El dolor que no necesitamos
Por Mónica Baró
Hoy es el séptimo día en huelga de hambre y sed del artista Luis Manuel Otero, líder del Movimiento San Isidro, y yo no logro pensar en otra cosa. Siempre que me levanto, lo primero que hago es revisar mis redes sociales, en especial los perfiles de los periodistas y artistas que están en Cuba, para verificar que sigue vivo. Revisar las redes sociales es también lo último que hago antes de dormir. Mi cabeza y mi corazón no se han ido de Cuba, aunque ahora mi cuerpo esté en Madrid. Sigo leyendo noticias de Cuba y escribiendo sobre Cuba.
Varios amigos, con las mejores intenciones, me han sugerido que tome distancia, que desconecte, pero no lo logro, ni me he propuesto lograrlo. Creo que lo menos que puedo hacer, en la situación privilegiada en que me encuentro, en comparación con quienes residen en la isla, es denunciar los atropellos que las autoridades cubanas cometen a diario contra personas que no hacen otra cosa que defender derechos humanos universales.
Yo sé que cuando estamos afuera también corremos riesgos, más si tenemos familia en Cuba. Sé que muchos tenemos temor a que no nos dejen entrar, a que nos destierren, y el temor todavía mayor a que nos dejen entrar y luego nos encierren en la isla y pasemos a incrementar la lista de más de 200 regulados. Además, agentes de la Seguridad del Estado, o cubanos que colaboran por convicción o bajo amenaza, hay en buena parte del mundo. Pero mientras nos pensemos de manera individual, mientras pensemos solo en nuestros riesgos, y no en los riesgos que están corriendo otros, seremos mucho más vulnerables.
En estos días he visto a muchos amigos denunciando la indiferencia y los silencios cómplices de la sociedad cubana, en especial de la intectualidad, porque es normal esperar posicionamientos de quienes promueven teorías liberadoras, reivindican el pensamiento crítico frente al poder y disponen de las herramientas necesarias para interpretar una realidad. Como mismo esperamos que un médico socorra a alguien en peligro de muerte, incluso cuando no se encuentra en servicio, esperamos que, en momentos de crisis, un intelectual contribuya a pensar la sociedad.
Desde que comenzó la pandemia y el confinamiento en el país, en marzo de 2020, la represión y el acoso por motivos políticos han ido en aumento. Los sucesos del 27 de noviembre de 2020 y del pasado 27 de enero fueron sin dudas los más mediáticos, pero sería una tarea imposible encontrar, en el último año, una semana en la que no se haya reportado una denuncia de detención arbitraria, desaparición, interrogatorio, multa, cerco policial, acto de repudio, interrupción de los servicios de comunicación, etcétera. Estamos en una crisis política. Una crisis política que se suma a las crisis que hay por la falta de acceso a alimentos, medicamentos y servicios de salud de calidad.
Luis Manuel Otero no se encuentra una vez más en huelga de hambre y sed por aburrimiento. Si Luis Manuel Otero ha decidido jugarse la vida en la lucha por sus derechos, que es la lucha por los derechos de todos los cubanos, es porque el Estado lo ha acorralado de tal manera que no le ha dejado otro recurso. Estamos hablando de una persona que tiene una cámara de vigilancia justo frente a su vivienda en el barrio San Isidro, que ha sufrido decenas de detenciones en los últimos años, que ha convivido en una cárcel con matones que lo han violentado, que ha soportado que, en un allanamiento policial, le roben lo más sagrado que un artista tiene: sus obras.
En una conversación reciente con la curadora y activista Anamely Ramos, también miembro del Movimiento San Isidro, que ha sido publicada en El Estornudo, Luis Manuel le dijo: «Siento tanto en mí ahora mismo lo que el régimen logra hacer con todos nosotros: el camino de todas maneras es hacia la muerte o hacia la locura. Estaba creando dentro de mi casa y aun así no entendieron, ¿qué va quedando?, ¿dónde me meto?, ¿traspaso las paredes?, ¿pienso las obras y las hago solo en mi mente? Yo soy un artista y para eso hay que ser libre. Yo soy lo que siempre quise ser. Ningún pajarito volando o musaraña me va a llevar a mí hacia lo que no soy, ni millonario, ni salir de Cuba, esas cosas que la gente quiere habitualmente».
Sus demandas no son demandas descabelladas. Lo que pide Luis Manuel Otero es lo más básico que se le podría pedir a un gobierno: primero, el levantamiento del cerco policial en el que permanece desde noviembre de 2020 y del estado de sitio que impide el libre movimiento de artistas, periodistas y activistas; segundo, la devolución de las obras de arte que le robaron el pasado 16 de abril y una indemnización por el daño ocasionado a las mismas; tercero, garantías para que todos los ciudadanos ejerzan las libertades artísticas. Nada más complejo que eso, nada más justo que eso.
Entonces, yo de veras no entiendo qué espera tanta gente en Cuba y fuera de Cuba para pronunciarse y denunciar. Yo estoy de acuerdo en que hay que respetar los procesos de cada quien, incluso los miedos de cada quien. Hay que respetar a quienes no quieren ser parte de la locura que son las redes sociales. Yo tengo amistades, tanto en Cuba como en otros países, que se rehúsan a participar en ellas porque les afectan demasiado emocionalmente, y está bien. Es su derecho.
Hay también personas que no tienen ni tendrán nunca el menor interés en la política y andan por ahí publicando fotos de ropas de segunda mano que quieren vender o videos de reguetón. Eso es válido. Y es todavía más válido que quienes viven en Cuba bajo acoso y represión constantes, porque llevan años sin callarse la boca, tomen cierta distancia para poner sus ideas y sentimientos en orden y sobreponerse a la violencia, si eso es lo que necesitan. Yo sé que ahora mismo hay artistas, periodistas, académicos y activistas en Cuba que no publican porque lo más probable es que estén atravesando un duelo o enfrentando situaciones familiares difíciles.
Pero aquí hablo de quienes ya estamos en las redes. Aquí hablo de los cubanos que, en medio de esta crisis, publican contenidos políticos y siguen mostrando indiferencia hacia lo que está ocurriendo en Cuba y hacia la situación ya no solo de Luis Manuel Otero sino también de las artistas y activistas Camila Lobón, Tania Bruguera, Katherine Bisquet o Mel Herrera, entre otras, que esta semana han sufrido detenciones e interrogatorios.
Esto no es una cuestión de gustos. A nadie tiene que gustarle las pinturas de Camila Lobón, ni los poemas de Katherine Bisquet. A nadie tiene que gustarle tampoco el trabajo de Luis Manuel Otero. Esto es una cuestión de principios. Nuestros principios no pueden ser selectivos, porque entonces nada valen nuestros principios. La solidaridad no puede ser selectiva. No estoy sugiriendo que denunciemos todas las violaciones de derechos humanos que ocurren en Cuba, porque son demasiadas, pero hay momentos que necesitan toda la solidaridad que podamos dar, y este es uno de esos momentos.
No podemos subestimar la importancia de expresarnos en medios de comunicación o en redes sociales, porque ahora mismo esa es una de las principales armas que tenemos en Cuba para intentar acceder a la justicia y defender valores democráticos. En Cuba es casi imposible manifestarse en los espacios públicos. Ayer una protesta en la céntrica calle Obispo, en apoyo a Luis Manuel Otero, fue reprimida por policías y agentes de la Seguridad del Estado. Katherine Bisquet y Camila Lobón se pararon en el boulevard de San Rafael hace unos días con un cartel y lo exhibieron unos pocos minutos antes de que se las llevaran detenidas. Ahora ambas están con una medida cautelar que les impide salir de su domicilio. A principios de abril, la lista de presos políticos en Cuba — que publica la organización Prisoners Defenders — ascendía a 140.
Y nada va a sustituir las calles. Las calles son esenciales para generar cambios sociales. Pero necesitamos empezar por naturalizar el ejercicio del derecho a expresar lo que pensamos y, en especial, el disenso con el discurso hegemónico. Si no nos convertimos en los soberanos de nuestros propios discursos, si permitimos que el poder regule lo que decimos y lo que dejamos de decir, nunca construiremos esa república que nos debemos. ¿Cuántas víctimas más necesita Cuba para que la sociedad, y en particular la comunidad intelectual, reaccionen a la altura de las circunstancias?
Es fácil hablar del pasado y del futuro, pero poco honramos el pasado y poco hacemos por el futuro si ignoramos nuestro presente. De nada sirve todo el conocimiento del mundo cuando no somos capaces de usarlo para analizar nuestra realidad y comunicar esos análisis con la agilidad que nuestra realidad exige.
Hace unos días, en una conversación con un amigo sobre el cartel contra el embargo estadounidense del artista Wilfredo Prieto, le decía algo que considero crucial para resolver los conflictos políticos y generacionales entre cubanos: comprender que Cuba es un país con demasiadas víctimas. Lo que a veces a alguien le parece exagerado, no es más que el dolor de una víctima, y a ese dolor hay que prestarle atención.
El pueblo cubano ya ha sufrido suficiente. No necesitamos más dolor, no necesitamos más víctimas. Nadie más debe morir para darnos cuenta de que necesitamos cambiar. Y cambiar significa fundar una nación en la que ningún ciudadano deba hacer una huelga de hambre para que los gobernantes respeten sus derechos.
Nuestra cultura internacionalista reconozco que es muy admirable. Hemos ido a morir por la libertad de los angolanos y hemos recibido a niños de Chernóbil en Cuba. Pero, ahora, son los cubanos, los 140 presos políticos, las más de 20 personas que han sufrido detenciones en la última semana de abril, y Luis Manuel Otero, quienes necesitan nuestra solidaridad. Toda la solidaridad del mundo.
Publicado originalmente en El Estornudo.