El regreso a casa del béisbol cubano
Por Francys Romero
Ocurrió un día que nadie recuerda ni conoce. El 19 de marzo de 1962 el gobierno naciente de Fidel Castro promovió la Resolución 83-A/62, firmada por José Llanusa, entonces ministro de Deportes. Se eliminaba así la práctica del profesionalismo en Cuba. A partir de ahí, el país entró en una larga carrera de 58 extenuantes años para retornar luego al punto exacto de aquellos tiempos turbulentos. De los protagonistas primeros no queda más que el recuerdo. Llanusa murió en 2007 y Castro en 2016.
Si Castro aún viviera, es probable que no estuviera sucediendo nada de lo que ahora podría ocurrir. El presidente de la Federación Cubana de Béisbol, Higinio Vélez, expresó en un programa de la Televisión Nacional que la institución estudia la posibilidad de que sus peloteros de Grandes Ligas puedan nuevamente, en caso de que quieran, representar a la isla en eventos internacionales.
Veamos en perspectiva algo más sustancial. En casi sesenta años de emigración de beisbolistas, ha habido más de mil salidas, y nada menos que 750 desde 2011 hasta hoy. La Serie Nacional se convirtió en un escenario sin luces, y los prospectos ya no esperan a cumplir los 16 para marcharse. ¿Qué pasó? ¿Qué ha sucedido para que esta obtusa política de sanciones esté a punto de quebrar?
Es un SOS de urgencia y sin clave Morse. La emigración del béisbol cubano destruyo al béisbol cubano no emigrado. «Ellos son una mala influencia, no porque sean contrarrevolucionarios, sino porque no encajan dentro de la nueva actitud del deporte», diría Llanusa en un artículo publicado en The New York Times en 1964.
Higinio no es Llanusa, no se expresa tan bien. Quizá Higinio –del que ya todo se ha dicho, y de quien el pueblo ha pedido en estadios de béisbol su renuncia con carteles expresionistas– no logre expresarse nunca. Él no es más que el títere de un gobierno que controla los designios del deporte desde la génesis misma de la revolución.
Fidel Castro amaba el béisbol profesional, una especie de capricho que debió extirparse después de 1961. En sus discursos hablaba de un individuo profesional carente de humanidad y exaltado por la mercancía. El amor se personificó en odio y años más tarde Cuba enviaba peloteros a torneos internacionales como soldados aglutinados alrededor de un relato bélico.
Dijo Higinio al periodista Héctor Villar, en un imperfecto programa llamado La jugada perfecta: «Estos atletas que están fuera hoy en día, por diferentes razones, las cuales todo el mundo conoce, y muchas de ellas fundamentalmente económicas, no por problemas ideológicos ni mucho menos, algunos fueron inducidos, otros fueron engañados, pero somos cubanos todos y nosotros siempre hemos hablado del equipo Cuba».
Esto es incierto. Los problemas económicos de los atletas que emigraron responden a un fallido sistema de oportunidades, y ese sistema lo rige un gobierno. La raíz estructural del conflicto es política.
«Algunos fueron inducidos». ¿Qué quiere decir? Quizá se refiera a la inducción del sueño en Inception.
«Otros fueron engañados». Probablemente los peloteros que emigraron decidieron que los «engañaran» para sobrevivir al desengaño de un sistema deportivo dizque amateur, desalineado del mundo.
«Somos cubanos todos y nosotros siempre hemos hablado del equipo Cuba». Un broche ridículo. ¿De qué equipo Cuba habló alguna vez el gobierno que incluyera a los peloteros emigrados? Más bien han sido tildados infinitud de veces de «traidores», o «mercachifle», tal como llamó una vez Fidel Castro al Duque Hernández.
El gobierno nunca fue sincero. No se podía hablar de profesionales. No podías comunicarte con quienes cruzaban la línea de no retorno. Se hizo moneda corriente el terrible término de «desertor», el cual debe aplicarse a quienes abandonan las filas de un ejército o cuerpo militar. Se persiguió, se sancionó, se suspendió.
La estructura del béisbol cubano se encuentra dañada en todas sus instancias: la base, la Serie Nacional, la carencia de nuevos conceptos, la ignorancia de los técnicos, los problemas estadísticos, el olvido de las figuras del pasado, la crisis de resultados internacionales (no olviden el sexto lugar en los Juegos Panamericanos de Lima 2019). Sí, sí, sí. Hermosas palabras de Higinio, cuando todo cabe en una. Éxodo.
Acá, algunos datos que ilustran:
–En 2015 emigraron de Cuba 202 beisbolistas, cuando entre 1960 y 1990, sumando todas las vías, salieron 195. Un solo año terminal superaba las tres primeras décadas.
–106 peloteros se marcharon en 2019. El promedio de edad fue de 17.8 años. Apenas 28 de ellos (26.4%) llegaron a ver acción al menos en una campaña de Serie Nacional. Es decir, nadie sueña con integrar equipos provinciales o nacionales.
–En 2020 continuará el éxodo. El éxodo continuará siempre. Y más ahora, que los atletas saben que podrían ser aceptados una vez se marchen. Ese será el imaginario del futuro.
Quienes regresan no son Yasiel Puig, Yoenis Céspedes, José Abreu o Yulieski Gurriel. Tras casi sesenta años de inquisición, es el gobierno cubano el que regresa a los predios del «profesionalismo». Se trata de un retorno que, si se consuma, traerá inequívocamente nuevas historias y alegrías, reconstruirá el patriotismo beisbolero cuasi perdido del cubano, y recetará unas gotas de alivio en la retina irreconocible del sistema deportivo de la Isla, tísico de resultados.
Sin embargo, el regreso sin disculpas ni reconocimiento del error se vuelve hipócrita y cínico, pues pasa por alto la memoria de quienes murieron y no pudieron visualizar un momento altamente deseado. También podría decirse que estamos ante un regreso triste y tardío.
El sistema del béisbol cubano no-emigrado ha caído en el más absoluto abismo. Incluso en el olvido. Solo ahora parecen darse cuenta de que todo, desde hace mucho tiempo, fracasó. Pero, a fin de cuentas, ¿qué es el béisbol, si no la salida de casa (HOME) y la voluntad de un recorrido romántico que nos lleve de regreso a ella?
Publicado originalmente en El Estornudo