habana a todo color (Vanito Brown, 2020), de reciente estreno.
Le escribí a Vanito por el Messenger de Facebook. Accedió enseguida a conversar para la sección «Genio y figura». Le envié estas preguntas por correo electrónico. Poco después me envió sus respuestas.
MAC: Siendo hijo de músico, supongo que tuvieras una idea un poco más clara de los escenarios y de la importancia del estilo de vestir en la relación con el público. Cuando comenzaste tu carrera musical, ¿tenías claro cómo querías lucir en escena?
VB: Mi padre, como director y administrador de su grupo, procuraba ropa de trabajo para todos los músicos: dos o tres mudas distintas, que iban alternando y renovando a través de encargos a sastres cubanos, o de donaciones de amigos extranjeros, o de las llamadas Tiendas Amistad de por entonces. No me centré más en mi apariencia que en la calidad de lo que me proponía componer, mejor dicho, que en «ponerme» para cantar.
La onda de la canción de autor, que era lo mío, llevaba un toque de desparpajo pseudointelectual que no había que disimular. Parecía venir con la vocación.
En la entrevista que diste hace unos años a Abraham Jiménez Enoa para esta revista, describiste las peñas en las que te estrenaste como cantautor a finales de los años ochenta en la Casa de la Cultura del municipio Plaza de la Revolución, antes de 13 y 8, como un círculo de músicos y poetas «todos muy nihilistas, muy esnobistas». ¿Cómo se manifestaba ese nihilismo y esnobismo en el vestir?
Por entonces nos rodeaba aquella mística de El Principito de «lo esencial es invisible a los ojos». ¡Menos mal! Cosas como el «look» o la ropa no dejaban de ser algo superficial, banal, menos importante o tabú. También aquel dicho de «mono vestido de seda…» Pero no había prenda «de afuera» o sencillamente atractiva que escapara, aunque te diera calor o te entrara el agua por las suelas.
Quisiera aclarar que con «muy nihilistas, muy esnobistas» me refería, y me incluyo, a la primera etapa, cuando se llamaba El Puente. Muy «ingenuos» o muy «inocentes» sería una descripción más justa. Y que aquellas primeras peñas, como El Puente, se celebraban en el mismo Museo Municipal de Plaza, no en la Casa de la Cultura de Plaza, tres calles más abajo. Y, ya después en una segunda apertura con el grueso de los que conformamos luego Habana Abierta, allí mismo fue que se convirtió en 13 y 8, que de nihilistas y esnobistas nada, sino casi todo lo contrario.
Habiendo estudiado dramaturgia, quizás seas tú de los pocos músicos cubanos con conocimientos de vestuario escenográfico. ¿Has podido utilizar ese saber en tu carrera artística?
Sí, pero muy limitadamente, porque en la mayoría de las ocasiones en la música que hago el vestuario no es lo más importante, no pasa de ser complementario.
Una vez, con Habana Abierta, en España, nos contrató alguien para actuar en las fiestas del pueblo. No nos advirtieron que se trataría de la fiesta particular de un partido político, y allí nos sorprendió el telón de fondo con la imagen del Che [Guevara], que respetuosa, pero inútilmente, pedimos que retiraran. En muy pocos días teníamos programado actuar en Estados Unidos, y se hacía muy difícil explicar el hecho de que en España — y esa es una de las cosas que más me gusta de ese país, después de mi mujer — el espectro parlamentario incluye izquierdas y derechas bajo un pacto social bastante ejemplar después de 40 años de dictadura y lucha por la democracia, y no queríamos que el mensaje de Habana Abierta fuera desvirtuado. Fue una actuación, por supuesto, desgraciada, y un poco de dinero ganado con cierto mal sabor.
A veces no sabes la plaza o el escenario que te esperan, y te pongas lo que te pongas…
¿En qué músico o artista te has inspirado para construir tu estilo de vestir?
Supongo que en ninguno en concreto. Por lo general, no me fijo tanto en el vestuario de los artistas que admiro como en la música que hacen, pero todo es mejor cuando los códigos visuales y los sonoros colaboran en el mensaje estético, como es el caso del belga Stromae. Me han impactado Tom Waits, Sting, Caetano Veloso, Earth Wind and Fire y, por supuesto, Michael Jackson, pero no como para seguirles el paso o imitarles en cuanto a vestuario precisamente.
¿Ha cambiado tu fuente de inspiración con los años?
Lo que mejor se me dio estudiando teatro fue la técnica teatral del clown, que funciona más desde dentro, explorando los límites del ridículo personal, y que no lleva necesariamente el vestuario típico del «payaso» de circo. En el teatro, a diferencia del circo, «clown» no significa precisamente «payaso».
Por otro lado, alguien me aconsejó — y me sirvió bastante — que como individuo y como artista no hiciera de mi vestuario una valla publicitaria de ninguna marca, logo o mensaje que no fuera el que quiero emitir, si no son parte de ese mensaje.
Tiendo a los colores planos, pero eso no quita que me diviertan los desparpajos de J Balvin, Bad Bunny, Post Malone… y un poco Lady Gaga. Tienen un sentido orgánico exquisito del ridículo, casi suicida, además de una música muy bien producida e indiscutiblemente contagiosa. Su incorrección me inquieta, porque me dan de qué reír y en qué pensar con sus atrevimientos. Parecen mostrar a conciencia lo que no se quiere ver, y sin embargo son número uno en las listas de hits y views. No es casual que lo sean. Es la juventud, como siempre. Creo que están a la altura de los tiempos que corren porque los resumen bastante, como pasó con [Salvador] Dalí, [Andy] Warhol, los Beatles, los Rollings [Rolling Stones]… contraculturalidad.
¿Recuerdas con qué ropa te presentaste la primera vez que tocaste en un escenario? ¿Y en televisión?
Me presenté en televisión por primera vez con cinco o seis años, en el programa infantil Caritas, de la televisión cubana. No recuerdo si fue, esa primera vez, con disfraz y maquillaje de conejo, y una chivichana sin ruedas. Ya mayor, uno de mis primeros conciertos en solitario y a guitarra fue en la primera planta de la Casa del Joven Creador, con una camisa de mangas largas a cuadros verdinegros, un short beige de pana, ceñido, y unas zapatillas «de ninja» negras. Nada que ver con nada.
¿Estabas satisfecho con la ropa que usabas para salir a escena en Cuba durante los inicios de tu carrera artística, o hubieras querido vestirte de otra manera?
Seguramente, sí. Pero ahora, mirando fotos de por entonces, no tanto. Tampoco ahora soy entendido para nada en moda. No era fácil vestirse cien por ciento a gusto. Por suerte lo esencial era invisible a los ojos.
¿Alguna vez fuiste censurado o recibiste alguna advertencia o amonestación relacionada con la manera de vestir en los escenarios o la televisión?
En los escenarios o la televisión, no. Pero en la beca, sí. La directora me llamó la atención por usar los pantalones estrechos en el dobladillo de abajo, y anchos arriba, como los usaban los cantantes pop de principios de los años ochenta. Daba mal ejemplo a algunos compañeros que ya me seguían la corriente. Eso se consideraba «diversionismo ideológico».
¿Has tenido que hacer alguna concesión estilística — con relación al vestir — para poder presentarte en escenarios o en la televisión en Cuba?
No. Solo estar más o menos a la altura de la ocasión, sin mayores exigencias. En los últimos 25 años habré salido más bien poco en la televisión cubana, cuando he ido como parte de Habana Abierta, y hasta muy recientemente se nos ha negado el acceso en grupo. No creo que precisamente por nuestros looks.
¿Cuánto y cómo se diferenciaba la ropa que usabas para salir a escena de la ropa que usabas a diario cuando vivías en Cuba?
Sin viajar y sin parientes que lo hicieran o dinero para comprar ropa nueva y buena, y sin una oferta en el mercado nacional, mi ropa de andar y actuar fue necesaria y prácticamente la misma. Al fin y al cabo, había que moverse en bicicleta, y no precisamente con ropa de ciclista.
Una mañana en 1990, siendo profesor de Inglés, fui a trabajar con la misma ropa con que me había presentado en la televisión. Tenía entonces dreadlocks. El director aprovechó para amonestarme y confesarme que no le gustaba nada mi apariencia ante los alumnos; daba «mal ejemplo» a los alumnos, a quienes les encantaba mi onda. Pero me necesitaban de profesor suplente, y supongo que por eso no me botó.
¿Cómo adquirías la ropa con que te presentabas en Cuba tanto en la Casa de la Cultura como en la peña de 13 y 8 y otros escenarios de la época?
Ya no se vendían las sandalias «guaracha» [guaraches] ni las camisas de hilo en el mercado de La Catedral. Ya todo lo bueno y actual era en dólares, prohibidos para los nacionales. A cada rato algún amigo extranjero me dejaba algo de su «percha». Me encasqueté alguna que otra talla extra de camisa, pantalón o zapatos, sin llegar a parecer un «payaso». Siendo de afuera, lucían mejor que lo que había en las tiendas por cupones en moneda nacional. Había que tener algo con qué ir pareciendo extraordinario, y había que ser creativos.
Hubo un tiempo en que Basilio, amigo y colega del ISA, se dedicó a coser chaquetas con retazos de jeans viejos, y a mí y a Raúl Ciro nos tocó alguna pieza. Daban muchísimo calor, pero tenían swing.
¿Tenías familia en el extranjero? ¿Tenías relación con ellos? ¿Recibías ropa de tus familiares en el extranjero?
No tenía familia en el extranjero ni familiares que viajaran. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, el amigo panameño de mi papá, un músico que le ayudaba con el vestuario, envió también para mí y para mis hermanas ropa que se nos quedaba corta o estrecha en cuestión de meses o semanas, porque éramos adolescentes y ya sabemos a qué velocidad se crece por esas edades.
¿Tuviste algún otro problema — más allá de la beca y de tu trabajo como profesor de Inglés — o sufriste algún tipo de castigo o represalia en aquellos tiempos?
Una vez, cuando el boom de la onda friky, antes de ser trovador, el CDR [Comité de Defensa de la Revolución] se reunió para repudiarnos a mí y a un par de amigos vecinos, concretamente a [la cantante de rock] Tanya y a su hermano Fernando, autor de «Ese hombre está loco», por la música que escuchábamos, por nuestra manera de vestir y por los «elementos», que así les llamaban a los amigos que traíamos al edificio.
Cuando aquello, a quienes se iban por el Mariel les gritaban, entre otros coros, «gusano, lechuza, te vendes por pitusa», y yo sufrí ante la idea de que cualquier domingo no pudiera volver a la beca porque mi papá hubiera solicitado también la salida del país: porque yo sabía que a él le encantaban los pitusas, ¡como a cualquiera!
Viajaste por primera vez al extranjero en 1993. ¿Con qué banda viajaste y cómo cambió tu vestuario artístico a partir de ese viaje?
Viajé a Argentina. Viajé solo, invitado por un grupo de amigos de la Casa de la Amistad Cubano Argentina en Buenos Aires. Vivo eternamente agradecido y en deuda con ellos. Les causé problemas, porque en mi recital allí critiqué al gobierno cubano por la discriminación a los cubanos en playas y hoteles, y aquella asociación estaba relacionada con el ICAP [Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos] y con la embajada [cubana].
La primera línea de «Luz, y no son los 70», tema de Lucha Almada, dice: «camisa estrecha, pelo largo y pantalón campana». La estética de los años setenta andaba de vuelta por allí y en el mundo. Creo que ahí entendí que las modas vuelven, se repiten como variaciones sobre un mismo tema, que creo es enfrentar los elementos, el calor, el frío… salvo en la Cuba profunda, donde ya sabemos por qué esas pintas se seguían llevando.
En Argentina me compré algo de ropa, casi toda barata, con la que resolví más o menos dos años, lo mismo para actuar que para andar. Estar casado con la madre de mi hijo, que era extranjera residente [en Cuba] y con acceso a las «diplotiendas» me ayudó a resolver esa cuestión ya con menos dificultad que de costumbre.
¿Qué impacto tuvieron las siguientes giras internacionales en tu manera de vestir, tanto cotidiana como artística?
No creo ni espero que se me reconozca por mi forma de vestir. No es lo que más me interesa, y creo que por eso mi proyección es discreta en ese sentido. Donde quiera que he ido, he visto a la gente vestirse a tono con el clima del lugar. Tanto en lo cotidiano como en lo artístico voy a lo práctico primero. En el escenario se suda, y a veces con el calor de las luces aún más. Y puede llegar a ser desagradable tanto para uno, sobre el escenario, como para quien le mira desde las primeras filas.
¿Pudiste comprar en las llamadas tiendas de habilitación, donde los cubanos que viajaban al extranjero por motivos de trabajo podían adquirir ciertas prendas de ropa?
Nunca. Pero la primera vez que mi mamá me visitó en España me regaló un «sobretodo» checo, de cuero, larguísimo y setentón, que le dio para mí alguien que lo había comprado allí años atrás. Me fascinaba, y a algún que otra fémina supongo que también. Me parecía al Principito [de Saint-Exupéry], en versión rasta y cerveza en mano.
¿Qué es lo más loco o excéntrico que te has puesto para tocar?
Ese sobretodo quizás. Mi manager se esforzó, sin lograr convencerme, para que dejara de usarlo. Debí hacerle caso y ligar menos.
¿Cómo definirías el estilo de Vanito Brown?
Qué sé yo… ¿estilo Vanito?
¿Pudiste alguna vez vestirte como Vanito Brown en Cuba?
En Cuba, y hasta el 2001, me vestía como Vanito Caballero. Desde abril del 2001 voy vestido de Vanito Brown, aun donde no saben y se me reclama como Ihosvany.
¿Cómo ha cambiado tu estilo de vestir desde que vives fuera de Cuba?
Ahora soy más consciente de mi complexión, siempre estoy con dos o tres kilos de más, así que uso talla M. Tiendo a lo práctico, cómodo y, si es posible, la versión original. He aprendido a ver diseños hechos muy para llamar la atención, impresionar para vender rápido y poco más, hasta la próxima versión. Y no me divierte ir de compras. He visto que por lo general lo primero que le pasa a los cubanos y cubanas, cuando viajamos al extranjero por pocos días, es que engordamos, y por lo general se engorda para siempre si te quedas a vivir fuera.
En los primeros años, con todas las opciones a mano, puedes sin querer estar haciendo más o menos el mismo ridículo que en Cuba, pero con etiqueta y olor a nuevo.
De ti, has dicho: «Tengo 53 años, soy un poquito feo, viejo y calvo, para andar con los pantalones por los muslos con el culo afuera». ¿Cómo crees que se vestirá Vanito Brown dentro de diez años?
No sé. Creo que vestiré igual, o de manera más práctica y cómoda, tirando a… ¿lo esencial? Ojalá el secreto siga siendo, por lo menos, que mi mujer me siga gritando, casi siempre con razón: «¡Ni se te ocurra atravesar esa puerta con esas pintas!»
Publicado originalmente en El Estornudo