El Oficio: Una idea del mundo
Por El Estornudo
A finales del año pasado Andrew Lawrence se maravillaba en The Atlantic acerca de cómo una editorial había confiado a otro escritor el proyecto de sus sueños como periodista deportivo: una gran crónica de toda la temporada del circuito profesional de tenis masculino. Lawrence ni siquiera creía que existiese una editorial dispuesta a pagarle por «hartarse de tenis durante todo un año» *, algo que él hace con frecuencia de todos modos. A decir verdad, no abundan libros como The Circuit: A Tennis Odyssey, de Rowan Ricardo Phillips.
Es apenas la segunda vez en medio siglo que el sello Farrar, Strauss and Giroux se aventura con un proyecto de non-fiction sobre el tenis. La ocasión anterior lo hizo con el perfil Levels of The Game, publicado primero en The New Yorker por el periodista John McPhee y que está catalogado por la crítica como uno de los puntos más altos del periodismo deportivo norteamericano. Sin embargo, The Circuit guarda pocas similitudes con la magistral pieza de McPhee. Este último se basa en la solidez del reporteo y utiliza el antagonismo de las dos figuras en colisión (Clark Graebner y Arthur Ashe) para abundar en todos los grandes conflictos que definen a los Estados Unidos: Republicanos y Demócratas, ricos y pobres, blancos y negros.
Pero Phillips no es precisamente un periodista y esquiva la posibilidad del hecho aislado como punto de partida para su libro. Al poeta y traductor neoyorkino le interesa el simbolismo de un circuito de torneos que sigue los ciclos del Sol, como un viaje físico y espiritual. La idea de las emociones compartidas entre las dos personas sobre la cancha y los millones viéndolos, en medio de la madrugada quizás, desde cualquier punto del mundo. Sin embargo, contrario a lo que cree Andrew Lawrence, este libro — finalista del PEN/ESPN Award for Literary Sports Writing — no está escrito desde la cómoda racionalidad del analista a quien se le encarga seguir un evento. El sufrimiento físico, la búsqueda de respuestas a problemas mayores dentro del drama de la competencia y, sobre todo, la expresión de un profundo sentimiento de devoción hacia el deporte, componen la singular historia que sirve de correlato a este libro.
En el verano de 2016 Rowan Ricardo Phillips desgarró uno de sus tendones de Aquiles jugando al tenis, una práctica heredada de su padre, quien no era ni académico ni deportista, sino un camionero de origen antigüeño con residencia en North Bronx. Leyendo la introducción del libro conocemos que fue este suceso, intrascendente aunque lamentable, la casualidad que propició el encuentro entre dos grandes elementos de la vida del poeta: el tenis y la escritura.
«Incapaz de hacer mucho más en todo el día que no fuera arrastrarme en la borrachera de los sedantes, miré el tenis todo el día, cada día, para pasar el tiempo», cuenta Phillips. «(…) Con el paso de las semanas, descubrí que había cambiado de una manera que no podía describir muy bien. (…) Este libro, esencialmente, se trata de las cosas que nunca logramos describir bien porque son fugaces. Yo no pude describir el tenis que veía a pesar de tener todo el tiempo del mundo para hacerlo y, oh, querer tanto, para así ganar conciencia de haber visto caer a Federer, una Serena ganable, a Nadal desvanecerse en el aire, un Djokovic fuera de ritmo cayendo en un túnel de conejo, y a Murray finalmente tocar la cima de la montaña».
Adolorido y frustrado, Rowan Ricardo Phillips se prometió a sí mismo que, algún día, cuando su cuerpo sanara y su mente se despejara, se enfocaría todo un año en el tenis y «como mismo los jugadores, seguiría el ciclo del Sol de principio a fin». Y ese momento llegó, en enero del año próximo.
Hacía dos años ya que poseía un espacio en The Paris Review, a donde había llegado primero como poeta. Algunas de los versos que integran sus laureadas colecciones The Ground (2012) y Heaven (2015) debutaron en la prestigiosa sección de poesía del suplemento trimestral. En medio de unos años de cambio para la revista bajo el mando de Lorin Stein, Phillips comenzó a introducir temas deportivos como parte de la expansión en su sitio web, una mera excusa para debates literarios, estéticos y sociales de mayor peso. El atractivo de una prosa que fluye suave a lo largo de los párrafos y lo propiciatorio de los temas que traía a la mesa en cada entrega, lo convirtieron en un favorito del gran público y los lectores de la alta cultura.
Phillips es, además de un buen poeta, un excelente traductor y profesor de Literatura y Escritura Creativa en varias de las universidades más prestigiosas de Nueva York. Desde esa posición en el mundo, escribe para todo el que quiera leerlo. A propósito de su «destreza intelectual», el periodista Patrick Sauer ha dicho que el constante cruce de referencias que atraviesa su conversación tiene el efecto de «un rally de 30 golpes», haciendo alusión de paso a su gran pasión por el tenis. En ese ir y venir de registros radica buena parte del éxito de su columna dedicada a la N.B.A. Durante el tiempo en que duró, sobresalen algunos ejemplos cuyo contenido se adivina en títulos de un exotismo poco común: “Liftoff is like fingerprint”, “Kings”, “Hustle and Trust: notes on the Knicks (and Edmund Spenser)” y el celebradísimo “Days of wine and Curry”, incluido en la colección que Library of América ha dedicado al baloncesto como patrimonio de su cultura.
Desde la tranquilidad de su columna en TPR, su voz alcanzó tal reconocimiento que en The New Yorker le encargaron las piezas de despedida a la leyenda Kobe Bryant en su retiro y a Carmelo Anthony, consentida estrella de los Knicks de Nueva York, cuando decidió abandonar al equipo y la ciudad. Luego de una reflexión final de la temporada 2015–16, hay un vacío de medio año en sus artículos. Lo que vino después, en enero de 2017, lo reconocemos ahora como el primero de esos textos en los que Phillips logró dar forma a las ideas que venían llenando su cabeza desde que se rompió los ligamentos.
Como bien ha señalado Geoff Macdonald en The New York Times, existe cierta «generosidad» hacia el lector en The Circuit, demostrada en las continuas pausas en las que Phillips explica con paciencia la estructura del calendario y el sistema de competencia. Los seis textos que conforman la base del libro, publicados de enero a julio de 2017, carecen de esa cortesía. Son un material más íntimo. Si bien durante los meses de padecimiento le fue imposible apoderarse de lo que sucedía a su alrededor, el autor de estos textos es alguien que está completamente consciente de la inestabilidad de los tiempos y se dedica, entonces, a dotar de sentido el único mundo que al fin le es posible explicar.
El siguiente fragmento, sin embargo, rompe momentáneamente con esos principios, justo antes de comenzar a relatar el improbable final de un improbable Abierto de Australia, jugado en la improbable época en que Donald Trump está a punto de jurar como presidente de los Estados Unidos:
«El tenis es un juego de ritmos ondulantes que existe al interior de cuatro círculos concéntricos — el ritmo de un punto, el ritmo de un juego de servicio, el ritmo de un juego de recibo, el ritmo de un set. Están interrelacionados, pero no se tocan necesariamente. Como una idea de orden.»
Este pequeño párrafo, finalizado con un claro guiño al poeta sobre el cual volverá otras veces, siempre refiriéndose a él con el discreto nombre de Wallace Stevens y no por aquel con que firmó sus grandes obras, se lee invariablemente como el comienzo de algo más que la crónica de un partido de tenis. Luego de varios meses de derrotas frente a jugadores menores y el evidente sobrecargo de tantas temporadas sobre el cuerpo, Roger Federer y Rafael Nadal llegaron al primer gran evento del año dejando la sensación de que el fin de más de una década de dominio había llegado. Sin embargo, uno y otro fueron haciendo lo justo para llevarse las victorias en cada ronda y ahí estaban otra vez. Cara a cara en el partido definitivo. Ningún par de rivales se conocen más en todo el circuito. «Pero Federer» — nos ilustra Phillips — «trajo consigo una sorpresa para esta final: ha cambiado su revés (…) el arabesco del final con el giro de la muñeca se ha ido. Ahora abanica de revés más bien como alguien que intenta abrir una puerta atascada».
La belleza del histórico antagonismo entre el suizo y el español descansa en la diferencia de estilos y en cómo han aprendido a reconocer los escasos puntos débiles en el juego del otro. Si un Federer entrado en años quería tener alguna posibilidad frente a esta versión rejuvenecida de Nadal, tendría que deshacerse de su elegante revés, cambiarlo por una herramienta más tosca y funcional. Porque el zurdo Nadal pega fuerte y con efecto largas bolas de pique alto que, nos recuerda Phillips, «son el fallo estructural del revés, como el punto ciego en el retrovisor de un auto». A lo largo de su carrera el mallorquín ha construido un juego «diseñado para darle ventaja a lo que en latín, y aun en español, se le conoce como lado siniestro. Si el revés elegante, artesanal de Federer ha sido la cobra del Tour de la ATP, el golpe frontal de Nadal ha sido la mangosta».
Quizás desde este mismo primer artículo del año algún atento editor de Farrar, Straux and Giroux, sello que lo publica desde el éxito de sus primeros poemarios, avizoró la llegada del escritor adecuado para continuar las cosas donde las dejó McPhee cincuenta años atrás. Lo cierto es que la publicación de este libro ha sido la consagración de un año en el que Rowan Ricardo Phillips se ha convertido en la voz autorizada del tenis en los Estados Unidos. En el Times le han pedido que opine acerca de los polémicos cambios en la estructura del centenario torneo de naciones, la Copa Davis, y su implicación con la televisión y el mercado. O algunas reflexiones acerca de por qué la temporada del tenis se acaba tan pronto y la relación del calendario con las audiencias. Incluso, le permitieron el divertidísimo “Clay-Court Tennis, The Greatest Show on Dirt”, una reflexión acerca de la hermosa relación entre los jugadores y las superficies sobre las que se juega el tenis.
Un poco de todo esto se encuentra también en el libro. Y aunque la crítica lo ha alabado hasta el momento, el peso artesanal del trabajo editorial ha domesticado un tanto el elemento salvaje de las crónicas, llamémoslas, fundacionales. Como prometiera él mismo, la estructura del libro sigue el ciclo del Sol y comenzamos el largo viaje en el verano de Australia para terminarlo en las canchas techadas del invierno londinense. Una vez allí, notamos que el final de la temporada, por sí mismo, carece de sentido. Que cada tramo del trayecto forma parte de esa “idea de orden” a la que se hace tan velada referencia. Si ha pasado desapercibido hasta ahora, es porque Phillips se ha encargado de mantener vivo el fuego del relato. Ante las lesiones de las estrellas en la segunda mitad del año, posa la vista en otros jugadores — poetas menores de su biblioteca — como Nick Kyrgios y Francis Tiffoe, estableciendo un paralelo entre ellos y los que hoy son las estrellas de este apasionante deporte.
Lo que sí es un mérito propio del libro es que consigue encontrar una conexión con el lector avezado y con el neófito también. Lo logra ofreciendo un gesto de complicidad ante la desesperación colectiva a ese lector — que puede ser cualquiera — que prefirió vivir el comienzo de la nueva era mirando el partido de todos los tiempos. De entre todos los momentos en que conversa con su lector, no parece haber otra opción para enmarcar que no sea esta: «Usted sabía que el Abierto de Australia no iba a cambiar o salvar al mundo, pero decidió echar un vistazo de todas maneras a cualquier extraña hora que pudo, porque el tenis puede ofrecer lo que Robert Frost dijo que la poesía provee: un sostén momentáneo ante la confusión».
Al final, aquella noche de enero en Australia Federer intentó — en un giro irónico de los acontecimientos — inclinar el partido a su favor volviendo al efecto de su golpe frontal. Nadal lo leyó perfectamente y con cuatro sets en los cuales ajustarse al nuevo revés del suizo, parecía tener el partido en la mano a la altura de un 4–2 en el set definitivo, jugando para el saque. Allí el partido sufrirá una ruptura definitiva, todo el juego girando sobre la belleza de un detalle. Esta vez Phillips sí atrapa el momento con toda la fuerza contenida en sus meses de inmovilidad, postrado en el sofá viendo pasar el mundo delante de sus ojos sin poder escribirlo.
Nadal sirve con fuerza sobre el cuerpo de Federer, un ataque sorpresivo que surte efecto y la bola vuelve con docilidad al punto de donde salió, como causa del movimiento defensivo que apenas pudo atinar a completar su rival. Federer aprovecha para ubicarse al centro de la cancha, esperando la muerte cercana. Nadal golpea con toda la fuerza de su swing zurdo, pero la bola toca apenas la cuerda superior de la red y sale desviada. A partir de ahí el partido cambia por completo y Federer termina llevándose la victoria.
«Dicen que el béisbol es un juego de pulgadas», resume Phillips, «pero un debate que pudo durar toda una vida — ¿quién es el más grande jugador de tenis que has visto jamás? — fue decidido por 25 centímetros de una net de cuerda trenzada mientras el mundo era transformado». Una vez leída la crónica, no parece que exista una explicación mejor de lo que fue el comienzo del penúltimo año. Incluso, hay quien no necesita ninguna otra.
- Todas las traducciones son del redactor.
Publicado originalmente en El Estornudo.