Camionero y repatriado

El Estornudo
13 min readAug 21, 2018

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POR: CARLA GLORIA COLOMÉ

Eduardo Córdova / Foto: Cortesía del entrevistado

No yéndose del todo, Eduardo Córdova se está yendo del país al que quiso llegar y está llegando al país del que quiso irse.

Es un repatriado.

En su Volvo del 2018 ha conocido –si pudiera así decirse– Nueva York, Boston, Filadelfia, Washington, Atlanta, Baltimore y otras ciudades de Estados Unidos.

Es un camionero.

A los 25 años se cansó del país en que nació, a los 48 se hastió del país al que se fue, y ahora mismo está de vuelta al primero.

Es un repatriado.

En un tiempo de 11 horas, hace unas 700 millas por carretera para ganar 350 dólares el día.

Es un camionero.

Ahora va por Missouri, a punto de atravesar Jefferson City, y me ha dicho lo siguiente: «Uno nace cubano y se muere cubano, un derecho que nos quitaron allá. Ahora es que yo vuelvo a ser cubano, es decir, vuelvo a tener patria. ¿Qué me dices de eso?»

Es un repatriado.

El camionero recorre Missouri, y si algo disfruta es la cantidad de vegetación y animales que encuentra al paso en la carretera, y que antes no sabía que existían. El nogal americano, por ejemplo. El tupelo, el ciprés. Los ciervos de cola blanca, los coyotes y las zarigüeyas. Se van quedando atrás, alejando, como si fueran ellos los que se movieran a tantas millas por hora. A todos, sin embargo, los conservará el camionero en su memoria.

Junto al Volvo del 2018 va una pareja de ancianos en un KIA del 2016, a aproximadamente 35 millas por hora, y el camionero los mira y se les adelanta. Cuando descargue la mercancía en Jefferson City seguirá hasta Albany, Nueva York, y luego bajará a Miami y verá a sus hijos. A los pocos días viajará a Cuba.

En la carretera hay otras rastras con otros hombres al timón. «De madre pasarse así toda la vida, yo los veo y me da lástima», dice el camionero de otros camioneros. «Me pregunto si toda su vida habrá sido esto».

Eduardo Córdova / Foto: Cortesía del entrevistado

A grandes rasgos, el futuro plan consiste en lo siguiente: el repatriado trabajará en Estados Unidos, reunirá el dinero suficiente en ese tiempo, pagará la manutención de sus hijos en Miami, y regresará a Cuba con unos seis mil dólares para vivir los meses restantes del año.

«Yo tenía casa y tenía carro y todo eso lo dejé atrás. Ahora vengo de Cuba, me monto en un camión, y mi objetivo es trabajar cuatro meses y descansar ocho», dice.

El repatriado -quien se repatrió hace tres años- se fue de Cuba en 1994, no como parte del flujo de emigrantes cubanos que cruzaron en balsa el estrecho de la Florida, sino con un visado de reunificación familiar.

Al principio trabajó mucho, le fue bien, se dedicó a hacer préstamos para hipotecas, tuvo dos casas, un Mercedes Benz del año pagado en cash, y llegó a juntar cerca de 250 mil dólares en el banco.

En 2007, cuando Estados Unidos entró en recesión, una de las crisis financieras más grandes en la historia del país, la economía del repatriado también se vino abajo. «Se acabaron las casas, se acabó el dinero y se acabó la felicidad, tuve que ponerme a manejar rastras».

El repatriado hizo familia en Miami, tuvo hijos que hablan perfectamente inglés, piensa que en ese país sus hijos van a tener todas las oportunidades para que les vaya bien en la vida, como en un momento las tuvo él hasta que se cansó.«Este es el mejor país del mundo, pero me aburrí. Me aburrí de la ostentación, vaya».

El repatriado sabe que una opinión así podría hacerlo pasar por loco. «Este país es lo más aburrido que hay. Si no eres millonario, claro. Me imagino que un millonario no se aburra. Pero para uno, que viene aquí a trabajar, a ver la televisión, a comer y a dormir, esto no es vida».

Lo que más le molesta al camionero es la comida rápida –Subway, McDonald, Taco Bell-, donde hace parada y sigue de largo. Por lo demás, todo en su vida encaja. Se baña en algún truckstop que le haga camino. Paga por llenar de petróleo el tanque del Volvo y tiene acceso a baño, jabones y toallas incluidos. «Todo muy profesional», aclara el camionero. También aclara que se baña un día sí y otro no, porque eso representa pérdida de dinero. «Bañándome pierdo una o dos horas de manejo, que son unos cuantos pesitos más que gano al día».

En la rastra tiene un refrigerador, dos camas, un microwave. No tiene televisión, pero podría ponerla si quisiera. Cuando cumple las millas del día, el camionero se detiene en alguna parada de camiones, y agarra el sueño cerca de las dos de la mañana.

En este momento, no hay para el camionero un trabajo mejor: «Es el trabajo perfecto. Tengo casa, tengo baño, me alimento, no tengo jefes, nadie me espera».

Ahora carga materiales de construcción que recogió de un sitio y llevará a otro, y después cargará en otro sitio y los llevará a otro más. «Este es el trabajo que nadie quiere, pero aquí yo hago lo que me venga en gana, empiezo y paro de trabajar cuando yo quiera, cojo las vacaciones que yo quiera, y siempre voy a tener trabajo».

El camionero no tiene mujer. No quiere, y tampoco podría tenerla.

«Ser rastrero es duro. El que tiene familia quiere estar a su lado, entonces para esa gente este trabajo no sirve».

El repatriado se repatrió por varias razones:

«Porque mi dinero rinde más en Cuba», dijo. «Porque con lo que yo gano en un mes aquí puedo vivir tranquilo un año allá».

«Porque allá no se trabaja con la velocidad que se trabaja acá; la gente tiene mucho tiempo y uno nunca se siente solo. Siempre estás acompañado».

«Porque aquí la gente está demasiado metida en sus problemas y en sus necesidades, y todos están trabajando más de lo que tienen que trabajar para tener cosas que al final no pueden pagar».

«Porque al final esto es como un sueño, tienes una casa y la pagas a los 30 años. Cuando la pagas eres ya un viejito. Tienes un carro y cuando terminas de pagarlo ya tienes que cambiarlo por otro nuevo. No terminas nunca, todos los meses es un comienzo: pagas, pagas, pagas y vuelves a comenzar. Pagas, pagas, y vuelves a comenzar».

«Y porque sacaron una ley de repatriación, claro».

En el año 2013 el gobierno de Cuba, aún bajo el mandato de Raúl Castro, puso en marcha una reforma migratoria que, entre otros aspectos, permitía regresar a los cubanos que habían salido de forma permanente y recuperar la residencia en el país aunque también residieran en el exterior.

Con la nueva ley, los cubanos podrían beneficiarse de los servicios gratuitos de salud, comprar propiedades en el país y trabajar en empresas estatales, como cualquier otro ciudadano.

Todo cubano puede retornar a Cuba, dice la ley, excepto aquel que haya realizado «acciones hostiles contra los fundamentos políticos, económicos y sociales del Estado” y quienes “salieron ilegalmente del país a través de la Base Naval de los Estados Unidos en Guantánamo».

Según publicó en 2015 la Dirección de Inmigración y Extranjería de Cuba, 9.400 personas que emigraron antes de la reforma migratoria habían retornado con el objetivo de radicarse de manera permanente.

Ya en los últimos dos años, de acuerdo con cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), han sido 25 mil 176 los cubanos que se han repatriado.

Otra razón importante que tuvo nuestro repatriado para estar de regreso es esta, y es, acaso, la más importante:

«Decidí que tenía que buscar otra vida, porque ya no era feliz con la que tenía».

El camionero sabe que el trabajo de rastrero es siempre riesgoso. Diciembre es el mes en que prefiere bajarse del Volvo, porque empieza la nieve y los camiones patinan frecuentemente.

Sabe que hay otros riesgos, como quedarse dormido e irse por un barranco. En ciudades viejas como Nueva York o Filadelfia, las calles y los puentes no están diseñados para que transiten camiones de 53 pies, con 13.6 metros de alto y 8.6 de ancho. Los choferes, por tanto, pueden chocar o volcarse en las esquinas. Muchos son los riesgos, pero élintenta no pensar en ellos.

El camionero le teme sobre todo al resto de los conductores. «La gente», dice, «quiere trabajar más horas de las estipuladas y hacer más dinero. Mi miedo es que se quede otro dormido y choque conmigo. Cuando me entra sueño yo paro, no me interesa si la mercancía llega tarde. Yo no me voy a matar ni voy a matar a nadie por quedar bien con una compañía, yo primero tengo que quedar bien conmigo».

Las compañías les exigen, mínimo, unos 21 días activos en carretera, y unas 10 horas de descanso por cada jornada.«Es muy aburrido esto», lo sabe el camionero, «pero en ninguna parte te pagan lo que te pagan aquí».

Eduardo Córdova / Foto: Cortesía del entrevistado

El camionero jamás escucha música mientras está de viaje. Se la pasa pensando. Qué hizo bien, qué hizo mal, qué no hizo. A veces revisa su lista de contactos de Facebook para ver con quién puede hablar, porque realmente le gusta hablar al camionero. «Muchas veces llamo a la gente y ni me cogen ya el teléfono. Yo les aguanto cualquier muela, lo que me digan se lo creo, el problema es entretenerme conversando».

En sus viajes le gusta sentir cómo va del frío al calor, de un tipo de vegetación a otra, de la tarde a la noche, y así. El camionero es casi experto en lo que hace: se enorgullece cuando dice que no ha tenido puntos en la licencia por problemas en la vía, que las compañías le solicitan que trabaje para ellas por su experiencia en el oficio, que acepta ir a ciudades como Nueva York, a la que no todos los rastreros quieren ir porque el GPS se les descoloca. Él, sin embargo, ya tiene las rutas cartografiadas en la memoria.

Ahora que volvemos a hablar, el camionero acaba de abandonar Chicago. Se dirige a Nederland, en el estado de Colorado. Del viaje le quedan unas 3 mil 100 millas que tendrá que hacer, a más tardar, en cinco días. «Es como darle unas cuantas vueltas a Cuba», dice.

No podría afirmarse que el camionero conoce todas las ciudades por las que ha pasado. Aunque ciertamente en algunas se ha bajado del Volvo y ha caminado, como en Los Ángeles, en la mayoría de ellas llega y sigue de largo. No se permite perder tiempo: «Mientras más rápido hago el viaje, más gano. Mi objetivo es estar el menor tiempo posible en el camión».

Más largos los viajes, más gana el camionero, porque el pago es de 50 centavos dólar por cada milla recorrida. Si el viaje es de Nueva York a California, por ejemplo, el camionero estará complacido. El dinero lo depositarán a tiempo en su cuenta. Sabe que cuando quiera, cuando se canse, cuando se aburra, cuando no soporte más el timón, podrá reservar su vuelo y aterrizar en La Habana.

«Me bajo de mi camión», dice, «compro lo que necesito y me voy para Cuba a disfrutar. Yo soy como un marinero: vengo a Estados Unidos, veo a mis hijos, salimos, comemos, trabajo, y viro para atrás. Y pienso hacerlo así hasta que sea un viejito y no pueda más y venga para este país y me meta en un Home. No voy a ser millonario, no voy a tener tres casas ni tres carros, pero voy a vivir, que es lo más importante. Todo el mundo no comparte esa opinión y lo sé, pero cada cual tiene derecho a hacer con su vida lo que quiera. El que quiera trabajar toda su vida para tener una mansión, que trabaje. Y el que quiera trabajar para vivir, que lo haga».

El que quiera, además, ser un repatriado cubano, deberá seguir estos mismos pasos.

«Primero llegas y buscas la propiedad de un familiar», dice nuestro repatriado, que fue básicamente lo que él hizo.«Vas a un notario que emite una carta donde dice que el familiar se hará cargo de ti hasta que te puedas valer solo», cuenta. «Compras 100 pesos en sellos en CUC, en la oficina de Inmigración te hacen los papeles, le explican a quien te puso en la propiedad que debe hacerse responsable de ti hasta que te puedas valer. No sé cómo pueden decir eso sabiendo que una persona que gane 10 dólares al mes no puede mantener a otra, pero bueno». Luego, dice el repatriado, «me preguntaron a qué venía, si a trabajar, y les dije que no, que yo venía a playa playa, piscina piscina. A retirarme».

Cuando el repatriado –que hasta entonces no era un repatriado– volvió a Cuba a los tres meses, ya tenía, cómo decirlo, una patria.

«¿Qué es para ti la patria?», le pregunto al repatriado, y me responde: «La patria es el lugar donde yo me sienta bien, no tiene nada que ver con el sistema. La patria no es Fidel, ni es la dictadura. La patria es tu tierra».

Todo lo demás fue puro trámite: le pusieron un cuño en su pasaporte cubano indicando que se había repatriado, le mandaron a hacerse su carnet de identidad y a incluirse en la libreta de abastecimiento, cuyos productos no sabe a dónde van a parar, porque el repatriado nunca los reclama. No le hablaron –dice el repatriado– ni de pertenecer a los CDR, ni del derecho al voto. «Yo también soy ciudadano americano. No voto allá ni voy a votar acá».

Cuando está en la isla, se renta en un apartamento por 150 CUC, en el municipio Playa, La Habana, muy cerca de donde vivía antes de irse en el año 94.

Ya el repatriado se compró un carro en Cuba, y está juntando el dinero para la casa. «Nada ostentoso, cosas para vivir», dice.

«Decidí dejarlo todo e irme, de todas maneras uno viene al mundo sin nada y se va sin nada. Acá te meten muchas ideas en la cabeza, compras muchas cosas, lo último y lo mejor, se acumulan, pero para mí eso no tiene gran valor. Me di cuenta de que esas cosas no me hacían falta para vivir, y donde único se puede vivir como vivo yo es en Cuba. Muchos aquí dicen que son felices, dicen que tienen carro y casa, y yo les digo, ‘bueno, si lo tienes y no lo disfrutas, no tienes nada’. Ahora, dime, si puedo combinar lo bueno de aquí con lo bueno de allá, sería muy estúpido no hacerlo. Al final todo el mundo tiene que buscar sus beneficios, se trata de cómo vives y disfrutas más la vida».

Queda claro que para el camionero no hay hoy nada más importante que ahorrar dinero y disfrutar la vida. Incluso me ha llegado a confesar esto: «Si Dios viene y me dice: ‘Esta es la mujer de tu vida y se van a amar por siempre y van a ser felices en Estados Unidos’, yo le digo a Dios: ‘¿Y mis vacaciones, Dios? ¿Qué hay con mis vacaciones? ¿Y mis ocho meses que tenía pensados coger de vacaciones? Qué va, quédate con ella, Dios’».

Una mujer, piensa, le robaría tiempo. Además, el camionero se cuestiona algo: «¿Cuál es la ganancia de tener una relación? ¿Tener a alguien a quien cuidar? ¿Nada más? A mí me gustaría que me amen también, pero qué va, al final voy a perder libertades y tranquilidad».

Luego dice: «A lo mejor algún día encuentro a una persona especial. Pero si hasta ahora no la he encontrado creo que no la voy a encontrar ya, porque la vida es así, me ha pasado como a todo el mundo, me han hecho sufrir y he hecho sufrir, me han dejado y he dejado yo. La gente prefiere discutir porque le tiene miedo a la soledad, pero a lo mejor yo me quedo solo y soy feliz. Nadie sabe.

«A ver cómo te explico. Yo claro que tengo deseos de enamorarme, desde que nacimos nos metieron ese bichito del amor, ¿pero cuánto voy a perder yo de mi felicidad para darle felicidad a otra persona? ¿Cómo puedo arreglar ese problema?

«Antes yo veía a los viejitos con 70 años de la mano y me ponía hasta contento y pensaba en que me gustaría tener un relación así, pero con lo que he vivido, cuando veo a esos viejitos de la mano caminando juntos lo que pienso es en la cantidad de mentiras que se habrán dicho. Y te digo más, si tú tienes una pareja y estás enamorado, dime, a ver, ¿por qué tu celular tiene que tener un password?»

El camionero está a punto de descargar su mercancía y sabe que, por ejemplo, el tiempo que pasa sin reportar millas por tener la rastra estacionada en algún puerto de los Estados Unidos nadie se lo paga. Por tanto, llevar a una mujer a un motel e invitarla a cenar es tiempo de trabajo echado por la borda y una inversión de casi 400 dólares la noche.«Aquí no es como en Cuba. No se puede gastar tanto dinero para salir con una mujer. No se puede perder tiempo. Aquí yo no puedo pensar como piensa Marc Anthony, la vida de él es muy distinta a la mía, y sus amores muy distintos a los míos».

Le pido a Eduardo, en algún punto de su travesía, que me diga qué no le gusta de Cuba, el país donde está de vuelta.

«Lo que no me gusta de Cuba es la pobreza”», dice el repatriado.

«El gobierno no deja que la gente prospere, que la gente pueda tener una paladar, te lo quitan todo, ¿entendiste? Por ponerte un ejemplo, te pueden echar 20 años por cogerte con un saco de leche en polvo.

«No me gusta esto de repatriarse. ¿Cómo es eso de que yo me estoy repatriando a mi patria? Eso es algo que se inventaron allá. El que nació en China vira a China, el que nació en Rusia vira a Rusia, y no porque se vaya de Rusia tiene que volver a ser ruso. ¿Me entiendes?»

El camionero se bajará de su Volvo del 2018 en unos días cuando regrese a Miami. El repatriado cogerá su avión a La Habana y planea, en estas vacaciones, llevarse a sus hijos a Varadero.

Este texto fue originalmente publicado en la revista cubana El Estornudo.

CARLA GLORIA COLOMÉ

No escribe para ningún medio, no ha sido merecedora del premio X, no ha pactado con la editorial Y, sus poemas y cuentos no han aparecido en la prestigiosa revista tal. Esto es todo lo que no es. Se piensa que, desde el inicio, pudo haberse llamado Gloria. Y nada más.

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Revista independiente de periodismo narrativo, hecha desde dentro de Cuba, desde fuera de Cuba y, de paso, sobre Cuba.

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