Esta película está al revés
«Alguien como Leni Riefenstahl nos parece un modelo de consecuencia, comparada con el genio del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos», escribe Néstor Díaz de Villegas en su artículo sobre Tomás Gutiérrez Alea. «Leni abrazó el nazismo y lo articuló en indiscutibles obras maestras del cine trágico. Titón [Gutiérrez Alea], en cambio, se replegó hacia la farsa, el refugio de los arribistas».
Fue justamente al revés: Leni Riefenstahl negaba haber abrazado alguna vez el nazismo; Gutiérrez Alea jamás negó haber abrazado la llamada Revolución cubana.
No hacía falta haberlos entrevistado para saberlo. Ahora mismo, la ficha de Riefenstahl en Wikipedia cuenta, entre otras cosas, que cuando Budd Schulberg fue a arrestarla en 1945 para que identificara a criminales de guerra nazis, ella le dijo — y me lo repitió a mí en el vestíbulo del Hotel Colony de la Isla de la Juventud en 1990 — que nunca había llegado a enterarse de lo que pasaba en los campos de concentración. «Por supuesto, ya sabes, realmente entendí muy mal. No soy política», es la cita textual que puede leerse en Wikipedia.
¿Se refiere Díaz de Villegas al documental El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1935) cuando dice que Riefenstahl articuló el nazismo en «indiscutibles obras maestras del cine trágico»?
Solo un analista sectario puede caracterizar integralmente la obra de Gutiérrez Alea como «farsa». Su mejor película, la que desde su aparición en 1968 fue un desafío frontal al castrismo, Memorias del subdesarrollo, no es una farsa. Tampoco lo son La última cena, Una pelea cubana contra los demonios ni Fresa y chocolate. Entiendo que Díaz de Villegas apunta más a la actitud ante la vida que a la obra, pero al final lo que hiciste dice más de ti que lo que dijiste porque, de lo contrario, no estaríamos hablando de Riefenstahl.
Sin embargo, Díaz de Villegas asegura que «la farsa fue su medio y su destino», refiriéndose a Gutiérrez Alea. «Así, nuestro Gran Dictador aparece en sus películas como caricatura, un payaso solemne que solo merece tratamiento de silencio y slap-stick».
Suena bonito, pero no es verdad.
A ver. De Memorias del subdesarrollo, por ejemplo, recuerdo aquella secuencia en la que Sergio, el protagonista, interpretado por Sergio Corrieri, dice que la gente no es consistente «y siempre necesita que alguien piense por ellos», justo cuando aparece una imagen de Fidel Castro que se traga la pantalla. ¿Farsesco?
«Esta humanidad ha dicho basta, y ha echado a andar, y no se detendrá hasta llegar a Miami», se burla Sergio de la conocida frase de Ernesto Guevara mientras usa el telescopio de su balcón para otear La Habana. Tampoco suena a farsa. Partiendo de la noveleta de Edmundo Desnoes, nada farsesca, Gutiérrez Alea hizo esa película en plena efervescencia «revolucionaria», antes del caso Padilla, cuando el régimen impuesto por Fidel Castro encarcelaba impunemente a sus críticos a la vista de una izquierda latinoamericana y mundial y un «campo socialista» que aplaudían ciegamente.
En 1988, en una entrevista aparecida en las páginas centrales del diario Juventud Rebelde, Gutiérrez Alea declaraba: «En este país se ha equivocado al menos una vez todo el mundo, y no hago ninguna excepción».
En 1993, en Fresa y chocolate, David (Vladimir Cruz) grita: «Los errores no son la Revolución. Son la parte de la Revolución que no es la Revolución». Diego (Jorge Perugorría) lo encara: «¿Y a la cuenta de quién van? ¿Quién responde por ellos?» Nada farsesco, por cierto. Pero bueno: recuerdo que durante los rodajes en La Guarida, terminando de filmar una escena con un diálogo parecido, uno de los técnicos miró alrededor tras escuchar la orden de «Corten», y dijo: «Juana de Arco quedó cruda pa’ como vamos a salir de aquí nosotros».
Y por cierto: la farsa no es «el refugio de los arribistas». En el caso de Cuba ha sido también lo contrario. El teatro bufo o vernáculo cubano fue y es farsesco, desde las críticas al gobierno de Gerardo Machado en el Alhambra hasta los montajes del Teatro Musical en Consulado y Virtudes, donde Carlos Pous — el sobrino de Arquímedes Pous — usaba la típica «morcilla» para dar latigazos (algunos los vi, y otros me los contó). Sin contar lo que hace hoy Vivir del cuento en la televisión cubana.
Cuando Fidel Castro aplicó en la práctica su censura de «con la revolución todo, contra la revolución nada», una de las primeras cosas que hizo fue silenciar y proscribir la farsa vernácula cubana, porque sus comentarios satíricos de la actualidad estaban llenos de críticas políticas hechas sin pedir permiso. Aun si Gutiérrez Alea se hubiese refugiado en la farsa de La muerte de un burócrata y Guantanamera, eso no sería una prueba de que era el «comisario del corazón de oro del Politburó», otra frase tan ingeniosa como farsa, digo, falsa.
*José Antonio Évora (Sagua la Grande, 1959). Periodista, investigador y crítico de arte. Es autor del libro Tomás Gutiérrez Alea (Editorial Cátedra, Madrid, 1996)), basado en conversaciones con el cineasta durante los últimos años de su vida. También entrevistó a Leni Riefenstahl en Cuba, cuando la realizadora alemana viajó a Isla de la Juventud como turista de buceo.
Publicado originalmente en El Estornudo.