Cinco denuncias de abusos sexuales contra Fernando Bécquer

El Estornudo
33 min readDec 14, 2021
Fernando Bécquer/Foto: Facebook

Por Mario Luis Reyes

¿Quién es Fernando Bécquer?

Fernando Bécquer (La Habana, 1970) es un cantautor de formación autodidacta que ha desarrollado su carrera musical principalmente en pequeños espacios del país, como es La Casona de Línea, Vedado, un centro cultural muy concurrido por adolescentes y jóvenes, donde se ha presentado habitualmente cada domingo acompañado de otros músicos como Adrián Berazaín y Mauricio Figueiral.

Autor de canciones en muchas ocasiones con un lenguaje agresivo respecto a las mujeres como «Y no me la dejes caer y agárramela» y «Todas las pepillas me caen bien», entre otras, Bécquer suele recorrer con su guitarra sitios informales como el Parque de G, también en el Vedado. habanero. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz, se presenta asiduamente en festivales de trova como el Longina y otros que se desarrollan en diferentes provincias del país.

A pesar de no ser un artista de renombre, es muy conocido entre jóvenes universitarios y también estudiantes de preuniversitario. Tiene solo dos álbumes editados: Cubano por donde tú quieras y El negro de tu vida.

Any Cruz, La Habana-2012

Any Cruz

Desde que sucedió nunca lo he hablado. Estoy en psicoanálisis desde hace tres años y ni siquiera he conversado el tema con mi analista. Ese día estaba una amiga y ambas decidimos no mencionar nunca más el tema. Ella vive en Cuba ahora, yo en Argentina, y la llamé y se lo dije, voy a denunciar. Yo creo que si no es porque vivo en Argentina y he hecho psicoanálisis por varios años tampoco habría asumido que lo que sucedió fue un abuso, que estuvo mal, porque no es lo que te enseñan en Cuba.

Yo estaba en cuarto año de la carrera de Radioquímica. Fue en 2012. La fecha no la recuerdo bien, solo que estaba en cuarto año de la carrera. Frecuentaba mucho el Parque de G. Iba dos, tres y hasta cuatro veces en la semana. Ahí estaba siempre Fernando Bécquer junto a los demás trovadores. También íbamos mucho a la Casa Balear.

Ese día yo estaba con mi amiga en el Parque de G. A ella le estaban pasando cosas, estaba muy triste, y estábamos hablando de eso. Él llegó a saludarnos. A mi amiga le gustan estas cosas místicas de leer el destino, y él tiene su collar, su mano de Orula. Entonces se acercó, comenzó a decirle que la veía mal, triste, y le ofreció como solución una consulta religiosa.

Nosotras sabíamos que a unas tres o cuatro cuadras del Café Literario de G y 23 él tenía una casa. No habíamos ido anteriormente, aunque a otra casa, donde él vive con su madre, fuimos a tomar un café una vez. Teníamos una relación de amistad.

Cuando llegamos a su casa él me pidió que me fuera mientras se quedaba con mi amiga haciéndole la consulta. Yo regresé al Café de G y estuve como media hora, 40 minutos, sintiéndome mal, sintiéndome extraña. Debatiéndome entre volver a la Facultad y esperar allá a mi amiga o ir buscarla.

Al final fui a buscarla y cuando llegué él me dijo que todo había terminado. Mi amiga tenía cara de mucha tristeza, pero como estaba pasando por un problema personal no pensé nada raro. Seguimos hablando un poco más y empezó a decirle a mi amiga que ella tenía una gitana dentro, por lo que también podía consultar y ver el futuro.

Se creó un ambiente bastante raro, me hizo algunas preguntas personales. Yo hablé de mis padrinos, unas personas a las que quiero muchísimo, y en ese momento los extrañaba porque yo estaba en La Habana y ellos en mi pueblo. Entre una cosa y otra él dijo que yo necesitaba una limpieza, y que una manera muy efectiva era por medio de los genitales. Yo miraba a mi amiga sin saber qué hacer. En algún punto confiaba en él, no me esperaba eso. Llegó un momento en que me pidió que me quitara la blusa para estar más libre. Ahí cerré los ojos y no los volví a abrir. Fue muy raro porque quedé con los ojos cerrados, inmóvil, mientras él hablaba. No recuerdo que ropa yo tenía, creo que era un vestido. Él me quitó el blúmer, no sé si el pantalón o la saya, y empezó a hacerme el proceso de limpieza a través del sexo oral, el cunnilingus.

No sé cuánto demoró en eso ni qué estaba haciendo mi amiga. Yo siempre estuve con los ojos cerrados, no me atreví a abrirlos. Cuando te educan en una sociedad donde tu trabajo es simplemente obedecer a un hombre, darle placer y decir que sí, la voz masculina es muy poderosa y no sabes qué hacer, no entiendes qué pasa.

Esa situación siguió un rato que para mí fue eterno. No sé si fueron 15 minutos o dos horas. Después él decidió que ya estaba. Me vestí y me fui con mi amiga. Desde entonces evitamos cruzarnos. Yo sabía que él me estaba evitando. Más nunca hablé con él ni él conmigo ni con mi amiga.

Eso sucedió a las cuatro, cinco o seis de la tarde. En su casa, donde tenía todas sus cosas religiosas, los guerreros. Se hacían muchas fiestas allí. Luego escuché comentarios negativos de varias personas sobre él y sus fiestas. De hecho, hasta mi esposo, cuando le comenté sobre él, me dijo que siempre tuvo fama de eso. Yo lo desconocía totalmente.

Bécquer estaba haciendo estas cosas desde hace años. Él y todos los que andaban juntos en ese tiempo. Era muy raro ver a tipos con tanta edad con universitarias.

Mi amiga me contó que cuando yo me fui inicialmente, él le propuso hacerle una limpieza, y le pidió que le hiciera sexo oral hasta que se vino, porque supuestamente en la eyaculación se iba a limpiar. Ella lo hizo creyendo que sí, ya está.

Nosotras nunca volvimos a hablar de eso, quedó como un chiste del día que pusimos «el bobo». Nos decíamos: «qué estúpidas fuimos». Las mujeres en Cuba no tienen manera de saber que pueden quejarse sobre estas cosas. No sé si hay una cobertura hacia ese tipo de abusos contra la mujer. En mi caso específico era muy difícil tomar alguna acción al respecto.

Esa fue la quinta vez que me agredieron sexualmente en Cuba, lo que provocó que mi vida sexual y romántica estuviera un poco patas arriba. Ya se ha arreglado algo, tras vivir en otro país, hacer análisis, conocer otras cosas. Mi relación con mi esposo es muy positiva, por eso me atrevo a contar esto.

Lilliana H Balance, La Habana — 2006

Lilliana H Balance

Por esos días yo conocí a un trovador que después fue mi pareja por muchos años, Ariel Díaz. Cuando nos conocimos él estaba casado, entonces empezamos a hablar por teléfono, no teníamos donde vernos, y él propuso que nos viéramos en casa de Fernando Bécquer, a quien yo conocía de conciertos.

Yo le pregunté a Ariel si podía confiar en Fernando Bécquer para eso, y me dijo que no había problema. Él me dio la dirección. El día en cuestión yo llegué a casa de Fernando antes que Ariel. Ahí él me empezó a enseñar la casa, y nos quedamos en su cuarto donde yo me puse a mirar unos libros. Me propuso hacerme una consulta, pero yo le dije que no creía en nada. Él empezó a convencerme de que era para conocer qué me traía la vida, etc.

Me dijo: «Siéntate». Me senté en la esquina de su cama, totalmente vestida. Me dijo: «Cierra los ojos, pon las manos encima de los muslos», y empezó a hablar. Yo estaba con los ojos cerrados, no sabía lo que estaba pasando. No recuerdo muy bien en ese momento qué estaba diciendo.

En un momento me tocó la mano y mi reacción inicial fue quitarla y abrir los ojos, entonces descubrí que estaba masturbándose delante de mí. Yo me paré y le dije: «¡Estás loco!”, y salí para la sala.

Ya en ese momento se había venido y todo, y tenía un papel con aquello en su mano y me dijo que lo tenía que echar en un lugar que tuviera cuatro esquinas. Yo le dije que no haría nada de eso, que me iría. Entonces me amenazó con que no le dijera nada a Ariel, alegando que tenía mujer y yo tenía novio. Salí, me fui. Podría entrar en más detalles, pero llevo unos días intentando recordar y no sé.

Al final él me puso el papel en la mano y lo eché en los bajos de su escalera. Ariel no llegó, fue todo muy rápido. Diez o 20 minutos fue lo que estuve allí. Esa noche hablé por teléfono con Ariel, que se quejó de que yo no estaba en casa de Fernando cuando llegó, por lo que le conté lo que pasó.

Su respuesta fue: «Coño, es una pena, yo he escuchado que Fernando hace esas cosas, pero como tú me dijiste que te llevabas con él». Yo le dije: «Bueno, pensé que me llevaba con él». Ariel me dijo que no podía hacer nada, porque entonces su pareja se iba a enterar. Yo solo hablé eso entonces con Mauricio Figueral, quien también era mi amigo. Me dijo: «Coño, parece mentira que hayas caído en eso, todo el mundo sabe que Fernando Bécquer hace eso».

Lo que más me jode a mí es que todo el mundo lo sabe, que tantos amigos lo saben. Mauricio me dijo que además hacía lo que llaman los castings, que consisten en poner a dos muchachas borrachas que se encuentran en una fiesta a darse besos, a desnudarse, las filman o qué se yo. No sé si lo seguirán haciendo, pero están todos ahí, aprovechándose.

Cuando eso sucedió yo tenía 21 años, fue en 2006, en abril. Un par de semanas después me peleé de quien era mi novio. Más nunca en la vida le hablé a Bécquer, ni lo miré. Nunca coincidimos en ningún lugar, porque si estaba, yo me iba. Él me cogió sola y se aprovechó de que me encontraba en una situación vulnerable.

Hace poco, cuando decidimos que íbamos a hacer esta denuncia, pensé que la única persona que me interesaba que lo supiera y se sintiera bien era mi novio de ese momento. Le escribí y le conté lo que me pasó con Bécquer y me dijo: «No puedo creer que te haya pasado a ti». Él también lo sabía. Tanta gente lo sabe…

Hay cosas que cuando pasa el tiempo uno bloquea y no recuerda siquiera cómo fue. Y quiero que la gente lo sepa para que no le pase a más nadie. Solo de pensar en eso llevo días que no duermo bien.

Claudia Expósito, La Habana-2002

Fernando y yo nos conocimos desde bastante jóvenes porque él es cantautor y yo siempre he sido seguidora de la trova, por lo que estaba cerca de los trovadores. De hecho, comencé a trabajar como productora e hice espectáculos y eventos donde la trova estaba muy presente.

Éramos un mismo grupo de amigos. Él y yo no éramos claramente muy cercanos, como amigos personales, pero él era muy amigo de mis amigos, incluso de una pareja que tuve. Estábamos muy cerca. Yo hacía eventos de trova y él siempre andaba por ahí. Desde los 19 o 20 años nos conocemos.

Fue en el año 2002. Tengo muchos recuerdos olvidados de hace 19 años, pero ese no se me borra. Quiero que tengas claro que toda nuestra generación de gente cercana sabe que Fernando tenía una relación extraña con la sexualidad.

A mí no me gustaba cómo él veía y trataba a las mujeres en sus canciones. Yo tenía una pareja muy amiga de él, un cantautor con el que yo tenía un proyecto y una vida en común. Cuando nos separamos fue difícil para mí, y el círculo de amigos sabía que estábamos pasando por una separación difícil.

Entonces Fernando comenzó a llamarme diciéndome que quería pasar por mi casa a hablar conmigo. Yo inicialmente le di curvas porque no entendía qué él quería hablar conmigo, pero siguió insistiendo e insistiendo y me dijo que necesitaba consultarme.

Yo no soy religiosa y no veía ninguna necesidad de coquetear con eso. Le dije que no creía, que no me interesaba, pero siguió insistiendo hasta que me hizo sentir culpa, porque me decía que su santo y su comunicación con el más allá le indicaban que tenía que consultarme. Entonces pensé: «Capaz que no venga a hacer esto y le pase algo, porque los santos están diciendo que para él es muy importante que me consulte».

Finalmente accedí. Llegó como a las diez de la noche. En ese entonces ya yo tenía una niña pequeña. Era tarde cuando empezó a consultarme. Primero me pidió que me pusiera una ropa clara, blanca, suelta. Yo inicialmente no entendí eso y dije: «Así no se consulta en otros lugares». Pero igualmente fui al cuarto, me puse un pullover largo y regresé.

Él empezó a consultarme, pero yo no me creía nada de lo que le decían los caracoles. En ese momento él no tenía ninguna conexión con el más allá, porque no estaba diciendo nada cierto. Me pidió que me quitara la ropa. Le dije: «Fernando, ¿eso es lo que están diciendo tus santos que tengo que hacer? Pues diles que yo incómoda esto no lo puedo hacer, ni habrá conexión ni me podrán ayudar en nada si yo estoy incómoda». El aceptó y me pidió que me acostara en el sofá.

Seguía tratando de no molestarlo, de que él hiciera lo que tenía que hacer, ni sé por qué. Evidentemente le iba la vida en ello. Hizo como un mejunje de miel y aguardiente y comenzó a untármelo en la espalda. Fue muy desagradable. Han pasado 19 años y lo recuerdo vívidamente. En ese momento me pidió que me volteara. Eso significaba que me iba a toquetear toda, a pasarme la miel por los pechos. Entonces me levanté y le dije: «Fernando, no creo en tus santos. Por favor, sal de esta casa».

Eso fue todo, aparentemente puede no parecer terrible, pero habla de sus tácticas y sus mentiras para echarle mano a toda mujer que esté alrededor, porque yo era muy cercana, muy amiga de sus amigos, y a todos les conté.

Les puedes preguntar a la mayoría de los trovadores, y saben esta anécdota. Ellos lo que decían era: «¡Qué loco está Fernando! Él hace eso hasta contigo». Todos sabíamos que él podía transgredir el espacio de una mujer desde la sexualidad, la mentira y la manipulación.

Después yo hice como si nada hubiera pasado, creo que dentro de mi propio espíritu es como si nada hubiera pasado. Pero no, porque realmente yo sí lo recuerdo tan vívidamente cada vez que escucho una historia de Fernando.

Me parece que sus canciones son ofensivas, misóginas, faltas de respeto al público. Si estoy en una peña o en un festival y él canta yo me levanto y me voy. A veces nos saludamos, hablamos de algo si coincidimos, pero nunca ha venido a mi casa ni lo he invitado a ningún evento. Si alguna vez lo veo, es por los amigos en común.

También era famoso por hacer unas especies de castings, cada vez que iba a cualquier festival, el Longina, las Romerías de Mayo, Al Sur de mi Mochila, Canción al Padre. En cualquier festival de trova al que los invitaban hacían esos castings; se aprovechaban de las muchachas que iban a su cuarto, manipuladas, porque eran un grupo de cantautores de La Habana. Eso pesa.

Puede ser que a estas alturas ellos crean que es un consenso, puede ser, pero a mí no me gustaba nada. Nosotros sabíamos que Fernando era como un enfermo sexual, sus canciones lo dicen. Se sabía en algún punto, pero no había tantos testimonios personales.

Estas historias yo las conozco por Fernando, porque a él le gusta hablar de sus hazañas. A las muchachas que ellos veían que se les acercaban, las mal llamadas groupies, las invitaban a la habitación del hotel y les decían que iban a hacer un casting para un videoclip.

Ellas se exhibían, en muchos casos. Él dijo que no llegaban a desnudarse, pero se mostraban, y en varios casos lograron que la muchacha se quitara la blusa o la ropa completa. Yo no estuve nunca ahí, pero lo conozco por su propio testimonio.

Silvia *, La Habana-2010

Yo he suprimido tanto esto. No llegó a una violación porque ya me había sucedido antes con el mismo cuento de la religión.

Cuando empecé a estudiar Diseño en la Facultad hacían peñas bimensuales de Adrián Berazaín y Fernando Bécquer. Cuando tú ves a una persona que casi todos los meses va a la escuela, que es un artista, y lo conoces, y parece una persona chévere, confías. También yo iba mucho a la Casona de Línea, a la Calle G, al Café Literario, donde también él iba mucho.

¿Cómo fue la situación? No me acuerdo, porque lo he tratado de borrar, y solamente lo hablé una vez con mi mejor amiga, a la que le pasó lo mismo.

Realmente yo no me acuerdo si fue de noche o por la tarde. Sé que lo encontré en la calle G o en el Café Literario.

Yo había tomado, pero no estaba borracha. Debí haber estado sola y lo encontré y comenzamos a hablar. Él empezó a decirme que me podía ayudar, porque decía que yo tenía un muerto oscuro, lo que me habían dicho antes ya otras personas. Entonces dijo que había que hacerme un rompimiento, y una ceremonia para que me dejara tranquila y yo poder avanzar en la vida.

Me dijo que tenía una casa muy cerca, que fuera a tirarme los caracoles, entonces yo acepté. Qué iba a pensar, si lo conocía de antes, lo había visto mil veces y estaba en mi mismo ambiente. No pensé que hubiera ningún peligro.

Subimos a su casa, yo pensé que todo estaba normal, y ahí él empezó a hacer su ritual. Yo de religión no sé mucho. En un momento se sentó al lado mío, empezó a pasarme la mano por la pierna y le pedí que no me tocara. Empezó a masturbarse y no recuerdo muy bien lo que pasó.

Sé que entré en pánico porque recordé lo que me había pasado antes y me dije: «Esto no está bien, me tengo que ir de aquí». Creo que le dije: «Mira, me voy, esto no está bien, tu no me gustas». Me contestó: «Yo te acompaño», y aunque me negué fue conmigo hasta 23 y G.

La cuestión no es que no haya sucedido una violación, sino la intención, porque él me llevó a la casa a ver qué pasaba. Yo tendría entre 19 y 20 años. Fue en ese tiempo. Pero cuando una tiene algo así, que no quiere recordar, se le olvidan muchísimos detalles. A Bécquer después de eso nunca le volví a mirar ni a hablar. Tampoco lo confronté. Si se me paraba cerca, me iba. Solo intenté borrarlo.

Patricia *, La Habana-2008

Me parecen muy sucios tanto él, que puede ser una persona enferma, con algún trastorno psiquiátrico, psicológico, como los otros, sus amigos, que sabiendo lo que él hace, sabiendo los detalles, no hacen nada ni le dicen nada.

Irme de Cuba me ayudó a abrir la mente a tantas cosas que no nos enseñan allá, como que uno puede reclamar, como que hay cosas mal hechas. Uno no lo tiene en cuenta, es como si no existiera; yo vine a darme cuenta de todo cuando salí de Cuba.

Sucedió en 2008. Yo tendría 18 o 19 años. Estaba pasando por un momento muy difícil en mi vida, que no es justificación, pero influyó para que yo fuera más vulnerable al cariño de otras personas.

No estaba viviendo en mi casa, sino en casa de mi hermana, que quedaba más cerca de la zona de La Rampa. Empecé a frecuentar el mundo de la trova, iba a las peñas, y la gente comenzó a conocerme. Hice amistades.

Ahora, con 32 años, es muy evidente. Con solo ver mi cara, cualquier adulto habría comprendido que me pasaba algo. Él se me acercó como si fuera un mago, como si lo hubiera adivinado, como si los santos se lo hubieran dicho. En ese momento yo creí que era realmente algo esotérico. Estábamos en un concierto suyo con Berazaín en el Pabellón Cuba. No era la primera vez que lo veía. Me preguntó por qué estaba triste; me dijo que sabía cómo ayudarme, y yo, en mi inocencia, porque no esperaba que una persona así, conocida, artista, fuera a tener malas intenciones, acepté.

No esperaba maldad, la verdad, no la esperaba. Me dijo: «Yo te puedo ayudar, ven conmigo, te enseño». Todo el mundo nos vio irnos juntos, y hago un paréntesis aquí porque días después nos vimos en una peña y el mismo Bécquer me contó que Berazaín le dijo: «Asere, con ella no, ella es buena».

Por eso te digo, yo sé que la gente que lo rodea sabe. Él tiene como una estrategia, muchas personas lo saben. Él sigue un patrón. Fuimos a su casa cerca de la calle C. Iba un poco desconfiada. Me dijo que me iba a tirar los caracoles para que se aclarara mi situación. Cuando estábamos subiendo las escaleras de su casa, le pregunté, desconfiada, si podíamos dejar la puerta abierta. Me dijo que no, que eso era una ceremonia, que no se podía, entonces me ofreció dejar la ventana abierta, y yo accedí.

Creo que ahí se dio cuenta de que conmigo iba a tener que usar otro tipo de maniobra. Se sentó en una esquina y yo en un banquito. Me tiró los caracoles, no sé si es real o no. Yo diría que no. Me dijo que hiciera una pregunta en mi mente, entonces los caracoles decían sí o no. Curiosamente, no sé si fue un proceso de sugestión, lo que yo preguntaba los caracoles lo contestaban medianamente acertado. En un punto cuando supuestamente terminó la tirada, me dijo que había que darle algo al santo. Exactamente cómo llegamos ahí no lo recuerdo, pero me dijo que teníamos que ir al cuarto por algo del santo, y me dijo que lo que el santo quería él no lo podía hacer.

Es decir, el santo quería acostarse conmigo y él en su honra de caballero decía que no, haciendo quedar al santo como el malo. Yo no entendía el proceso. No se explicaba bien, pero, bueno, esas cosas mágicas muchas veces no tienen explicación. Él decía que lo malo que yo tenía había que sacarlo por algún lado, el santo tenía que recogerlo y él lo iba a soltar. Entonces fuimos a su cuarto, me dijo que cerrara los ojos, nos acostamos uno al lado del otro en la cama, él se bajó los pantalones y me pidió que le tocara la barriga.

Yo constantemente le preguntaba: «¿Por qué hay que hacer esto?». Le pedía que me lo explicara de nuevo. Él respondía que toda la mala energía y la carga que yo tenía arriba el santo la iba a recoger a través suyo, y había que soltarla por algún lado. En este caso se refería a soltarla por el semen.

Estaba todo el tiempo cohibida, es un hombre tres veces más grande que yo. Me sentía incómoda. Después de pedirme que cerrara los ojos y le acariciara la barriga me pidió que le tocara los testículos. Yo volví a quitar la mano, le pregunté si no había otra manera de hacerlo, pero él decía que el tipo de trabajo que yo llevaba era ese.

Mi pensamiento siempre fue el mismo: mientras más rápido salga de esto, mejor. Fue muy incómodo, yo le preguntaba todo el tiempo por qué y quitaba la mano. Lo jodí, porque no pudo relajarse mucho. Entonces me dijo que me quedara ahí; me senté de espaldas a él y me pidió que siguiera con los ojos cerrados.

Supuestamente se terminó de masturbar y eyaculó en un papel. Lo cerró, se abrochó la camisa y salimos. Me dio toda una explicación de que había que botarlo y salir por una esquina diferente a la que uno entra. Luego me empezó a hablar de temas de la trova y de trovadores, y me acompañó hasta cerca de la casa de mi hermana.

Ese fue el primer episodio. Yo lo vi como una consulta, me sentí incómoda, pero no lo supuse tan grave como lo veo ahora. Él me decía que ya nosotros éramos hermanos, que después de eso éramos familia. A los tres días fui a otra peña y lo volví a ver. Me preguntó cómo iba lo mío, si se resolvieron mis cosas, y me dijo que me invitaría a casa de su mamá para que la conociera.

La madre vivía en un edificio de la calle G. Esa casa era diferente a la suya, se podría decir que de lujo en Cuba. Por el camino me había preguntado por mi color favorito, yo dije azul, y cuando subimos me llevó a un cuarto azul. Al parecer él tenía cuartos de diferentes colores.

La madre estaba en la sala, cosiendo, lo que me hace pensar que sabe, porque una mujer mayor, con experiencia de vida, ¿no va a saber lo que hace su hijo? La saludé. Ya en el cuarto le pregunté si su mamá no le preguntaba qué yo hacía ahí. Él me dijo que su mamá no estaba en nada, que creía que él llevaba a sus amigas ahí a tocarles la guitarra y cantar.

Se repitió lo mismo, de la misma manera. Nos acostamos boca arriba uno al lado del otro, me dijo que cerrara los ojos, que le acariciara la barriga, los testículos. Yo todo el tiempo cuestionándolo, preguntándole si no podíamos usar otro método. Lo acariciaba por momentos muy cortos, porque algo dentro de mí me decía que eso no estaba bien. Creo que le pasa a todo el que atraviesa momentos así.

En esa ocasión no tiró los caracoles, fue directo al tema, exactamente igual que la otra vez. Me pidió que me sentara, que cerrara los ojos, se masturbó y lo echó en un papel de libreta, de esos que tienen rayitas. Luego guardó el papel y se puso a enseñarme el cuarto, la guitarra, como si no hubiera pasado nada. Tocó una canción, supongo que para que la madre escuchara. Después nos fuimos, botó el papelito, me repitió que siempre se sale por una esquina diferente. Supongo que son diálogos que tiene para validar su historia.

El segundo encuentro fue espontáneo, supuestamente espontáneo. Yo no habría quedado de nuevo para hacer algo así tan desagradable, pero coincidíamos mucho, en los mismos conciertos; todos nos conocíamos de una forma u otra. Después de eso yo conocí a un muchacho, también trovador, del que me hice novia. Cuando le conté a ese muchacho que conocí a Fernando él me dijo: «No me digas que fuiste a casa de Fernando». Le dije que sí, y me dijo: «Ah, cará, Fernando es un cochino, sí, hace esto».

Yo me alejé de Fernando porque estaba con este muchacho, y creo que eso lo hizo no repetir. Si no me hubiera buscado novio tal vez habría habido una tercera vez, nunca lo sabremos. Después él me siguió hablando como si nada, saludando como si nada. Yo nunca escuché que le pasara a otra muchacha, nadie comentó delante de mi ese tipo de cosas.

Comprendí que fui abusada mucho tiempo después. Mi hermana me contó que tuvo varios episodios terribles con un babalawo. Mientras me lo contaba yo le decía: «¿Pero eres anormal, no te diste cuenta?», y diciéndole eso me daba cuenta de lo que me pasó con Bécquer.

Como dos años después fue que empecé a tomar conciencia de que existía la posibilidad de que él se hubiera aprovechado de mí. Pero yo pensaba que él no tenía necesidad de eso. Me cuestionaba por qué una persona que tiene una carrera, que conoce a mucha gente, que tiene la casa tan grande, con su madre, hacía esas cosas.

Poco a poco me di cuenta de que se aprovechó de mi fragilidad, aunque hasta que no salí de Cuba no tuve conciencia de la gravedad del suceso. Él tiene a su círculo de amigos que lo protegen. Todos alrededor suyo saben lo que él hace, le cubren las espaldas y miran hacia otro lado. Él les hace los cuentos.

Abusos sexuales en Cuba

Las agresiones sexuales sufridas por mujeres en Cuba son mayormente invisibilizadas por la prensa y las instituciones estatales y las figuras políticas. Incluso Mariela Castro, hija de Raúl Castro y una de las personas de la nomenklatura dedicadas a temas de género, comunidad LGBTI+ y feminismo, negó en 2015 que en la isla ocurrieran feminicidios.

Ante falta de organizaciones verdaderamente autónomas que asuman la lucha por la igualdad de género y contra la violencia machista, las instituciones del Estado cubano, dizque revolucionarias, pero realmente conservadoras y dirigidas en su mayoría por hombres blancos, dan la espalda al fenómeno, tachándolo de extremo, foráneo o esgrimiendo supuestos valores culturales en el piropo y otras expresiones machistas.

De acuerdo con la plataforma YoSíTeCreoEnCuba, el Código de Familia vigente en Cuba, que data de 1975, «en términos de violencia contra la mujer no hace alusión ninguna».

Además, su Artículo 26, que regula el trato entre cónyuges, «se restringe a la violencia de género desde la perspectiva de las relaciones matrimoniales, dejando fuera otras variantes violentas para quienes no estén unidos por matrimonio formalizado. No se reconocen en este cuerpo legal los efectos de la violencia psicológica o el trato cruel físico o psíquico, como sí lo hacen otros ordenamientos jurídicos de la región», señalan las integrantes de YoSíTeCreoEnCuba a El Estornudo.

Tampoco en materia de derecho penal existe alguna sección de normas que proteja a las mujeres, ni la violencia intrafamiliar se tipifica como delito único, pues «se llega a él infiriéndolo por varios tipos penales, pero no existe como bien jurídico especial en algunos de los títulos del código», agrega la plataforma feminista.

Aunque delitos como el ejercicio arbitrario de derecho, homicidio, asesinato, aborto ilícito, lesiones, abandono de menores, incapacitados y desvalidos, privación de libertad, amenazas, coacción, violación de domicilio, delito contra el derecho de la igualdad, violación, pederastia, abuso lascivos, proxenetismo y trata de persona, ultraje sexual, incesto, estupro y corrupción de menores son aplicados en la protección a la mujer víctima de violencia de género, el feminicidio no está incluido en la legislación penal, pues se valora como asesinato con el agravante de parentesco con la víctima, lo que tiene como principal defecto que «sustrae del delito de feminicidio el componente del género como motivación y deja a la deriva un delito que va en aumento», explica YoSíTeCreoEnCuba.

La legislación penal cubana tampoco incluye la figura delictiva del acoso, mucho menos cuando este tiene lugar a través de medios informáticos, lo que se conoce como ciberacoso. «Las mujeres en estos casos carecen de herramientas que garanticen su protección efectiva, pues en las Unidades de la Policía se niegan a radicar denuncia y existe una total impunidad», puntualiza la plataforma feminista.

No obstante, las mujeres cubanas pueden acudir a la figura del «ultraje sexual», que sí está prevista en el artículo 303 del Código Penal, pues establece que «se sanciona con privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas al que a) acose a otro con requerimientos sexuales». Sin embargo, las integrantes de YoSíTeCreoEnCuba afirmaron que tras «formalizar una denuncia bajo este artículo es nula o escasa la posibilidad de que se logre una sanción para el acosador».

Pese a que no tienen mucha visibilidad las denuncias de agresiones sexuales en Cuba, estas ocurren con más frecuencia de lo que muchos piensan. De hecho, las cinco mujeres que testimoniaron haber sido agredidas por Fernando Bécquer también sufrieron otras agresiones a lo largo de su vida, siempre con impunidad para el agresor.

Antes de ser agredida por el músico cubano, Any sufrió varios abusos. Uno de los primeros que recuerda fue cometido por su propio tío. Según cuenta, le costó mucho entenderlo al ocurrir dentro de su entorno familiar.

«Las familias en Cuba no tienen idea de lo que son los límites. Por ahí te dan un beso y te dan una palmadita en la nalga. Te cargan, te tocan y ya está. Con mi tío fue así. Había cosas que sentía muy extrañas, y supuestamente era cariño familiar. Fueron toques no tan sutiles. Algo con lo que fui creciendo. Él me decía que tenía un cuerpo muy bonito, al igual que las tetas y las nalgas. Ese tipo de agresiones son muy frecuentes, porque creces pensando que es cariño familiar. Que simplemente eso está bien, tu tío te puede decir eso y no es nada malo porque es tu tío», reflexiona ahora.

Pero los abusos en Cuba no son aislados ni mucho menos son cometidos por personas con presuntas «enfermedades mentales», sino que son mucho más cotidianos de lo que la mayoría piensa. El siguiente incidente sufrido por Any, todavía siendo adolescente, fue justamente con el ginecólogo que atendía entonces a las mujeres de su pueblo, Aguacuate, en Mayabeque.

«¿Cuánto respeto no le tiene una a un médico? Lo que pasó con él fue que me estaba revisando, haciendo el tacto, a ver si todo estaba bien, y de pronto me empezó a tocar. Yo demoré un momento en diferenciar entre el tacto médico y el abuso. Me levanté y lo miré sin decirle nada, pero como diciéndole, ¿qué haces? Ahí me intentó dar un beso en la boca y yo me puse la ropa y salí corriendo a decírselo a mi mamá», cuenta.

Aunque Any le contó a su madre y sus tías lo sucedido, estas siguieron manteniendo una relación cordial con el médico, tal vez por la figura de autoridad que representaba en la localidad. Tras este suceso la relación de Any con su madre y sus tías no volvió a ser igual.

«Después de un abuso es muy difícil estar bien, yo siento que es como una pérdida de algo. Es como un dolor interno. Tú sigues viviendo la vida y de pronto algo te desencadena ese recuerdo. Como cuando vi la foto de Bécquer en Facebook, o cuando tuve a mi hija y tuve que ver a un ginecólogo por un año. De hecho, cambié de ginecólogo tres veces. Son cosas que están ahí, con las que hay que aprender a vivir», afirma.

La mayor parte de las mujeres entrevistadas fueron conscientes del abuso sufrido tiempo después, pues la primera reacción fue pensar que cayeron en una trampa o se comportaron como «tontas». De acuerdo con las integrantes de YoSíTeCreoEnCuba, esto se debe a que «la violencia contra las mujeres, les niñes, las personas disidentes sexuales y del género está normalizada en el patriarcado, de manera que en ocasiones se viven episodios de violencia que no son reconocidos como tales. Las personas no saben que están viviendo en una situación de violencia, como también otras no saben que están violentando. Hay muchas manifestaciones cuyo transcurso es solapado y disimulado».

«En el contexto de las relaciones amorosas, el amor romántico y la monogamia juegan un rol importante en este asunto. Los celos, la exclusividad, la dependencia y el control son parte de ese paradigma de amor que cada vez se reconstituye en otras variantes pero que básicamente son lo mismo. Algo tan supuestamente inocuo como decir “mi mujer” tiene una carga nada despreciable de violencia», agregan.

Las especialistas cubanas también señalaron que «existe una tendencia a relativizar el rol del agresor y equipararlo con la víctima, además de un acuerdo tácito de que quien es violentade es tan culpable como quien violenta. “A ella le gusta que le den”, “¿Qué hiciste para que diera?” son expresiones que ejemplifican lo anterior».

No solo el sistema penal cubano reproduce y naturaliza la violencia de género, pues esto también sucede con el sistema de Salud. «Un ejemplo de ello es la violencia que tiene lugar en las consultas de ginecobstetricia en general y la asociada al parto, en especial. La misma es operada por quienes deberían, contrariamente, ser paradigmas de la atención. En este mismo campo caería la revictimización en estaciones de policía y juzgados de las víctimas», señala YoSíTeCreoEnCuba.

El caso de Lilliana fue semejante al de Any, pues durante su adolescencia, estudiando en una academia militar, sufrió varias agresiones por parte de sus superiores.

«Durante ese tiempo la gran mayoría de los oficiales que estuvieron al tanto de mí trataron de tener algo conmigo. Una vez estaba en una previa, y fui a ver a mi novio que estaba en el campamento de los varones, y un oficial me metió en su oficina para decirme algo y trató de tocarme varias veces, mientras me hablaba», cuenta.

También recuerda recibir decenas de cartas de amor provenientes de sus superiores, en la mayor parte de las ocasiones personas con más de 50 años, cuando ella aún no había cumplido los 18. Conversar estos temas con su familia tampoco era sencillo debido a los prejuicios que abundan en la sociedad cubana.

La académica y experta en temas de género Ailynn Torres Santana dijo a El Estornudo que es frecuente que las mujeres víctimas de abusos sexuales no cuenten lo ocurrido a sus familiares y personas cercanas, ni tampoco realicen denuncias sociales ni legales en el momento, lo que no solo es revelador en los casos puntuales, sino también respecto al «problema social, político, de salud y económico que implica el campo de las violencias de género».

Entre los elementos a considerar por la especialista ante dicho fenómeno se encuentra la culpabilización, pues afirma que «es frecuente que las mujeres y los cuerpos feminizados agredidos en algún momento del procesamiento después de la situación de violencia tiendan a culparse y a considerar que de alguna forma han propiciado, que no fueron activas en el rechazo, frente a la situación de violencia. Eso es parte del tratamiento psicológico del asunto, aunque no es un tema solo psicológico, sino que obviamente se relaciona con las formas en que socialmente se invisibilizan las violencias machistas».

Torres Santana también menciona como otro factor a tener en cuenta «la falta de reconocimiento y elaboración racional de que se ha estado en una situación de violencia», pues considera que «la falta de reconocimiento y de información para reconocer en su profundidad y gravedad la situación de violencia es otra de las razones por las cuales las personas agredidas no comunican».

Otros factores mencionados por la especialista son «la forma en que se ha vivido la situación de violencia», lo cual «puede producir estigmas familiares o sociales a la persona agredida (…), el miedo a las represalias, amenazas, a estar en la palestra pública (…), la forma en que las sociedades, las personas, los grupos, las instituciones y los diferentes tipos de organización social producen estigmas y al mismo tiempo revictimizan a las personas que ya han sido víctimas de violencia machista» y «la falta de sostén o apoyo familiar, personal o institucional».

El tipo de violencia recibida es otra variable que incide muchas veces en la reacción de las víctimas, pues en ocasiones la persona agredida considera que, debido a «la forma en que están organizadas o bien las relaciones familiares o bien las tramas institucionales, no va a haber suficiente evidencia de la situación de violencia sea porque no hubo violación con penetración, porque fue más una violencia de abuso lascivo, entre otras», explica Torres Santana.

«Entonces la culpabilización, la revictimización, la producción de estigmas sociales, el miedo a las represalias, el miedo al estigma y la falta de sostén de distintos tipos son elementos que explican estos comportamientos y cursos posteriores de situaciones de violencia machista», finaliza.

Silvia sufrió una decena de abusos en su juventud, entre ellos una violación: «A mi abuela le había dado una parálisis en la mitad del cuerpo y estaba ingresada en el Calixto García. Yo estaba muy tensa porque crecí con ella y era mi vida. Uno de esos días iba a casa de mi novio, y en 23 entre 8 y 10 dos hombres me pararon y me dijeron que me querían decir algo. Se trataba de que yo tenía un muerto oscuro, y que en mi familia había problemas y una persona mayor podía morir. Ahora me parece evidente, porque las personas mayores se mueren, pero en ese momento empecé a dar información sin darme cuenta y la usaron para manipularme», cuenta.

«Me dijeron que me podían ayudar con un ritual. Caminé con ellos, sin darme cuenta, hasta el parque Almendares. Me sentí cómoda caminando con dos hombres desconocidos desde 23 y 8 hasta el Bosque de La Habana. Entonces ahí fue que comenzó «el ritual», que no fue nada violento. Participó uno solo de los hombres, el otro se fue. Tenían hasta una casita hecha en el bosque. El hombre primero vino con una conchita y me dijo que me masturbara y recogiera los fluidos en la concha para una ofrenda. Eso fue evidentemente para lubricar. Ahí me dijo: «Mira, para que tú veas que el padrino se cuida, y sacó un condón y empezó a tener relaciones sexuales conmigo. Yo solo pensaba, de pinga de pinga de pinga. Cuando miré para atrás estaba el otro hombre mirando detrás de unos trastes. Ahí pensé, ya. Está pasando, no te están dando golpes, no te pongas agresiva que son dos hombres y si te rebelas quedas aquí, te pican y te tiran al río», continúa.

Tras el suceso, Silvia pasó días sumamente difíciles. «Cuando él terminó, que por suerte fue bastante rápido, aunque me pareció una eternidad, recogí, me ofrecieron acompañarme, pero me negué, y antes de irme me dijo que se llamaba Lázaro y me dio su teléfono apuntado en un papel. Yo probé llamar al número para decirle mil cosas, pero no existía. En cuanto llegué a la casa me bañé, pero me sentía sucia, me daba asco, no podía ni bañarme porque cuando estaba en el baño sentía miedo del muerto oscuro, veía todo esto de nuevo, fue muy fuerte», agrega.

Además, Silvia sufrió durante su infancia la persecución de un vecino suyo por varios años, razón por la que apenas salía a jugar con sus amigas fuera de su casa. Nunca se atrevió a decírselo a sus padres, aunque en una ocasión encaró al agresor.

«Una vez, cuando tenía siete años, iba en una guagua desde el Vedado a La Habana Vieja con unas amistades de mi mamá y al lado mío se paró un hombre con el pene afuera. Ahí empecé a llorar y se fue. A mí me ha pasado desde chiquitica. Uno lo termina normalizando. En la zona del Vedado donde yo vivía eso era un problema», afirma.

Años después, cuando estudiaba en el Instituto Superior de Diseño (ISDI), le tocó un profesor que «toqueteaba» a las alumnas e incluso le propuso tener relaciones sexuales a cambio de los resultados de los exámenes.

«Si nosotras, como mujeres, no tenemos ningún amparo, ¿hasta dónde vamos a llegar? ¿Hay que vivir con miedo? A los cines en Cuba no se puede ir porque están llenos de pajuzos. No es eso solamente, es que después una tiene que vivir con todas estas experiencias que no se te olvidan», dice Silvia.

Desde los años noventa, pero especialmente en la última década, el movimiento feminista cubano ha exigido a las autoridades la elaboración de una «Ley integral contra la violencia de género». En noviembre de 2019 unas 40 mujeres presentaron una solicitud al respecto a la Asamblea Nacional del Poder Popular, organismo que realiza las funciones de Parlamento.

Torres Santana, quien fue una de las impulsoras de la propuesta, considera que para una mayor visibilización de la violencia machista es importante una «regulación formal que específicamente se exprese en las leyes contra la violencia de género, leyes integrales o regulaciones de otro orden».

«Cuando uno piensa en la “Ley contra la violencia de género” muchas veces lo que viene a la mente es que se trata de un instrumento que va a regular las penas a los agresores, que se va a encadenar con los códigos penales y que va a actuar en ese orden de cosas. Sin embargo, cuando hablamos de una “Ley Integral contra la violencia de género” es imprescindible considerar que permitiría trabajar tanto en la prevención como en el procesamiento de casos y procesos de violencia de género. Tanto en casos específicos como en la problemática social general», explica.

Según el criterio de Torres Santana, «una Ley Integral permitiría producir encadenamientos institucionales relacionados con la prevención, con las formas distintas en que se pueden conducir conflictos relacionados con la violencia de género y por supuesto también incluyendo la vía penal, aunque no exclusivamente», pues actualmente «dentro de los feminismos hay una discusión importante sobre el punitivismo, el antipunitivismo, y las formas en que la vía penal es importante, pero completamente insuficiente para pensar integralmente el problema de la violencia de género y sobre todo para avanzar en su disminución y resolución».

Aunque no existe una solución única al problema de la violencia de género y el machismo, una regulación integral podría permitir «encadenamientos institucionales para trabajar de forma más orgánica en la prevención y la concientización en términos de politización creciente del asunto y al mismo tiempo explorar las distintas vías tanto formales como alternativas, ofrecer procesos de formación y darles causa a las discusiones políticas relacionadas» con el tema, opina la experta.

«Estas leyes aportarían en la protección a las personas agredidas, aportarían al reconocimiento de cuándo se está en una situación de violencia y por tanto a la detección temprana de los procesos de violencia que pueden tener consecuencias mortales para las víctimas, contribuiría a que las denuncias se realicen antes y a la articulación institucional que asegure no solo la protección a las víctimas, sino también a las formas en que se va a tramitar cada caso y el reconocimiento social de la importancia del problema», concluye.

En el mes de junio de 2021 las autoridades cubanas anunciaron la aprobación de una «Estrategia integral de prevención y atención a la violencia de género y la violencia en el escenario familiar», pero hasta el momento se desconoce su contenido.

Claudia, a sus 46 años, confiesa que no ha conocido a una sola mujer que no haya sufrido algún tipo de abuso por parte de los hombres en Cuba. «Aquí es común lo que llamamos el tirador, también los hombres que se pegan en las guaguas. Yo de adolescente me enfermé, tuve muchos conflictos psicológicos y de conducta y sé que tienen que ver con los abusos que sufrí desde que empecé en séptimo grado, con 12 años, abusos cotidianos», afirma.

En su infancia Claudia hizo rechazo a las guaguas debido a las agresiones que sufrió en ellas. Iba caminando a todas partes, por lo que la empezaron a tratar en la clínica del adolescente, a donde también iba caminando. El detonante fue un hombre que se le pegó en un ómnibus sin que se diera cuenta, «hasta que finalizó, y jadeó y me embarró la saya del uniforme. Ahí fue que yo me di cuenta de lo que pasaba», dice.

Además, estudió la carrera universitaria en la Facultad de Artes y Letras, una zona conocida por la acumulación de los llamados «tiradores».

«Otra cosa que sucede acá son los tiradores en los cines. Yo voy desde joven, y es insoportable, traumático. Se te sientan al lado. No disfrutas porque estás pendiente del que se acerque, a ver si es un tirador», asegura.

«Un detalle importante es que nada de esto lo sabe mi mamá, ni lo supieron los psicólogos de la clínica del adolescente. Nunca se lo dije a mis mayores», dice Claudia, ilustrando también los prejuicios que pesan sobre las mujeres abusadas y la vergüenza que les impide en muchos casos conversar el asunto con personas cercanas.

La situación de la sociedad y las instituciones cubanas ante fenómenos como la violencia de género es deficiente en la actualidad. Para Torres Santana, aunque hay una «creciente conciencia social e institucional», los cambios normativos que se han producido en los últimos años siguen siendo «insuficientes».

«En Cuba», agrega, «hay carencias de refugios para las mujeres y sus hijes en situación de violencia al interior de las familias. Las cifras que se han dado sobre la atención de los casos lo que muestran es una muy notable precariedad institucional para la gestión de casos de violencia, entonces creo que ha aumentado la conciencia tanto social como institucional, pero falta mucho por hacer y todavía no se registran cambios considerables».

La plataforma YoSíTeCreoEnCuba, que ha registrado al menos 30 feminicidios en el país durante 2021, señala que aún queda mucho trabajo por hacer, y es necesario «que el gobierno acabe de aceptar que sin la participación de la sociedad civil, real, diversa y compleja como es la cubana, no se comenzarán a ver pasos de avances en este sentido».

*Silvia y Patricia no son los nombres reales de las testimoniantes. Ambas prefirieron reservar su identidad.

**Fernando Bécquer fue contactado por la revista El Estornudo con el propósito de informarle sobre la próxima publicación de este texto y para ofrecerle la posibilidad de réplica. A pesar de que leyó los mensajes decidió no comentar al respecto.

***Debido a la complejidad y sensibilidad del tema, el proceso de investigación y las entrevistas a las testimoniantes fueron acompañados por la periodista de El EstornudoMónica Baró Sánchez, quien tiene experiencia en la cobertura de historias sobre violencia de género y es activista feminista.

  • ***Si usted fue víctima de un suceso semejante a los narrados en este texto, o conoce a alguien con una experiencia parecida, le pedimos que se ponga en contacto con la revista El Estornudo mediante el correo revistaelestornudo@gmail.com
  • Publicado oroginalmente en El Estornudo.

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