Cuba y COVID: una historia clínica

El Estornudo
5 min readSep 8, 2021
Miguel Díaz-Canel y Raúl Castro / Foto: AFP

Por Néstor Díaz de Villegas

El castrismo es una enfermedad viral de carácter político y el COVID una enfermedad política de carácter viral que se yuxtaponen en el nuevo estado de emergencia global. Un estado que padece condiciones preexistentes que posiblemente aceleren su desenlace.

Cuba pide el oxígeno que le ha sido negado en el Fake Hospital del castrismo, donde solo abunda el helio de inflar globos. El castrismo es falsa salubridad y noticia falsa. Un cuerpo político decrépito que yace en camilla en los pasillos de la Historia, donde permanece en un estado de coma inducido por la comisión médica que gobierna el país como si fuera un paciente terminal.

Desde el día del triunfo — que fue, en realidad, el día de su ingreso — la población cubana ha sido mantenida en cuarentena por decreto de un Comité de Salud Pública que le aplicó, indiscriminada e ininterrumpidamente, una «cura de Caballo».

La plaga revolucionaria no debió durar seis décadas, porque ninguna pandemia debería agotar el tiempo que media entre la infancia y la senectud. Tampoco existe aún la vacuna contra el castrismo, ni un número exacto de dosis que evite sus rebrotes.

La peculiaridad clínica del castrismo radica en que los portadores de la plaga se presentan como sanadores, y que el falso remedio lleva la etiqueta de «la soberanía». El nuevo veneno se apropió del atractivo comercial de un personaje del teatro lírico martiano: Abdala.

Pero ese signo teatral podría intercambiarse fácilmente por el nombre de Hamlet (Lavastida o La Bastilla). El Maleconazo, La Bastilla, Lavastida y los sucesos del antiguo Teatro Villanuevasirvieron de marco referencial al agravamiento político conocido como 11-J.

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¿Cómo ocurre el contagio? Para explicar un estado de emergencia viral conviene recurrir al lenguaje del cine. En Epidemic (1987), la segunda película de Lars von Trier, el director danés encarna al personaje del doctor Mesmer. El núcleo narrativo del filme reproduce un clásico episodio de la vida del doctor Guevara.

En el libro Mi hijo el Che (Planeta, 1981), Ernesto Guevara Lynch refiere el incidente en que su vástago disecciona un cadáver en la clase de anatomía del profesor Salvador Pisani: «En una ocasión, habiendo recibido Pisani un aparato eléctrico fabricado en Suecia para moler vísceras, Ernesto decidió probarlo. Buscó dentro de la facultad de medicina algunas vísceras de personas que habían muerto debido a enfermedades infecciosas y se dispuso a probar la nueva máquina».

Me permito recalcar, para beneficio del lector desprevenido, las claves narrativas de la declaración antedicha: «aparato eléctrico», «moler», «vísceras», «salvador», «probar», «infeccioso», «nueva máquina», «medicina», «Suecia».

Guevara Lynch nos informa que a la nueva máquina «le faltaba un capuchón de goma para evitar que las partículas picadas se pusieran en contacto con el operador». Enseguida revela que «Ernesto, impaciente, no quiso esperar que le mandaran de Europa el protector, y ya con las vísceras en el consultorio de Pisani resolvió hacer la operación, y la hizo».

Nótese bien ese «…y la hizo».

Armados de estas claves se hace más fácil entender al Guevara de los fusilamientos, al impaciente «Carnicero de La Cabaña» y al doctor Mesmer que creó un teatro médico en el patio de la fortaleza. (Se cuenta que hubo invitados a presenciar su monstruoso experimento).

La escena de terror referida por el padre desemboca en el drama hogareño de la convalecencia: «Dos días después tenía una fiebre altísima», narra Guevara Lynch, y más adelante: «Ernesto estaba acostado».

He dicho en otra parte que ese «estaba acostado» anuncia al Guevara de la famosa foto de la escuela rural de La Higuera, en Bolivia, y al de la instantánea donde posa en el balcón de la casa de Palermo 2180, y que ambas imágenes reproducen puntualmente la gestualidad que Jorge Luis Borges es forzado a adoptar en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo, en el cuento «El aleph» (1945). Es la posición que el dialecto cubano rebajó al espantoso participio «encamado».

En su cuento, Borges describe las instrucciones de Carlos Argentino Daneri: «…y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable»; a lo que el narrador añade: «El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo».

Un sótano que tiene mucho de pozo es, posiblemente, una tumba. Che es Mesmer, el galeno que en la película de Von Trier entra en contacto con el «rey rata» de las pandemias medievales, convirtiéndose así en transmisor del mal. Un transmisor que no solo es capaz de «encamar» a sus víctimas, sino de «mesmerizarlas».

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Los intelectuales latinoamericanos han decretado que el malestar cubano es un producto del bloqueo, reforzando de esa manera los barrotes que mantienen al pueblo de Cuba prisionero del estado de excepción castrista.

Tal declaración equivale a un diagnóstico y a una etiología. El castrismo vendría a ser una enfermedad sagrada, como la lepra, la tuberculosis o la sífilis. Cuando un latinoamericano se tatúa en el hombro la cara del doctor Guevara, estaría marcándose con la imagen de una corona infectada, el genoma de la buba ideológica.

Cuba y el COVID están relacionados por un mecanismo de mímesis. En último análisis, la pandemia ha sido un evento positivo para el desarrollo de la nomenclatura cubana, y con toda probabilidad devendrá otra característica permanente del castrismo.

El estadio de duplicación etiológica Cuba/COVID es a lo que los castristas llaman con tanta insistencia «soberanía»: la eventualidad médica que les permitió encastillarse en lo profundo de su sanatorio, desvinculándose del pueblo enfermo que podría contagiarlos incluso a ellos.

(Notar que, durante la pandemia y la consiguiente revolución del 11 de julio ni Raúl, ni López-Calleja, ni Mariela, ni El Tuerto, ni El Cangrejo tuvieron necesidad de dar la cara, y que operaron sin mayores contratiempos a través de apoderados y cancilleres).

En este esquema mórbido, la libertad es vista como la auténtica epidemia, como recaída en la condición zombi, y no solo por la casta militar castrista, sino por los dignatarios de una buena parte de las democracias del continente, para los que Cuba es un pozo estrecho al final de una escalera donde aparecen todas las fantasías del mundo.

Cuba como el Aleph.

Mil veces aplastada, quemada y cancelada mediante los más diversos métodos de aniquilamiento y apartheid, la libertad regresó cada vez con más ímpetu en el Mariel, el Maleconazo, San Isidro, el 27N y el 11-J, una lista a la que habría que añadir ahora el COVID: esa enfermedad política de carácter viral que ha puesto al descubierto los males yuxtapuestos del castrismo y la democracia.

Publicado originalmente en El Estornudo.

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