Diario de un espectador avergonzado de ser solo eso… Un año después

El Estornudo
18 min readNov 23, 2021

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Casa de Yunior García Aguilera / Foto: Archipiélago

Por Darío Alejandro Alemán

11 de noviembre

Todo parece repetirse, justo como hace un año atrás. Nuevamente estoy encerrado en casa, pegado a las redes sociales, obsesionado con no perderme un detalle de cuanto pasa en Cuba, echando mano a la siempre comprensible excusa del trabajo acumulado para no hablar ni salir con amigos. Aunque, pensándolo bien, este noviembre no me recuerda tanto al de 2020. Ya no son unos pocos acuartelados en una casucha en San Isidro quienes defienden los derechos de todos a expresarse libremente y a decidir sobre el futuro del país. Ni se sostiene el mito de la inercia política de los cubanos luego de las protestas del 11 de julio. Ni yo soy un migrante sin más estatus migratorio que la nacionalidad del país del que tuve que huir. Solo una cosa se mantiene invariable: la dictadura.

Faltan solo cuatro días para la Marcha Cívica por el Cambio que ha convocado el grupo Archipiélago; una marcha declaradamente pacífica. Siempre cabe la posibilidad de que el miedo generalizado paralice la iniciativa de Archipiélago, que la protesta muera antes de nacer, y que al régimen le valga un corto pero excesivo uso de la violencia que cumpla su papel ejemplarizante. Naturalmente, a diferencia del 11J, el 15N ha sido anunciado con antelación, y el poder ha tenido tiempo de sobra para pensar. Aunque, por ahora, solo ha hecho lo que se esperaba que hiciera.

Escribió J.M. Coetzee alguna vez que «para el fatalista, la historia es el destino» y, justamente porque no puedo desentenderme de la idea de que la historia es una repetición de las esencias del pasado, me declaro fatalista. Me faltan certezas sobre el alcance de la quebradura que el 15N pudiera infligirle al régimen cubano. Entiendo que no caerá el día 15, y que ni siquiera ese es el objetivo de la marcha convocada, pero sí me gustaría saber qué tanto influirá en el futuro de Cuba. Tal vez, más que fatalista, solo sea un impaciente.

Desde fuera, nos solidarizamos, sí, hacemos de cuanto sucede en Cuba trending topic en las redes sociales, armamos tribunas de apoyo en plazas de medio mundo, visibilizamos los nombres de los presos políticos, pero seguramente falta comprender las implicaciones invisibles de la represión, y comprender también a esa enorme masa que no figura entre los más de 36 mil miembros de Archipiélago ni entre quienes el 11 de julio se armaron con palos para agredir a los manifestantes. ¿Por qué no?: también deberíamos comprender los resortes que mueven a estos últimos.

Es fácil pensar que las duras condiciones de vida de mucha gente en la isla debieran bastar para tomar las calles dentro de cuatro días, pero la pobreza no es solo el camino hacia el hartazgo y la rebeldía, sino también un método represivo sutil, paralizante, que nos propone la precariedad estática como alternativa a la incertidumbre sobre las consecuencias de la protesta o la insurrección.

Hay, por supuesto, quien ha cedido a las presiones. A Leinier Cruz Salfrán, promotor de la Marcha Cívica por el Cambio en Guantánamo, lo entrevisté dos veces durante las últimas semanas. Convencido, me aseguró que saldría a las calles el 15 de noviembre, a pesar de haber sido amenazado con la cárcel y sometido a varios interrogatorios, uno de ellos, según él mismo, realizado a la manera de esas películas de mafiosos en que encapuchan al detenido para que no sepa a dónde lo llevan. Justo hoy, Cruz Salfrán anunció que se retiraba de Archipiélago y que no asistiría a la marcha. «En aras de tener una vida, de tener un futuro, es que tomo esta decisión», dijo en un video que colgó en su perfil de Facebook.

También hoy, Yunior García dijo que no marcharía el 15 de noviembre. Su anuncio, sin embargo, no fue un paso hacia atrás, sino lateral, pues informó que hará una caminata en solitario el 14, vestido de blanco y con una flor de igual color en la mano, desde el Parque El Quijote hasta Malecón, en el Vedado.

He buscado en redes sociales el impacto de ambos anuncios y, para mi sorpresa y satisfacción, encontré que la mayoría de criterios no los cuestionaban. La marcha se mantiene, y Yunior García mantiene el apoyo y la comprensión del resto de Archipiélago.

12 de noviembre

He leído el mensaje de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba al pueblo cubano, publicado ayer a manera de carta. Llaman a evitar actos de violencia y también a construir una sociedad donde cada cubano pueda expresarse libremente sin tener por ello que pagar con la represión o la marginación. Los obispos piden respeto al disenso y a la pluralidad política, a la vez que varios sacerdotes denuncian las arbitrariedades del régimen en redes sociales, lo cual les ha valido algunas amenazas. A veces les digo a mis amigos extranjeros de izquierda que la Iglesia católica cubana es más progresista que el Gobierno cubano.

En mi rutina de revisar exhaustivamente cuanto tiene que ver con Cuba en Internet, encuentro que alguien hace mención a la Mesa Redonda de hoy, dedicada a la Marcha Cívica por el Cambio. Me dispongo a ver semejante bodrio y me sorprendo al constatar la involuntaria construcción de liderazgo alrededor de Yunior García, quien resulta el verdadero eje del programa. Los voceros del régimen, sin embargo, evitan mencionar su nombre. Randy Alonso, por ejemplo, hace siempre una breve pausa al referirse a él, para luego decir: «el organizador de la marchita esa».

El Gobierno cubano y sus acólitos siguen empeñados en García, y no creo equivocarme al decir que, si este dramaturgo y activista ha acaparado titulares en medios prestigiosos de todo el mundo, es justamente porque el régimen ha direccionado sus focos y su inquina sobre él. La razón de semejante estupidez política es la incapacidad de la dictadura para concebir un liderazgo horizontal, democrático y sin caudillos, y la imposibilidad de ver en el otro algo más que a sí misma.

Poco después de la Mesa Redonda, el Noticiero Nacional de Televisión vuelve a la carga sobre Yunior García. Humberto López, rostro público del linchamiento mediático en la isla, promete revelar una información que dejará a todos pasmados. Expectación, puro teatro. No es difícil percatarse de que la intención de López está muy lejos de solo demostrar que Yunior García recibe recargas telefónicas o remesas de 200 dólares desde Estados Unidos. Estos datos, por sí solos, son totalmente irrelevantes y no cumplen ninguna función periodística. El objetivo es intimidar, hacer saber que todo se sabe, que nadie escapa a los ojos del Big Brother, que no importa que Western Union sea una empresa con sede en Estados Unidos: si quiere, el aparato represivo cubano también puede obtener datos privados de sus clientes.

Minutos después, llega el turno del presidente Miguel Díaz-Canel, quien anunció una comparecencia televisiva para esta noche. Optimista, habla de «la nueva normalidad», de la reactivación de una economía en crisis profunda y del reinicio del curso escolar el próximo 15 de noviembre. El pésimo manejo de la pandemia por parte de su Gobierno es obviado de plano. «La tormenta ha pasado», parece decir. Sobre la marcha convocada por Archipiélago, muy seguro, dice que no es algo que le quite el sueño. No creo que mienta en esto último.

Hoy pude conversar con un amigo que aún reside en Cuba. Él está convencido de que el pueblo no saldrá a las calles. Le llevo la contraria; no quiero que tenga la razón.

«Lo que sucedió el 11 de julio fue espontáneo, nadie se lo esperaba. Pero esta guerra fue cantada y hay miedo, mucho miedo. Recuerda que al lechero no lo mataron por echarle agua a la leche», dijo.

El régimen cubano tiene tres días para ultimar los detalles. Desde hace un mes, la Seguridad del Estado ha intimidado a los organizadores y posibles participantes, según estos han denunciado. Solo queda asegurarse de que ningún activista o periodista se atreva a salir de su casa. El resto será cosa fácil: señalar al gobierno de Estados Unidos como autor intelectual de la marcha, realizar actos de repudio y festejos populares simulados, nada que no se haya hecho infinidad de veces. Para rematar, usará una consigna, que ya la propaganda oficial se ha encargado de patentar. «No nos van a aguar la fiesta», es la frase escogida, sacada de un ridículo discurso de Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores, en que amenazó con demandar a la empresa Facebook por permitir la creación de grupos privados como Archipiélago.

13 de noviembre

Hoy quedó inaugurada la XIV edición de la Bienal de La Habana, un evento que supuestamente sirve para lavar la cara del Gobierno tras los sucesos del 11 de julio. Una parte de los invitados extranjeros, por solidaridad con los artistas presos, han decidido no asistir, y eso es un logro importante de los activistas cubanos. Aun así, habrá Bienal, una fantasmagórica, deprimida, casi ficticia. Esta edición será un homenaje declarado a la censura y a la falta de libertades artísticas. No por gusto el gobierno ha dispuesto estratégicamente sus piezas en el acto inaugural. Como una sombra junto al ministro de Cultura, Alpidio Alonso, está Rogelio Polanco, jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. He aquí el primer performance de esta Bienal.

Las labores profilácticas de la Seguridad del Estado de cara al 15 de noviembre se aceleran. Tres agentes de la policía política, vestidos de civil, apresaron hoy en Cienfuegos al integrante de Archipiélago Ernesto Díaz González. Según sus familiares, se encuentra ahora detenido bajo investigación, supuestamente por pintar «carteles contrarrevolucionarios». El proceso de investigación durará 72 horas, les informó la Policía cienfueguera. Para cuando Ernesto sea puesto en libertad, ya habrá pasado la marcha. La familia de Daniela Rojo, moderadora del grupo Archipiélago, no ha tenido igual suerte. Daniela ha sido declarada desaparecida y no es difícil deducir que los responsables son los mismos que la encerraron en una prisión el 11 de julio y que, desde entonces, la han sometido a varios interrogatorios y cortes de internet. También el activista Osmel González Darlington se encuentra desaparecido desde ayer, luego de casi un mes de hostigamiento por parte de la Seguridad del Estado. Los periodistas independientes Henry Constantin y Neife Rigau son detenidos en Camagüey, y liberados horas más tarde.

Mientras, el régimen se empeña en promover festejos populares para los siguientes días en los lugares anunciados como puntos de partida de las protestas en cada provincia. Se especula mucho en las calles por estos días, me cuentan desde Cuba. Hay quien asegura que usarán niños para ocupar las plazas públicas. Otros dicen que la Policía irá a la caza de quien cuelgue en sus tendederas sábanas blancas, una alternativa de protesta ideada por Archipiélago. También dicen que mañana, o tal vez el 15, habrá un apagón generalizado de internet.

Si los líderes de Archipiélago entienden como victoria el demostrar de manera rotunda que en Cuba no está permitido el derecho a manifestación, vencieron el día en que las autoridades de cada provincia negaron las solicitudes para marchar entregadas de acuerdo con lo que establece la ley. En cambio, si la victoria es convocar a una masa de pueblo similar a la que salió el 11 de julio, para exigir democracia y respeto a los derechos humanos, no estoy muy seguro de que puedan anotarse un triunfo. El fantasma de la represión brutal ejercida el 11-J no abandona todavía las calles del país y ya la Fiscalía General de la República ha apercibido a los posibles manifestantes con la amenaza de levantar cargos a diestra y siniestra por «desobediencia, manifestación ilícita, instigación a delinquir» y otros delitos.

Hace unos días entrevisté a Saily González, coordinadora de Archipiélago en Santa Clara. Pregunté qué le gustaría que ocurriese el 15 de noviembre, y respondió: «Me gustaría que la marcha fuese multitudinaria, ver a todo el pueblo en la calle, vestido de blanco, gritando “LIBERTAD”».

Pero, ¿cómo lograr una marcha multitudinaria el 15N? Las condiciones en que se desarrolló el 11-J fueron muy distintas a las circunstancias actuales.

Aquella protesta no fue convocada por nadie, tomó al régimen por sorpresa y, aunque algunos lo imaginaban, por entonces nadie sabía a ciencia cierta qué tan violenta podía ser la respuesta. El 11-J, además, estalló a raíz de una situación muy específica — «coyuntural», diría Díaz-Canel — , marcada por la conjunción de un mal manejo de la pandemia, apagones eléctricos y una escasez de productos de primera necesidad que alcanzaba su punto más crítico en décadas. Estos problemas cotidianos llevados al extremo generaron la oportunidad para que los manifestantes pidieran más: «democracia», «libertad».

Lograr que una multitud se sume a una protesta organizada por un grupo, movimiento u organización, exige que la multitud se identifique con ese grupo, movimiento u organización, y tal identificación puede facilitarse mediante un programa claro. ¿Tiene un programa Archipiélago? Opino que no. «Democracia» y «derechos humanos», dicho así, sin más, no son un programa político. Un programa político implica hacer política, es decir, aterrizar en la cotidianidad lo que implica vivir en democracia y tener mínimamente claro cómo traducir esos conceptos en acciones.

En su ensayo Sobre el poder, el filósofo Byung-Chul Han explica que el poder absoluto no se consigue mediante el uso de la violencia, sino de la libertad del otro. «El poder es la oportunidad de incrementar la probabilidad de que se produzcan unos contextos de selección que por sí mismos serían improbables», dice Han en su ensayo. Creo que es en estas líneas, y no en la tonfa de un policía o en las oficinas de Villa Marista, donde está la fórmula del éxito que ha permitido la perpetuación de un régimen totalitario como el cubano, el cual se ha encargado por disímiles vías de anular cualquier otro proyecto de nación que no sea el suyo. Pensar seriamente un proyecto de nación ayudaría a despejar esa neblina espesa que envuelve la siguiente pregunta: ¿y después del castrismo, qué?

14 de noviembre

Hoy desperté con un mensaje de mis padres en que me recordaban, como si hiciera falta hacerlo, que hace exactamente un año nos vimos por última vez. Mañana se cumplirá un año de aquel presuroso viaje en carretera — de madrugada, con dos perros y 15 kg de equipaje — hasta el aeropuerto de Camagüey. Pasado cumpliré mi aniversario como emigrado y también hará un año del acuartelamiento de San Isidro. No quiero detenerme a pensar mucho en esto último. Me aterra imaginar todo lo que deben estar pasando Luis Manuel Otero y Maykel Osorbo, huelguistas entonces, presos políticos ahora. Solo porque la Marcha Cívica por el Cambio tiene entre sus exigencias la liberación de los presos políticos vale la pena apoyarla.

El 14 de noviembre de 2020 eran Osorbo, Otero, Anamely Ramos, Katherine Bisquet, y otros más, el epicentro del activismo en Cuba. En apenas un año, el fenómeno ha crecido considerablemente, y ante el destierro, la emigración y la cárcel, nuevos nombres figuran como relevo. El más mediático de ellos: Yunior García.

Desde hace varias semanas, García ha sido víctima de cortes de internet, al igual que su pareja, Dayana Prieto, y sus suegros. La telefonía fija de la casa también ha sido cortada. El dramaturgo y líder de Archipiélago, además, ha sido citado por la policía política, amenazado y difamado en televisión nacional en varias ocasiones. Se suponía que hoy saliera en solitario a marchar.

El edificio donde vive, ubicado en el reparto La Coronela, en el municipio habanero La Lisa, amanece sitiado por agentes del Ministerio del Interior vestidos de civil. En las esquinas hay varias patrullas y un ómnibus urbano atraviesa perpendicularmente la avenida 25 con la intención de bloquear el tráfico. Un grupo escandaloso se congrega en los bajos de su edificio.

En una directa en Facebook, Yunior García describe lo anterior y convoca a los cubanos a marchar mañana de forma cívica y pacífica, «sin dejarse ganar por el odio, apartando toda la rabia, todo el resentimiento». Aclara, además, que no considera enemigos a quienes ahora le gritan ofensas, porque todos tienen el derecho a pensar distinto, y él solo pide que también respeten el suyo y el de sus amigos. Finalmente, acepta que Cuba no es una República ni un Estado de Derecho. Llama al régimen «tiranía», un término mucho más fuerte que dictadura y, técnicamente, más certero.

Humberto López aparece por los alrededores de La Coronela vestido de verde, muy a tono con la verdadera naturaleza de su oficio. Se presenta ante el gentío bullicioso, pasea la cámara de su móvil frente a ellos y también frente a autos y agentes de la Seguridad del Estado, todos disfrazados de simples civiles. López cuestiona las declaraciones de García sobre el asedio a su casa, pero su video solo reafirma la versión del dramaturgo.

La turba muestra unos viejos cartones con alabanzas a Fidel Castro y la Revolución. Uno de ellos, el que dice «Yunior Singao», intenta endilgarle al líder de Archipiélago el calificativo más popular del presidente Díaz-Canel. Se ejecuta una nueva variante de acto de repudio: «la fiesta-repudio». Hay bocinas, guitarras, maracas y bongó para amenizar una celebración falsa. Con simulada alegría cantan y bailan Guantanamera, Idilio y otros temas clásicos que suelen montarse en los shows para seducir turistas en La Habana. También gritan consignas: «Viva Fidel», «Viva la Revolución», «Pa lo que sea, Canel, pa lo que sea». Desde su apartamento, Yunior García abre unas persianas y deja ver en su mano una rosa blanca. «Mi casa está bloqueada», se lee un cartel sujeto a la ventana, hasta que desde el techo del edificio dejan caer una bandera cubana gigante que la cubre por completo.

Repaso los perfiles en redes sociales de amigos y conocidos que residen en Cuba, así como las notas de «Último Minuto» de varios medios independientes. Me entero así de que en muchas provincias se reporta una importante presencia de policías en las calles. Algunos colegas periodistas, como Abraham Jiménez Enoa, columnista de The Washinton Post, y Luz Escobar, de 14yMedio, son recluidos en sus casas por agentes de la Seguridad del Estado.

En tanto, hay celebraciones oficiosas en distintos puntos de la capital. Una de estas fiestas, desarrollada a lo largo de las últimas 48 horas, ha tenido lugar en las inmediaciones del Parque Central de La Habana. El dúo Buena Fe, Tony Ávila y otros músicos ambientan la actividad que han bautizado como «Los Pañuelos Rojos». El propio Díaz-Canel hace un breve acto de presencia y se fotografía en la «sentada» que realizan en el portal del Gran Teatro Alicia Alonso; aparece también el eurodiputado español Manu Pineda. Ante los medios oficiales, Pineda descarga una perorata sobre las virtudes democráticas del régimen cubano, justo el mismo fin de semana en que las autoridades de la isla ordenaron retirar las credenciales a los periodistas de la agencia española de noticias EFE.

Antes de irme a dormir, le escribo a mis padres diciéndoles que por supuesto recuerdo la última vez que nos vimos. Intento consolarlos prometiendo que el reencuentro no tardará demasiado. Ellos reciben el mensaje y me contestan de manera instantánea. Visto lo ocurrido el 11-J y los días posteriores, me resulta sorprendente que el Gobierno cubano aún no haya cortado los servicios de internet en todo el país.

15 de noviembre

Muy temprano, la llamada de un colega me despierta. «Que no han cortado el internet en Cuba no es del todo cierto», dice. Tiene razón. El Gobierno ha preparado las condiciones para enfrentar la posibilidad de una marcha en su contra sin tener que ejecutar un apagón generalizado. En su lugar, aplica cortes selectivos a periodistas independientes, activistas y probables manifestantes. Yoani Sánchez, Fernando Donate, Manuel Cuesta Morúa, Carolina Barrero, Luz Escobar, Rafael Santos, varios miembros del Comité Ciudadano por la Integración Racial y de la Unión Patriótica de Cuba… La lista de desconectados es larga, sin embargo, muchos de ellos se las ingenian para acceder a Internet por otras vías.

Dos amigos me cuentan que han pasado frente al edificio de Yunior García. «El paso no está cerrado. Hay “segurosos” por la zona, pero se puede pasar frente al edificio. Dos viejos con palos y un tipo joven con un bate, los tres patrullando, son los más evidentes» dice uno de ellos.

Por lo demás, la vida transcurre con normalidad en La Coronela. No hay señal de protesta alguna. «La única manera de que se arme una es que las ciento y tantas personas que amanecieron frente al CUPET de San Agustín para comprar picadillo y poco más, inicien su propia marcha», bromean.

Como sea, no hay señales de Yunior García. Finalmente, la agencia EFE — que gracias a la intervención del Ministerio de Asuntos Exteriores de España logró recuperar las credenciales para un redactor y un camarógrafo — confirma que el líder de Archipiélago no ha sido arrestado, sino que se encontraba durmiendo: «agotado después del intenso domingo». Sus vigilantes no le dejan salir. Sin embargo, aceptan que reciba visitas.

Son las 8:30 de la mañana y el grupo Justicia 11J, integrado por activistas dedicados a confirmar y reportar casos de detenciones por motivos políticos, actualiza en Facebook su listado de personas retenidas por la Seguridad del Estado durante los últimos tres días. Son en total 12, siete de ellas declaradas como víctimas de desapariciones forzadas, es decir, secuestradas por los órganos represivos del régimen y en paraderos desconocidos.

A medida que avanza el día, los reportes de personas sitiadas en todas las provincias del país aumentan. Carolina Barrero, David D Omni, Rafael Vilches, Jorge Ángel Pérez, Richard Almaguer, Luz Escobar, Omar Mena, Mary Karla Ares, Henry Constantín, Abu Dunayah, Oscar Casanella, Manuel De la Cruz, Vladimir Turró, María Matienzo, Niober García, Abraham Jiménez, Orelvys Cabrera, Camila Acosta, Keily de la Mora, Manuel Santana Vega, Manuel Cuesta Morúa, Raúl Soublett y Héctor Luis Valdés son solo algunos de los opositores, activistas o reporteros independientes que amanecieron con vigilancia de la Seguridad del Estado.

También según denuncias en redes sociales, la policía política mantiene igualmente retenidas en sus casas a las familias de varios presos políticos. En esta situación se encuentra Yudinela Castro, madre del joven de 17 años Rowland Jesús Castillo Castro. Rowland fue apresado el 16 de julio por su participación en las protestas del 11-J. La Fiscalía ha pedido a los tribunales que se le castigue con 23 años de privación de libertad. También está sitiada Bárbara Farrat, madre del preso político de 17 años Jonathan Torres Farrat, para quien la Fiscalía pide seis años de prisión.

En Santa Clara, la familia del preso político Andy García Lorenzo no solo es retenida en casa, sino que es víctima de un multitudinario acto de repudio. Pedro Osvaldo López, suegro de la hermana de Andy, es detenido por gritar desde el portal de su casa: «Libertad para los presos políticos». Poco importa a sus captores el prestigio de López en la ciudad y las vidas que probablemente salvó durante los momentos más críticos de la pandemia de COVID-19, cuando se dedicó a fabricar por su cuenta decenas de válvulas de distribución de oxígeno que luego donó a los hospitales. Excepto sus familiares, nadie se lanzó a las calles para exigir su liberación.

Al parecer, son pocos los periodistas y activistas que han logrado salir a la calle. La mayoría debe conformarse con vestir de blanco entero y colgar sábanas de igual color en sus balcones y patios en señal de protesta. Jorge Enrique Rodríguez, reportero de Diario de Cuba, logra salir de su casa con cierta facilidad, pero, de acuerdo con varios reportes, es apresado poco después y liberado pasadas unas horas. Otros también son apresados al intentar burlar la vigilancia policial a las 3:00 p.m., hora acordada por Archipiélago para iniciar la Marcha Cívica por el Cambio. Tal es el caso de Carolina Barrero, integrante del Grupo 27N, de quien no se sabe su paradero.

— Iliana Hernández es la única que ha pensado con claridad, la única que hizo la tarea — dice mi esposa cuando ve la expresión pícara de la periodista de Cibercuba mientras se pasea por las calles vacías de La Habana. Hernández, habituada a la vigilancia policial, entendió que debía pasar al menos la última noche en algún lugar lejos de su casa, para así burlar a los agentes que desde esta mañana montan guardia inútilmente en Cojímar.

Hay efectivos de la Policía y el Ministerio del Interior en la mayoría de las principales arterias de la ciudad, que por lo demás están bastante poco concurridas. En televisión nacional, las imágenes de calles semivacías supuestamente demuestran que todo permanece bajo control, que la convocatoria ha sido un fracaso. Sin embargo, nada habla más de los métodos represivos usados hoy que la calma y el relativo silencio de La Habana.

Varios medios independientes informan que, además de Carolina Barrero, han apresado a los opositores Ángel Moya y Berta Soler, justo cuando se disponían a salir de la sede de las Damas de Blanco. En Holguín, la policía detuvo violentamente a los hermanos Fidel Manuel Batista Leyva, Ana Iris Batista Leyva y Ada Iris Miranda Leyva, así como a María Casado Ureña, una anciana de 74 años.

De todos los videos que he visto hoy, dos me han impactado especialmente: los actos de repudio a las coordinadoras de Archipiélago Saily González y Miryorli García. Decenas de mujeres han sido llevadas ante las puertas de ambas activistas para amenazarlas, ofenderlas, gritar consignas, y también cantar y bailar. «Mercenaria», «Viva Fidel», «Tú no sales hoy de aquí…». Los dos actos de repudio, uno en Villa Clara y otro en La Habana, presentan un repertorio muy similar.

Hace unos meses, cuando estuve en Madrid, fui testigo de cómo, diariamente, más de cien cubanos escribían desde la isla a un grupo de emigrados para pedir fármacos e insumos médicos imprescindibles pero imposibles de conseguir en Cuba. Otros escribían para agradecer por sus vidas o las de sus familiares. El Gobierno, insisten muchos activistas, prefirió emplear los escasos fondos públicos en hoteles para turistas que en preparar el sistema de salud en plena de una pandemia. También fui testigo con admiración de los esfuerzos en España, y también en Estados Unidos y en México, para conseguir medicinas y reunir el dinero necesario para enviarlas a la isla. El régimen nunca facilitó vías para la entrada de esa ayuda humanitaria, que luego ha sido distribuida por artistas y activistas en todo el territorio nacional.

Admiro también a los líderes de Archipiélago. No porque hayan intentado organizar una marcha pacífica, ni por soportar el peso de la represión de una dictadura, sino porque aseguran no odiar. Algo de lo que ciertamente me considero incapaz, en especial cuando pienso en la represión y los actos de repudio.

Casualmente, hoy he leído un texto revelador del escritor Javier Cercas, «La invención del pasado», publicado en El País hace dos días. Dice Cercas en su artículo que «cada vez que se produce un cambio histórico, sobre todo cada vez que concluye un período traumático, los seres humanos tendemos a mentirnos sobre nuestro pasado». Este comportamiento natural, agrega el autor, aunque moralmente reprochable, también tiene su saldo positivo, pues «significa que cada vez más gente entiende que nunca debió ocurrir lo que ocurrió».

Es tarde en la noche. En las redes continúan denuncias de actos represivos y desapariciones, e infructuosos debates sobre si la Marcha Cívica por el Cambio fue o no un fracaso. Me interesan las primeras. Por lo demás, creo que tras este 15N estamos más cerca del futuro que ayer.

Publicado originalmente en El Estornudo.

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Revista independiente de periodismo narrativo, hecha desde dentro de Cuba, desde fuera de Cuba y, de paso, sobre Cuba.

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