Diario de un espectador avergonzado de ser solo eso
16 de noviembre
He salido de Cuba en circunstancias poco felices que no me detendré a contar. Solo diré que fue un escape, o creo yo que eso fue. Viajé por una carretera toda la madrugada hasta el aeropuerto de Camagüey, crucé los dedos mientras pasaba por inmigración y respiré aliviado al ver que aún no me habían regulado. Mientras esperaba abordar mi vuelo no sentí arrepentimientos por dejar Cuba, y tampoco miedo por llegar solo a una tierra que no conozco. A la fuerza dejé toda pertenencia atrás, como para cerrarle el paso a futuras nostalgias.
Llego a México. Hablo con mis padres antes de dormir para contarles el viaje. «Si algo ahora me ata a allá, son ustedes», les digo. Sé que les miento. Lo último que hago en la noche es leer una noticia que me ha llegado a través de las redes sociales. Un grupo de artistas y activistas se acuartelan en la sede del Movimiento de San Isidro (MSI), luego de ser hostigados durante días por exigir la libertad de un amigo preso e indebidamente procesado por las leyes cubanas. Entre las paredes de ese lugar que recuerdo bien, se han reunido para leer poesía.
17 de noviembre
Paso el día revisando un texto que dejé pendiente sobre Iliana Hernández. También escucho las grabaciones de la entrevista en que me contó su historia y me convenzo de que esta mujer es un personaje de Almodóvar en toda la regla. Ella también está atrincherada en San Isidro y desde allí reporta cuanto pasa. En uno de sus videos veo a Luis Manuel Otero en la calle, semitrasvestido y bailando junto a Maykel Castillo, burlándose de la policía política que los tiene sitiados. La irreverencia alegre de ambos se me hace tan divertida como admirable.
Recuerdo que una vez pasé varias horas conversando con Luis Manuel Otero en la sede del MSI, mientras esperaba que terminara de llover. Hablamos de muchas cosas. Yo le dije que hasta el momento me sentía un tipo con suerte por pasar desapercibido a ojos de la Seguridad del Estado, y él me contó de una represora, la teniente coronel Kenia, quien lo persiguió en los días en que protestaba contra el Decreto 349. En uno de sus tantos encuentros, Kenia amenazó con enviarlo una larga temporada a prisión. Su rebeldía, dijo, la tenía harta.
— Y yo le dije: «Kenia, tú me vas a trancar, después me vas a soltar, y así. Pero cuando yo salga me voy a esconder en un lugar donde solo una persona de mi confianza podrá localizarme. Fíjate, esa persona no me va a echar pa’alante porque las pierde todas conmigo. Y allí, escondido, voy a hacer una huelga de hambre y sed hasta que quiten el 349. La cosa es así. Tú sabes que yo soy loco. O quitan eso o me muero».
Le pregunté entonces a Luis Manuel si aquello había ido en serio. Él sonrió y me confesó que sí.
18 de noviembre
Otra noticia: en la sede del MSI se han plantado nueve personas en huelga de hambre. De ellas, cuatro también comienzan una huelga de sed.
Creo que, al menos Luis Manuel y Maykel, llevan tiempo corriendo las fronteras del performance en Cuba. Uno pasó de bailar casi desnudo en una céntrica esquina habanera a usar la bandera de ropaje, y el otro de vestirse de preso a coserse los labios. Así, un performance fue llevando a otro, y el conjunto a una incesante hostilidad por parte de la dictadura. La escalada de presiones entre ellos y el Estado totalitario los ha situado, finalmente, en este escenario.
La huelga es el performance definitivo del «arte independiente» en Cuba; la implosión última de su hartazgo. Siento que esas fronteras corridas han llegado a un punto demasiado lejano, tal vez sin retorno. Luis Manuel y el resto de los huelguistas se han radicalizado, y la obra que antes apuntaba a la libertad de un amigo ahora apunta también hacia nosotros. Han hecho de sus cuerpos lienzos, trozos de madera, libretas de composiciones, y se atreven a entregarnos el carboncillo, el cincel y la pluma, involucrándonos a todos en la tarea de darles una de las dos únicas formas que pueden tener: la vida o la muerte. No se lo pedimos, pero quizás lo necesitábamos.
19 de noviembre
Sé que las redes sociales son un juego de espejos, sin embargo, estoy convencido de que son también los únicos espacios que podrían catalogarse como «esfera pública» en Cuba. La democracia que falta en el entorno analógico cubano crece distorsionada aquí, pero crece. Leo noticias sobre la huelga y también comentarios sueltos. Un mapeo rápido de la vox populi indica lo siguiente: muchos se solidarizan con los huelguistas, algunos intentan desacreditarlos mediante difamaciones absurdas, y otros, como hijos bastardos de estos últimos, defienden su derecho a no opinar.
20 de noviembre
¿Cuánto puede resistir una persona sin comer? El cadáver raquítico de Bobby Sands lo dejó escrito en los almanaques de toda Irlanda del Norte: 66 días. La huelga de hambre es un proceso lento, que a mitad de camino revela las formas más tristes y extremas del cuerpo. La otra mitad es solo la agonía dilatada de la autofagia. ¿Cuánto puede vivir una persona sin ingerir líquidos? Basta una búsqueda apresurada en Google para saber que cinco días, aunque alguien con un buen estado de salud puede soportar hasta 12. No es necesario llegar al final para que el cuerpo sufra daños irreparables.
Yo quisiera decirles a los huelguistas que paren, que es suficiente, que no son buenos los obituarios de los justos porque no saldan cuentas ni salvan, sino que son vacíos. Pero por vergüenza no puedo pedirles actuar como lo haría yo desde mi instinto de conservación y mi cobardía. Porque sí, cualquier cosa que pueda hacer, ya es cobardía frente a ellos.
Como sea que termine esta historia, con la entereza que han demostrado, los huelguistas han puesto el listón muy alto para la historia futura de la lucha cívica en Cuba. El país debería hurgarse en las entrañas y descubrir que aún le queda un órgano funcional en San Isidro.
21 de noviembre
¿Qué critican los escépticos? ¿Bajo qué sábana se ocultan los medias tintas, los mojigatos, los neutrales? A los escépticos les gusta marcar distancias. Quieren creer que han inaugurado una tercera posición que no es de apoyo ni de rechazo a la violencia patológica del gobierno, pero no fundan nada nuevo. La cobardía es muy vieja, tanto como el valor de los huelguistas y la maldad banal de quienes le reprimen.
Los escépticos también exigen héroes románticos, caballeros de armaduras pulidas, santos, mártires sin más vida que el momento en que esperan ser devorados por las bestias en un circo romano. Todo lo que quede fuera de este canon lo rechazan, no les sirve, lo consideran impuro. Prefieren, como diría Virgilio Piñera, «esa pureza que mancha todo de blanco» y pertenece más a la ficción ideologizada que a la realidad histórica. No confían, por ejemplo, en Luis Manuel Otero porque puede travestirse sin prejuicios. Creen que está mal que desacralice símbolos, y no ven — o no quieren ver — que su trabajo consiste en despreciar los significantes gastados para rescatar sus significados valiosos. Tampoco confían en Maykel Castillo porque sienten que su lengua suelta y sincera es tan soez que ofende a sus educados oídos. Pareciera que los académicos cubanos de la contracultura, repentinamente, abrazan el neoclasicismo y aborrecen los grafitis, y que en la tierra del reparto, casi sin avisar, se reproducen de a miles los Lezamas.
¡Pinga, ut cum dignitate potius cadamus quam cum ignominia serviamus! ¡Sapere aude, cojones! ¡Perreen! Ya está.
22 de noviembre
Rabia. Vergüenza. Hoy atacaron a los huelguistas. La policía política permitió que un individuo, seguramente uno de sus acólitos, rompiera la puerta de la sede del MSI a golpes y luego lanzara botellas de cristal al interior de la casa. Los huelguistas no han respondido con violencia. La única barricada con la que cuentan es su dignidad. Siento que me estoy perdiendo «la Historia».
Vuelvo a escuchar la entrevista que le hice a Luis Manuel Otero. Justo un año después de aquella charla, la buena suerte de la que me jactaba frente a él se terminó. Hace unos días, mientras tomaba un vuelo, él se acuartelaba en el mismo lugar en que hablamos. Yo huía; él se enfrentaba. Ahora cumple con la huelga de hambre y sed que una vez prometió.
Lo llamo a través de Iliana Hernández. « ¿Por qué la huelga?», pregunto. Él, con la voz débil pero segura, responde:
— Uno se cansa de esa situación en que cada vez que dices algo, algo normal, vas preso. Y llega el momento también en que lo único que tienes para luchar contra eso es tu propio cuerpo. Entonces, a los que padecen de inmovilidad producto de una falta de cultura política, del miedo, del oportunismo, a esos que sienten despreocupación por el otro, les das tu cuerpo para ver qué deciden hacer con él. ¡A ver si eso les mueve a luchar por sus derechos! La lucha en Cuba, como en el resto del mundo, necesita sacrificio, y la gente en Cuba perdió la capacidad de sacrificarse por otros. Pero tengo fe y quisiera saber cuánto vale esta carne para los demás.
Ahora pienso en el texto que parió aquella conversación en Damas 955 mientras esperaba a que escampase. Lo titulé Retrato de un kamikaze feliz, y veo que no podía haberlo hecho de otra manera.
23 de noviembre
¿Qué está pasando en San Isidro? ¿Qué fibras tocó? ¿Qué ha sido allí tan poderoso como para remover las pasiones de buena parte del país? Quizás sean las convicciones firmes y reales de los huelguistas, o el extremo suicida al que han llegado algunos, o que todo iniciara por un amigo injustamente procesado por la ley, o la épica del martirio de unos pocos que abogan por los derechos de muchos. O no, tal vez esa fuerza telúrica se halle en el hecho de que la historia del Movimiento de San Isidro es, antes que todo, una historia de amor.
24 de noviembre
Seis días de huelga.
Sería tan sencillo que todo esto acabara sin muerte de por medio. Sin embargo, el gobierno no parece querer dar su brazo a torcer. Las élites, la senil y la oportunista, creen que si han sostenido el poder durante tanto tiempo es porque casi nunca se han equivocado. Y los errores en que piensan no son actos por los cuales disculparse o resarcir a alguien. Las fallas del sistema, según ellos, son esos pocos puntos ciegos donde no han podido ejercer su voluntad, los momentos en que no fueron todo lo duros que hubieran podido ser.
Hoy, en su oficina, Miguel Díaz-Canel debe estar muy preocupado. Un grupo de «revoltosos» que jamás debió llegar a sus oídos ahora lo inquieta. Se suponía que los huelguistas fueran simples ovejas descarriadas que sus perros mantendrían más o menos cerca del rebaño a golpe de ladridos y mordidas. Sin embargo, estas pocas ovejas sin voz ya están cansadas y ahora se inmolan para mostrarle a las demás que no todos los caminos conducen al corral.
Imagino que Díaz-Canel debe sentirse desconcertado, furioso. La huelga no puede resultar más inoportuna. A estas horas debiera estar pensando en cómo salir de la bancarrota absoluta y volver a la precariedad de siempre, esa que en su feudo resulta más o menos soportable, y no en unos cuantos individuos sobre los que apenas conoció la pasada semana. Como carece de la diplomacia necesaria para solucionar una crisis así, recurre a la presión. Sin embargo, tampoco puede pasarse. ¿Liberar a Denis Solís, garantizar libertades económicas y políticas? Eso nunca. Sin un capital político sólido, ceder sería tomado como una muestra de debilidad. Pero, ¿y si cediera?
A lo mejor Raúl Castro también está enterado de la huelga y aconseja como un gurú. Tal vez dice a Díaz-Canel que espere y reprima, que él ya tiene experiencia y que no es con blandenguerías como ha envejecido en su trono. Puede que Díaz Canel, por su parte, no lo vea tan claro, y en su cabeza se repita una y otra vez algo parecido a la máxima de Ulrich Beck (a quien él desconoce): «Cuando el poder se convierte en tema es cuando comienza su desintegración». Por el momento, el Presidente se aferra a la apatía y la indiferencia del pueblo, incluso, en lo que a él mismo concierne. Solo eso lo salva.
Mientras tanto, quizás, mire al almanaque con terror, como si también él estuviera en peligro.
25 de noviembre
Hay quien calla porque dice «no comulgar con las ideas políticas» de los huelguistas, pero no se detiene a pensar en lo heterogéneo de ese ejército de 14 personas acuarteladas en Damas 955. Una nación democrática se construye justamente así, con emprendedores, científicos, poetas, artistas, maestros, cada uno con una idea diferente del país que habitan y que quieren habitar, pero unidos todos por una causa noble, como es en este caso la liberación de un amigo que creen injustamente condenado.
Hay, además, quien habla para decir que no quiere hablar. Que se desentiende porque hay «huelguistas que son de derechas», como si el criterio político se redujera a un camino perfectamente bifurcado. Juguemos por un instante a seguir estas simplificaciones…
Si alguien tiene responsabilidad sobre esa «inclinación hacia la derecha» que pueda existir en algunos activistas y opositores cubanos es, además de la dictadura, buena parte de la izquierda tradicional. Esos «progres», hipócritas o no, que miran a «Cuba revolucionaria» como un astrónomo medieval mira a una estrella lejana que aparentemente sigue ahí, pero que en verdad murió hace millones de años. Prefieren ignorar la realidad de un país que se detuvo en el tiempo, y no precisamente en su momento más feliz. Si por un minuto esa izquierda esclerótica fuese consecuente en el caso de Cuba, estaría traicionando el relato épico que cree que la sostiene. Acabaría con la dulce nostalgia de sus años mozos: cuando pintaba grafitis y lanzaba cócteles molotov con la cara pintada, y en las noches se iba a leer El 18 Brumario de Luis Bonaparte para entender sobre tiranos e ideología, mientras se fumaba un porro, envuelta en camisetas del Che Guevara. Para esos trasnochados la Revolución cubana está saludable solo porque debe estarlo.
La propaganda del gobierno cubano ha desdibujado todo un espectro de paradigmas políticos en sus ciudadanos, dejándoles ver solo los extremos más ridículos. Hace suponer que a la idea de esta izquierda burda y monolítica se oponga por naturaleza la idea de una derecha absoluta, demoníaca y terriblemente conservadora. En este último punto quieren ubicar los desentendidos, los falsos Pilatos, a muchos de los huelguistas y al propio Denis Solís por decir, por ejemplo, que apoya a Trump. El trumpismo de Denis Solís es, en realidad, bastante ingenuo, quizás tanto como el fidelismo de los «progres» nostálgicos enamorados de la Revolución. Como él, otros activistas y opositores se mueven en la dinámica del maniqueísmo político sin saberse todavía víctimas de la propaganda oficial. Ven en la derecha ultraconservadora y nacionalista una negación de la izquierda que identifican con Cuba, solo porque el gobierno de la isla se cataloga como tal. No creo pecar de paternalista si digo que, en verdad, no tienen claro qué es una cosa ni otra, simplemente, porque no las conocen, y solo saben de una dictadura asfixiante que funciona bajo la siniestra lógica de una caverna platónica…
Pero nada de esto importa, no cuando seis cubanos están dispuestos a morir frente a nuestros ojos.
A estas horas, las vidas de Luis Manuel Otero y Maykel Castillo van apagándose. No quisiera que llegaran a un punto sin retorno. Prefiero confiar en que no será así; que habrá diálogo, negociaciones. Pero si aun llegándoles la muerte no revive la sociedad cubana, entonces habrá que apagar cada bombilla, cada vela, la farola del Morro, y marcharse para siempre de un país que ya no es nuestro.
26 de noviembre
Luis Manuel Otero y Maykel Castillo han depuesto la huelga de sed, pero continúan — junto a Iliana Hernández, Esteban Rodríguez (que depone en la tarde), Katherine Bisquet, Anamely Ramos (que se sumaron días después) — sin ingerir alimentos.
En la noche, la Seguridad del Estado interviene la sede del MSI disfrazada de médicos. Han usado la pandemia como justificación para ponerle fin a esta huelga, que cada día cuenta con más apoyo. En el momento de la extracción cortan el acceso a Facebook e Instagram. Sigo los acontecimientos todo lo cerca que puedo, no solo mediante la avalancha de publicaciones que se suceden en pocas horas, sino también por amigos que se llegan a las inmediaciones del lugar y me cuentan qué pasa.
Nadie sabe dónde están los detenidos. Una amiga me dice que saldrá a protestar al Malecón con unos pocos más, luego de que una conocida suya los convocara. Le digo que se cuide, pero ella está confiada en que bastante gente se sumará. Al final, no va nadie, ni siquiera la persona que convocó. El Malecón está tan poblado de desentendidos y aletargados como siempre. «Esto quedó en el aire. A los que detuvieron ya los mandaron para su casa y todo se calmó», me escribe desilusionada. Le pido que vuelva a casa.
Es de madrugada y todavía no se sabe del paradero de Luis Manuel Otero. Hablo con otro amigo noctámbulo por teléfono para desahogar la indignación acumulada durante la última semana.
«Esto no va a pasar sin penas ni glorias. Revisa las redes para que veas. Más gente se ha sumado y hasta los escépticos se pronuncian. Esto puede ser el inicio de algo grande. La gente está indignada», dice.
Creo que tiene razón. Le digo que hasta hace poco Cuba era un lago congelado con la primavera cerca, y que lo ocurrido en San Isidro ha sido una quebradura importante en su fina capa de hielo. Hay esperanzas.
27 de noviembre
Cientos de personas se plantan frente al Ministerio de Cultura para exigir su derecho al disenso, justicia para Denis Solís y los huelguistas de San Isidro, y el fin de la represión por motivos políticos. A estas horas muchos han depuesto la huelga de hambre. Me dicen que solo Luis Manuel y Maykel la mantienen, aunque poco se sabe del primero. Se especula que está en el hospital Manuel Fajardo en contra de su voluntad, lo cual contradice el discurso oficial de deslegitimación de la huelga. Para la dictadura mentir es una práctica tan común que ya se olvida de hacerlo bien.
El lugar es cercado por la policía y algunos denuncian el empleo de gas pimienta por efectivos del régimen contra un grupo de jóvenes que se incorpora a última hora a la protesta. Sin embargo, nada de esto impide que la gente se siga sumando. Muchos de mis amigos están allá. Dicen que no quieren perderse «la Historia» y yo, desde aquí, solo les pido que sean mis ojos y mis oídos.
El entusiasmo consume a la multitud. Por primera vez se despojan del mayor de los miedos que ha impedido a lo largo de tantos años una protesta espontánea en Cuba: el miedo a estar solos.
«¿Qué pasa ahora?», pregunto a uno de ellos. Responde: «Un grupo de artistas entró a dialogar con el viceministro de Cultura. Aquí afuera aplaudimos cada 10 minutos para apoyar a los que entraron. Me dijeron que ya le están llamando a esta protesta la “Revolución de los Aplausos”».
Me sorprende el entusiasmo y la sobrexcitación de mi amigo, quien está convencido de estar participando en una revolución auténtica.
«Esto es lo más parecido», bromea, «a la Marcha sobre Washington que ha sucedido en Cuba. Solo falta el discurso de un Martin Luther King y el concierto de un Bob Dylan para amenizar la noche».
Los artistas que entraron a la sede del Ministerio de Cultura salen finalmente. Anuncian que ha habido diálogo, aunque reconocen que fue complicado llegar a una negociación.
Los acuerdos del encuentro son los siguientes:
1) Se abrirá un canal de diálogo con las instituciones culturales.
2) El Ministerio de Cultura se interesará con urgencia por la situación de Denis Solís y Luis Manuel Otero.
3) Se organizará una agenda de trabajo múltiple con temas por ambas partes.
4) Se revisará la reciente declaración de la dirección nacional de la Asociación Hermanos Saíz, un bodrio panfletario y ridículo que, como de costumbre, deja caer los estigmas de contrarrevolución y mercenarismo sobre todo disenso.
5) El compromiso de un cese de la represión hacia los creadores independientes por parte del gobierno.
Los participantes en la protesta se van a casa, y yo a dormir, pero primero paso unos minutos conversando con mi amigo.
«Estoy muy satisfecho con los acuerdos, y también emocionado por haber presenciado un momento único. Hoy, aquí, se hizo Historia», me escribe. Le contesto que pienso igual y que no importa qué suceda en lo adelante, la protesta ya es un precedente imposible de ignorar. «Solo hay una cosa que me preocupa», me dice antes de despedirse, «¿Por qué no se ha pronunciado Díaz-Canel?»
28 de noviembre
Díaz-Canel se ha pronunciado. Me pregunto cómo en el reducido espacio que exige un tuit puede hilvanar semejante cantidad de mentiras. En resumen, el Presidente no está dispuesto a ceder.
El totalitarismo, una vez más, desprecia el diálogo y opta por actuar de la única manera que conoce: la mentira y la represión. Varios de los que protagonizaron la huelga de San Isidro amanecen con policías frente a sus casas para impedirle salir; Luis Manuel Otero continúa en un hospital en contra de su voluntad, y los acuerdos de la noche anterior son violados en cuestión de horas. Para mañana, el gobierno ha concertado una concentración masiva de sus acólitos, a la que ya bautizó como «tángana». Los medios oficiales anuncian el lugar, la hora y el objetivo de la «tángana», y luego insistirán en la espontaneidad del acto. La televisión cubana, por su parte, concibe una «programación especial» para desacreditar a los huelguistas de San Isidro y a los artistas que protestaron frente al Ministerio de Cultura.
«Hemos sido muy ingenuos. ¿Esperaban que el gobierno respetara los acuerdos? El totalitarismo no negocia. El totalitarismo reprime. Está en su naturaleza. La dictadura ganó», leo un post en Facebook bastante pesimista. Estoy de acuerdo, pero solo en parte. El simple hecho de que un sector de la población se haya rebelado contra el miedo y la inmovilidad crónica del país me parece bastante.
La sociedad cubana se fracciona públicamente, tal y como se esperaba de un país neófito en cuestiones de disenso y respeto al criterio ajeno. Los egos y las prisas compiten con el espíritu colectivo y la paciencia de quienes abogan por un cambio, mientras que el gobierno se fortalece y actúa. Sin embargo, nada de esto me parece fatal. La construcción de un país jamás ha estado exenta de contradicciones; incluso exige que las haya.
Quisiera escribir reposadamente sobre todo lo que ha sucedido desde que comenzó la huelga hasta ahora, pero no puedo despegarme de las redes sociales. Las cosas se suceden a ritmo acelerado y cada minuto desactualiza cualquier información.
29 de noviembre
La «tángana» resulta lo esperado: un espectáculo delirante y de mal gusto. «La tángana es espontánea, la tángana es espontánea», repiten una y otra vez sus oradores de barricada, como si quisieran derrotar por cansancio la evidencia de la premeditación de semejante circo. Basta mirar al público para entender que en verdad solo han respondido al llamado… Sin embargo, creo en la voluntariedad de una parte nada despreciable de los presentes, y en general no puedo más que sentir vergüenza.
La multitud reunida asiste a una representación más del entierro de sus derechos. Repiten a coro que la democracia y la libertad de expresión encuentran sus límites cuando colisionan con el régimen. Arman su algarabía, con las mascarillas caídas para poder gritar más alto, como si fuera cierto que el coronavirus prospera mejor en una casucha sitiada de San Isidro que en este tumulto irresponsable.
No puedo seguir con esto. Resulta escalofriante ver a tantos cubanos aplaudiendo el privilegio de manifestarse y no ser reprimidos por el simple hecho de haber aceptado la sumisión. Si hace dos noches abrazaba la esperanza de un país medianamente normal, esta tarde la «tángana» me ha revelado a Cuba como el absurdo incomprensible que siempre ha sido.
«Esa es nuestra historia, bro, un amago tras otro. Cuba es cúmulo de frustraciones, un eterno “casi, pero no”», me escribe ahora otro amigo. Pero no quiero darle la razón.
Publicado originalmente en El Estornudo.