Educación gratuita, examen pagado

El Estornudo
17 min readAug 26, 2020
Foto: UNESCO/Adriana Viteri

Por Mario Luis Reyes y Javier Roque Martínez

A estas alturas parece poco probable que algún estudiante cubano no le haya visto la cara al fraude académico. Por supuesto, esto no significa que todos los que han pasado por un aula se hayan sumergido en esas aguas en un momento u otro, pero sí que seguramente, lo hayan querido o no, lo han visto pasar frente a sus narices. Lo han visto o lo han oído o se lo han olido. En cualquier caso, todo el mundo sabe que el fraude está ahí.

Aunque en los últimos años hemos sabido más de fraudes académicos que lo que se supo en décadas pasadas, la verdad es que todavía sabemos muy poco. No tenemos la menor idea de cuántos casos de fraude se descubren al año o, de hecho, si se descubre algún otro que no sea el suceso publicitado de turno. A niveles locales, hacen menos ruido aún. ¿Bajo qué formas se producen, qué medidas se toman con los implicados, cuántas reincidencias hay?

Lo poco que sale a la superficie, casi a cuentagotas, parece destinado más a acallar rumores a destiempo que a informar con prontitud. Pero la mayoría de las veces, como en tantas otras cosas, se aplica la ley de la mudez. Seguramente las instituciones de educación creen que airear cosas así podría resultar perjudicial, como si los casos de fraude académico tuviesen la potencia de un secreto de Estado, o como si la mejor forma de solucionar el problema no fuera llevándolo a debate.

Sin embargo, hay una diferencia muy grande entre el hecho de que algo no se hable y que algo no se sepa, y no hay tierra suficiente para tapar ese cadáver. Sea por la razón que sea: por promoción, por interés, por desidia. Y nada en el país indica que eso vaya a cambiar por lo pronto.

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Ana María Estévez, / Foto: El Estornudo

*Dice Ana María Estévez, que tiene 21 años y vive en La Habana:

–Yo no recuerdo mucho las pruebas de la primaria ni de la secundaria, esas siempre las aprobaba, pero sí las del preuniversitario. La profesora de Inglés, por ejemplo, era alcohólica. Si le regalabas una botella de ron, un jabón o un perfume, te decía el examen. También daba repasos privados a uno o dos CUC en los que de alguna manera venían incluidas las respuestas.

Pero los profesores de letras no lo hacían tanto, eran más bien los de ciencias. El mismo que nos impartía Matemática nos repasaba luego, cobrándonos. Uno podía faltar a clases, o no atender, que él no decía nada. A él lo que le interesaba era la ganancia de más tarde. No era carero, pedía 20 pesos cubanos por sesión, y también solía deslizar las respuestas de las evaluaciones.

Por eso hay que llevarse bien con los profesores, reírse de sus gracias. El problema es que muchos son varones y se te insinúan. Entonces hay que marcar límites. Tengo una amiga que suspendió una prueba final de Matemática. Cuando le pidió al profesor que la repasara, él le dijo que ella estaba bien en la asignatura, que mejor le repasaba otra cosa. Te imaginarás a lo que se refería. Ella no aceptó y suspendió también la revalorización, hasta que aprobó en el extraordinario.

Las pruebas se vendían. Yo realmente tenía ese tema bastante resuelto porque una de mis mejores amigas era novia del profesor de Física. Él la ayudaba a ella y a nosotras. Aunque también había casos como el de Educación Física. Como yo nunca iba, el profesor me negó el derecho a un examen. Mi papá tuvo que ir y pagarle diez CUC. Con eso libré durante el resto del curso y al final terminé con la nota máxima: cien puntos.

Para copiar del otro, el de al lado tuyo, no había que pagar, eso era lo más normal, dejaban hacerlo. Pero mi pre no era tan malo, los hay peores. Yo tenía un novio en el Villena y nunca entendí cómo era posible que estuviese en 12 grado con 98 de promedio. Él se vanagloriaba de su acumulado, pero la verdad es que lo pagaba todo. Sin embargo, las pruebas de ingreso no las pudo comprar y lo suspendieron. Esas son mucho más caras.

Hubo una época en que empezaron a aplicarnos encuestas sobre qué creíamos del fraude, y si algún profesor formaba parte de eso. Era increíble. Los mismos profesores que nos daban la hoja de la encuesta eran los que permitían el fraude, y nos advertían: «mira a ver qué tú pones ahí».

Ahora empecé la universidad. No es tan diferente, también se resuelve. La prueba de Inglés la suspendí. Días antes de la revalorización, le dije a la profesora que quería repasar con ella. Comencé a llevarle dulces, regalos. Otra profesora con la que tengo confianza le pidió que me ayudara y me aprobó. Estoy segura que estaba suspensa. Ahora conseguí las boletas de examen de la asignatura más fuerte de mi carrera, porque soy amiga de la profesora. Ella tiene dos niños, yo les consigo yogurt. Tenemos cierta amistad, por eso me dio las boletas. Yo no creo que sea fraude, sino más bien ayuda mutua.

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El fraude académico ha estado presente en las aulas cubanas durante mucho tiempo, en cualquiera de sus variantes. En 1987, el periodista Luis Manuel García Méndez publicó en la revista Somos Jóvenes el reportaje «Fraude ¿académico?», que llamaba la atención sobre hechos alarmantes ocurridos entre 1971 y 1985. García presentaba entonces al «promocionismo» como la primera causa de fraude en Cuba.

El sistema educacional, ansioso por mostrar el impacto y la superioridad de la enseñanza socialista, procuraba cerrar los registros docentes con notas generales de excelencia, lo cual terminó convirtiéndose en caldo de cultivo para distintos tipos de faltas: profesores que dictaban las respuestas de los exámenes, vigilaban los pasillos mientras los alumnos aventajados ayudaban a los menos habilidosos, o arreglaban los resultados de las pruebas durante el proceso de calificación; casos en que las preguntas de los cuestionarios eran resueltas a través de los altoparlantes de la escuela y centros que durante años mantuvieron sospechosas promociones del 100%.

La llegada de la década de los noventa, y con ella del Período Especial, representó el inicio de una etapa dura para Cuba, en la que el fraude tomó otros matices. El encarecimiento repentino de la vida, y las grandes carencias que sobrevinieron, hicieron que este no respondiera ya únicamente a cuestiones de promoción, sino también a razones e intereses económicos personales. Es conocido que el sueldo de los educadores clasificó durante décadas entre los más bajos del país. En 2016, según el diario Granma, el salario medio mensual del gremio era de 533 pesos cubanos, aproximadamente unos 21 dólares, y aunque en la actualidad supera los mil pesos, sigue por debajo de lo necesario para llevar una vida medianamente cómoda.

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Juan Pablo Vázquez / Foto: El Estornudo

Dice Juan Pablo Vázquez, que tiene 25 años y vive en Villa Clara:

–Yo empecé el preuniversitario en la Vocacional de Villa Clara. El poco tiempo que estuve allí me alcanzó para comprender que era un ambiente donde se estudiaba más en grupos y se iba a concursos de conocimientos, no como la secundaria, donde no hacíamos nada y sin embargo terminábamos con las mejores notas. En la vocacional te exigían. De lo contrario, te expulsaban. No obstante, como yo quería estudiar una carrera de letras tuve que cambiarme al pre de la calle1. Eso fue en el 2009.

Como ese fue el año en que los abrieron, tal vez por eso se asumieron con disciplina. Los profesores eran exigentes, igual que las pruebas y las preguntas escritas. Después ya menos. El fraude dependía de los profesores. Uno aprende a diferenciarlos. Están los que sabes que no lo permiten, aquellos con los que tienes que cuidarte y los que te dan todas las libertades. También dependía del examen. Si el profesor sospechaba que venía muy difícil, lo más probable es que te diera alguna ayuda, que te soplara alguna ecuación.

Lo que nunca vi allí fue venta de pruebas. Sin embargo, sé que en la vocacional sí había. No sé cómo funcionaba, creo que pasaba alguien vendiéndolas por los dormitorios, pero nosotros nos beneficiábamos en los exámenes provinciales. Los amigos de la vocacional nos las dictaban por teléfono y luego nosotros las compartíamos entre todos.

La debacle más grande que yo recuerdo fue por un examen final de Química que se filtró. Todo el mundo lo tenía. El día de la prueba estábamos esperando en el aula, pero el examen se atrasaba y nadie daba explicaciones. Cuando lo aplicaron, dos horas más tarde, vimos que lo habían cambiado. En la mañana un compañero se había sentado a leerlo y un funcionario lo había descubierto. Empezamos a sudar frío. El nuevo tenía preguntas más difíciles. Salimos bastante mal.

Pero esa fue la única vez que cambiaron una prueba. Normalmente íbamos al seguro. La conseguíamos el día antes en la tarde o la noche. Incluso una vez se filtró el mismo día. Tuvimos que resolverla en tiempo récord.

El fraude ayudaba especialmente a los que estaban peor, a los que a la larga no les interesaba seguir estudiando, sólo terminar el pre. Muchos escribían sus chivos en los zapatos, en alguna parte interior de la camisa, en la goma de borrar, en el lápiz. No recuerdo que atraparan a nadie, y si los profesores notaban algo sospechoso, o descubrían a alguien, tampoco hacían nada. Cuando quedaban pocos estudiantes en el aula por lo general les tiraban el cabo para que aprobaran.

Recuerdo una prueba final de doce grado en la que el profesor me puso a otros dos estudiantes al lado para que copiaran de mí, y cuando llevaban un rato los quitó, porque era sólo para que aprobaran, no para que sacaran 100. En otras ocasiones esperaba a que yo terminara para pasárselo a otros. Pero todo quedaba en el aula. Nadie se ponía fula, todo era para que esa gente resolviera su aprobado.

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La crisis de los noventa y los bajos salarios trajeron varias consecuencias para el sector de la educación. Primero: el éxodo imparable de profesores de experiencia hacia otros campos con mayor potencial económico, como el turismo o los negocios privados. Segundo: la falta de personal frente a las aulas, sobre todo en las provincias occidentales, como La Habana y Matanzas. Y tercero: la implementación por parte del Ministerio de Educación de políticas para motivar el interés de los jóvenes por las carreras pedagógicas, a las que cada vez daban más de lado.

Esto último cobró fuerza particularmente a inicios de los años 2000, como parte del programa de la Batalla de Ideas, creado y promovido por Fidel Castro. A partir de entonces, acontecieron las primeras captaciones y graduaciones masivas de Profesores Generales Integrales, llamados popularmente PGI. Cientos de jóvenes se acogieron a la iniciativa, aunque muchos sin vocación, aptitud o interés verdadero, sino motivados por las facilidades del programa. Las consecuencias todavía se lamentan. En general, los PGI trajeron un descenso cualitativo en el sistema educacional, todavía palpable en las generaciones de la primera década del milenio y comienzos de la segunda.

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Yaimara Fuentes / Foto: El Estornudo

Dice Yaimara Fuentes, que tiene 28 años y vive en La Habana:

–Yo estudié magisterio durante tres años para dar clases en la enseñanza primaria, pero muchos de los profesores activos hoy no lo estudiaron, ni siquiera tienen vocación. Sin embargo, les permiten dar clases por la falta de educadores que hay. A veces yo tenía que encargarme de más de 60 niños de nueve años a la vez. ¿Tú te imaginas lo difícil que es eso? En la escuela donde trabajaba contrataron a una arquitecta para que se encargara de primer grado. La pobre, no sabía nada de pedagogía ni de las metodologías que necesitan los niños para aprender a leer y escribir.

Cuando atendía a los de tercer grado, trabajaba con otra profesora, de más larga experiencia, que tenía un conocimiento bastante deficiente. Enseñaba muchas cosas mal. Cada vez que yo la escuchaba decir algún disparate, la llamaba aparte y se lo señalaba. Quería que rectificara, pero con tanta mala enseñanza acumulada es difícil corregir. La escuela primaria es la base de todo. Lo que se aprende mal entonces, se arrastra a otros niveles.

Tampoco te voy a decir que es fácil. La primera vez que yo estuve sola frente a un aula, no pude. Tuve que dejarlo y ponerme a trabajar en una guardería de la iglesia, que fue donde aprendí a tratar con los niños. Pero luego regresé por un tiempo porque te soy sincera: a mí me encanta la educación. Lo que no me gusta es el sistema de aquí. A los niños les meten mucha política en la cabeza. La última vez que di clases, la mayoría ignoraba quién era Fidel, porque era ese tiempo en que todavía no había fallecido, pero aparecía menos en televisión. Entonces nos exigieron hablarles diariamente de él. Yo lo hice sólo hasta que supieron quién era, no más.

Una de las cosas más feas que se ve en las escuelas es el tema de los regalos, y cómo los profesores se dejan influenciar por eso. También hay profesores que les dicen a los padres lo que quieren que les regalen, lo que les hace falta. Si no, los padres les preguntan y, como es de esperar, luego hay deferencias con esos niños. Cuando entré al último grupo que tuve, lo primero que hizo la maestra saliente fue decirme quiénes hacían los mejores regalos, quiénes los peores y quiénes no regalaban nada.

Me fui de nuevo porque, a pesar de todo el trabajo, uno no se siente valorado. Te vas decepcionando poco a poco. Yo no niego que tal vez regrese de nuevo, pero tienen que cambiar muchas cosas. Hay profesores que dan golpes, que gritan, que castigan a los niños y les hacen bajar la cabeza largo rato. Pero no pasa nada, porque como no hay profesores, no los pueden votar. Ahora mismo mi hijo empieza la escuela y lo pusieron en un aula de 40 con una sola maestra. Eso me tiene preocupada.

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Con el objetivo de frenar el éxodo y salvaguardar la integridad del sistema, los directivos de Educación, en los últimos años, facilitaron algunos servicios a los profesores. Por ejemplo, ahora se les otorga prioridad en el acceso a servicios médicos no básicos, como los oftalmológicos o estomatológicos, en la construcción o reparación de viviendas, o en la asignación de telefonía fija, subsidios y créditos bancarios.

Con todo, el éxodo se mantiene. De acuerdo con el Anuario Estadístico de Cuba, entre 2011 y 2016 el país perdió 21.285 maestros, siendo las enseñanzas secundaria y preuniversitaria las más afectadas. El paisaje se ensombrece más cuando se aprecia que un número nada despreciable de quienes hoy sostienen el sistema educativo están cerca de arribar a su retiro, aunque más de cinco mil de estos últimos hayan decidido regresar a las aulas alentados por el aumento salarial.

Atraer a los jóvenes hacia las carreras pedagógicas sigue siendo una política del Estado. Se trata de una necesidad más que evidente. Sin embargo, a pesar de que el país dispone de 27 escuelas pedagógicas, el número resultante del éxodo y el retiro de los profesores en activo parece ser siempre superior al de los graduados. Desde hace años los números cierran en rojo en este renglón, de ahí que los directivos del Ministerio de Educación hayan optado por contratar a profesionales de otros sectores, a estudiantes universitarios y a profesores jubilados, para que regresen a las aulas y ayuden a paliar las carencias.

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María Teresa Pérez / Foto: El Estornudo

Dice María Teresa Pérez, que tiene 46 años y vive en La Habana

–La secundaria de mi hijo es un desastre, pero la primaria fue peor, porque no había ni maestros, tenían que decirles las pruebas enteras. Casi no dieron Matemática, ni Inglés, ni Informática, ni Educación Física. Entonces todas esas lagunas las arrastran para la secundaria, y allí es peor, porque se enfrentan a materias que no han dado nunca.

Sin embargo, ahora los problemas son otros. Los maestros les piden dinero a los alumnos para que les recarguen el celular, y no piden un CUC, sino cinco o diez. La jefa de séptimo grado es una mujer déspota. Se acerca solo a los niños pudientes, al que no tiene nada ni lo mira. Ahí se vive mucho si tienes celular, laptop, tablet. Mi hijo no tiene nada de eso. Ya ha tenido que hacer trabajos prácticos a mano, sacando la información de los libros, no de Internet, y lo menosprecian por eso. Se burlan de él porque no tiene celular. Yo le digo que diga que sí tiene, pero que yo no se lo dejo llevar. Es difícil. A mí como madre me duele que establezcan diferencias con nosotros por ser pobres.

Allí no se ve mucha venta de exámenes, más bien son los padres los que les pagan las notas a los hijos. Los profesores a veces dan repasos, pero los cobran hasta en 10 CUC. Pagan los que pueden, y en esos repasos vienen las pruebas. El mío va a los que son gratis. Yo tengo miedo, porque ahí nadie piensa en carreras ni en estudiar, solo en la guapería, la delincuencia, y son niños que no tienen ni 14 años. Dicen que actualmente esa es la mejor secundaria de Marianao, pero a las 4:30, cuando terminan las clases, a veces hay muchachos de otras escuelas esperando afuera para fajarse. Dos veces he visto sacar cuchillos delante de mí. Mi hijo dice que ha pasado en otras ocasiones. Por eso no lo puedo dejar que regrese solo.

La profesora que te decía les lanza zapatos a los estudiantes y les da golpes. Ya eso me lo habían comentado, pero yo no lo creía. Mi hijo no habla mucho, no me cuenta casi nada, pero cuando vienen sus amigos yo pregunto y ellos sí me cuentan. Otras veces me acerco a escucharlos sin que lo noten y así me entero de las cosas. Yo rezo un padrenuestro porque no le dé a mi hijo. Por eso le advierto que se porte bien, porque los profesores tienen la mano suelta. Hay padres que dicen «te lo entrego», pero yo no. Al mío nadie me lo puede tocar. Además, ellos no tienen por qué golpear.

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Según el artículo 132 del Código Penal de la República de Cuba, en sus apartados 1 y 2, el funcionario o empleado que intencionalmente revele contenido de exámenes a alumnos de centros docentes oficiales puede cumplir condenas que van desde los tres meses hasta un año de privación de libertad. Por otro lado, si se demuestra que la revelación fue movida por ánimos de lucro, el acusado puede enfrentar desde seis meses hasta dos años de cárcel.

En el último lustro, dos casos de fraude han originado bastante revuelo mediático en Cuba. El primero ocurrió en junio de 2013, cuando se filtró en La Habana la prueba final de Matemática para 11º grado, en preuniversitario. El examen fue invalidado tras haberse efectuado con normalidad. El estudiantado fue sometido a una nueva prueba y se destapó un gran número de suspensos. A partir de las investigaciones, se identificó como responsables a dos profesores y una trabajadora de imprenta, que fueron llevados a los tribunales y condenados a prisión.

El segundo, de mayores proporciones, vino menos de un año después, en mayo de 2014, cuando se filtraron, también en La Habana, los tres exámenes (Matemática, Español e Historia de Cuba) de ingreso a la Educación Superior. Se vieron implicadas siete personas: un jefe de brigada de la imprenta «Félix Varela Morales», que se apropió de los exámenes y comenzó a venderlos por 160 dólares en total; cinco profesores de preuniversitario, que de igual forma los pusieron en venta o los usaron para repasar ilegalmente a estudiantes, y una metodóloga municipal, que decidió beneficiar a su hijo.

El examen de Matemática, que ya se había aplicado, lo rehicieron en toda la provincia, y los de Español e Historia de Cuba fueron cambiados a última hora. Luego de unos meses de indagaciones, los siete culpables recibieron sentencias de entre dieciocho meses y ocho años de cárcel por los delitos de hurto, revelación de pruebas para la evaluación docente y comercialización ilícita. Además, les añadieron otras sanciones, como la privación de sus derechos públicos y migratorios y la obligación de resarcir al Ministerio de Educación Superior y a la Universidad de La Habana por los perjuicios ocasionados. A los profesores participantes se les prohibió continuar ejerciendo su oficio.

No obstante, una revisión de los comentarios publicados en los portales digitales que denunciaron ambos casos permite concluir que el tema del fraude tiene más alcance de lo que suponen estos dos ejemplos puntuales. Es bien sabido que no se trata de un mal exclusivo de La Habana, sino de todo el país.

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Patricia Márquez / Foto: El Estornudo

Dice Patricia Márquez, que tiene 23 años y vive en Matanzas:

–Yo estudié la primaria y parte de la secundaria en las Escuelas de Arte. Allí me adapté a un sistema maestro-alumno muy formal. Por eso la llegada al preuniversitario me cambió la vida. En los tres años que estuve ahí, hubo tres directores diferentes. Tenía un profesor de Matemática de 22 años de edad que apenas daba clases, y ni hablar de sus capacidades. La primera vez que tuvimos examen se puso frente al aula a soplarnos los resultados haciendo señas.

Mi décimo grado coincidió con el primer año de Víctor Mesa al frente del equipo de béisbol de Matanzas. Eso provocó que apenas diéramos clases porque todas las tardes nos ponían una guagua para que fuéramos a apoyar al equipo. El tiempo que duró la serie estuvimos en eso, y cuando no había transporte el profesor nos decía que fuéramos por nuestros medios.

La escuela era un desastre, y nosotros nos fuimos acostumbrando a eso. Fumábamos dentro del aula, no recibíamos clases, era un caos. Cuando empezamos onceno grado quisieron imponernos un poco más de control, pero aquello ya no se podía frenar.

En las pruebas comunes casi siempre nos dejaban copiar de los otros. Los profesores se hacían los desentendidos, salían a fumar, miraban el techo. Algunos daban días antes los objetivos de estudio, que en realidad eran las preguntas. Luego me enteré de que, si tenían una determinada cantidad de suspensos, les bajaban el salario. Tal vez por eso nos ayudaban.

Durante las pruebas de doce grado recogíamos un dólar por persona y se lo dábamos al profesor que nos vigilaba. Siempre había alguien a quien no le avergonzaba dar la cara. Ese era el que recaudaba el dinero y lo entregaba luego a cambio de que nos dejaran fijarnos. Esto se hacía incluso mientras había funcionarios del Ministerio de Educación caminando por los pasillos.

Otra alternativa más costosa era pagarle directo al profesor para que se encargara de revisar tu prueba. Se suponía que las revisiones eran al azar, pero cuando pagabas no. También estaban aquellos con los que habías hecho amistad. A ellos no había que darles nada, te ayudaban por voluntad propia. Una vez no quise comprar una prueba y el profesor me suspendió como represalia. Tuve que defenderme hasta que finalmente lo expulsaron por esa y otras razones. Luego nos pusieron a uno un poco mejor, pero lo cierto es que casi todos estaban en el mismo negocio.

Hubo una muchacha que salió embarazada en onceno y al final le dieron el título de bachillerato, a pesar de que prácticamente no regresó a clases nunca más. En mi aula había dos alumnas que eran prostitutas. Una de ellas nunca iba, solo se presentaba a los exámenes. Aun así, fue aprobada. La otra se relacionaba bien con los profesores, les daba dinero. También obtuvo el título. Otra muchacha, que se iba a los Estados Unidos, consiguió su diploma poco antes de terminar el curso. Son incidentes que, vistos desde lejos, pueden impresionar, pero que desde dentro llegan a parecerte normales.

Notas:

*Los nombres de los entrevistados fueron cambiados para preservar su identidad.

*Las entrevistas para este trabajo fueron realizadas en 2018.

  1. En 2009, todos los estudiantes que comenzaron en preuniversitarios Vocacionales tuvieron que firmar un compromiso de que estudiarían solamente carreras de ciencias.

Publicado originalmente en El Estornudo

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