3×3 Santa Bárbara Botánica
Lo que se sabe no se pregunta.
Letra del año 2019
Yo nunca hablo del tema pero hoy hablé. Se lo dije por Messenger a Ibrahim Hernández Oramas, uno de los directores de Rialta Ediciones. Me da vergüenza hablar de eso pero hoy se me fue. Abrí la boca y lo solté y después me dio un alivio magnífico para entrar en la levedad. No entré en la levedad porque se me cayó un vaso de cristal, se rompió en mil pedazos de vidrios hirientes y se formó el desbarajuste. Tuve que ponerme a barrer y arrastrarme por toda la cocina para que no quedara una sola esquirla en el suelo. Debe haber sido Lorenzo, que me vio teclear su nombre.
Yo iba a venir en el 2012 a Miami y estaba desesperada por conocer a Lorenzo, pero Lorenzo llevaba tiempo enfermándose, de una cosa o de la otra. Yo me había enamorado, como una niña de quince años (siempre me enamoro igual), de una persona que conocía a Lorenzo y que lo visitaba y que me hablaba de él sin parar. Me decía que entre ese hombre y yo había una afinidad. Leí a Lorenzo por primera vez cuando Ediciones Matanzas sacó una antología suya titulada Lo que voy siendo. Soleida Ríos también me hablaba mucho de Lorenzo.
A principios del 2012 escribí un poema para Lorenzo que aparece en Hilo+Hilo. Para mí la literatura cubana necesitaba como mínimo diez Lorenzos urgentemente. Aún los sigue necesitando. Por esos días de principios de año la persona aquella que yo amaba más que a Lorenzo me llamó por teléfono y me dijo que nuestro amor no tenía sentido, no tenía futuro y no tenía Lorenzo. Fin. No vine a Miami y Lorenzo se murió unos meses después.
El librero de la casa donde nací, la única casa a la que llamo mi casa, estaba lleno de libros marxistas, volúmenes de las Obras Completas de José Martí, atlas políticos, atlas geográficos e infinitos libros de Botánica. Mis padres estudiaron Agronomía. Es posible que esa apreciación sea solo la de una niña de diez años. Tal vez eran menos libros de los que recuerdo. El librero cerrado con llave para que yo no cogiera los libros y recortara las flores.
Siempre tuve una idea de la Botánica que tenía que ver con flores, plantas medicinales, árboles, semillas, regadíos, posturas, algodones, fórmulas químicas, biología, sexualidad, silencio, belleza, encantamiento. Esa idea cambió desde que llegué a Miami y casi me pasa por arriba un carro mientras iba pedaleando por la Avenida 27. Decía «Botánica» enorme, y afuera había un San Lázaro de yeso más enorme entodavía. Tuve que aminorar la velocidad para guardar la imagen en mi memoria, pero a un Toyota no le interesa que uno aminore la velocidad para guardar nada, menos que menos en la memoria. En el argot de Miami, Botánica significa otra cosa.
La ciudad de Miami está llena de Botánicas. Son tiendas religiosas o de santería y vudú, depende de la zona donde se encuentren. Si la tienda está situada más cerca de Little Haiti se trata de una Botánica de vudú. Si la tienda está en el Southwest, más cerca de Little Havana y la sawesera, entonces es una Botánica de santería.
Practicar una religión es un ejercicio de necesidades. Para los dioses no es suficiente que uno crea en ellos, deposite su confianza en ellos y ponga las manos en el fuego por ellos con los ojos cerrados. De los dioses aprendemos la inconformidad. Somos inconformes a sus imágenes y semejanzas. Las ofrendas, para los dioses, son el 50 por ciento de nuestra credibilidad.
Aunque si lo miramos bien, esas ofrendas no son nada en comparación con lo que pedimos. A los dioses les pedimos salud, prosperidad, el cese de las guerras, el cese de las catástrofes naturales, libertad para los presos políticos, sanaciones, amores correspondidos, amores no correspondidos. Nada de eso, si lo miramos bien, debería tener precio. Así que, si hace falta darles a los dioses ofrendas, se las damos. Lo que haga falta, lo que apremie, se lo damos.
El ser humano es, por naturaleza, un poco ecléctico, un poco ecuménico, un poco creyente y un poco agnóstico, todos esos pocos juntos a la vez. La gente cree en dioses, en energías, en fuerzas poderosas, en las estrellas y los planetas, en escritores, en actores, en cantantes, en animales, en superhéroes, en corrientes filosóficas, en Santa Claus, en Reyes Magos, en Fidel Castro, en el Che Guevara, en Mahatma Gandhi, en Werner Herzog, en el teatro de Grotowski, en el Rey León, en la marihuana medicinal, en la dieta keto, en la dieta macrobiótica, en los chinos, en los rusos, en los americanos!, en herraduras y nudos, en Lorenzo García Vega. Nada ha pasado de moda. Se sigue creyendo en lo mismo y en sus sinónimos. Los que habitamos Miami y necesitamos hacer ofrendas, limpiezas o simplemente un momento de práctica religiosa, tenemos una Personal Religious Store. Se llama Botánica, y al estilo de Mc Donald´s puede multiplicarse en franquicias. Las Botánicas son templos de verdaderas comuniones emigrantes.
¿Qué hay en una Botánica? En una Botánica hay yerbas, palos, estampitas, güiras, jicoteas, miel, velas, velas de siete colores, velas de olor, candelabros, muñecas, muñecos, muñequitas, muñecones, estatuas de yeso, cáscara de huevo, colonias siete potencias, maracas, instrumentos, calabaza calabaza cada uno pa su casa, garabatos, collares, pulsas, bombillos ahorradores, paredes, falsos techos, precios, ofertas, como en cualquier otra tienda. Diríase que esto no es una curiosidad. ¿Pero qué hay realmente en una Botánica? Tradición, idiosincrasia, religión, historia, poesía, moral. Diríase que esto tampoco quita el sueño. ¿Pero qué hay realmente en una Botánica?
Mi abuela siempre me dijo que el que busca, encuentra. Llegamos a la esquina de aquella Botánica de Miami en el centro mismo de Miami, donde se cruza un idioma con otro, una música con otra, una cultura con otra. Un centro-centrífuga donde hay que respetarse, caminar despacio, respirar tranquilo, pedir permiso, pedir disculpas, dar las gracias, despedirse… los valores fundamentales del ser humano. Un centro-centrífuga vivo donde algunos prefieren no ir porque en ese barrio no se les perdió nada. Hice fotos afuera y entré:
–Can I take a picture?
–The place is yours, mama.
Me hubiera sentado a conversar con aquellos hombres negros, viejos, sabios, pero no hablo inglés fluido y ellos tampoco, nuestros idiomas solo eran ornamentos dentro de aquella jungla de dioses, ídolos, imágenes, recuerdos, poderes, poderes, la narrativa de un sitio que no podía ser mío de ninguna manera, si acaso durante cinco minutos nerviosos, mientras miraba a través del visor de una Nikon que nada tiene que ver con la gracia de una Botánica en la Calle 57 del norte y la Segunda Avenida del Este.
Los que venimos de Cuba para quedarnos (y de simi/lares) ya hemos visitado, alguna que otra vez, una Botánica. Es necesario limpiarnos, alguna que otra vez. Somos, por antonomasia, seres humanos sucios, falsificadores de cosas que ni siquiera reconocemos. Necesitamos, alguna que otra vez, limpiar aquello que se ensució: el cuerpo, el camino, el alma, el corazón, el destino, el presente, el pasado, el pensamiento, para poder seguir.
Desde mi primera vez en una Botánica supe que lo vería. Aquel 2017, embarazada y con un pequeño sangramiento debajo de la placenta, que el cuerpo debía absorber solo, yo supe que lo vería. Sentí, por así decirlo, que conocer a Lorenzo García Vega aún podía pasar.
Fui enviada a una Botánica en busca de albahaca, perfume y cascarilla. Con esos ingredientes debía preparar un cubo y bañarme el día antes del segundo ultrasonido, donde escucharía los latidos del bebé y veríamos si la placenta había vuelto a la normalidad. Luego debía hacerle una misa a la entidad que me acompañaba. Algo sin mucha formalidad: inscribirla en la lista de la misa y quedarme hasta que finalizara. Formar parte de la ceremonia. Ser testigo. Gracias al asma y a unas células atípicas que aparecieron en mi cuello del útero, el obstetra empezó a tratarme como una embarazada de alto riesgo.
La Botánica del 2017 se llamaba Botánica Nena y era una Botánica pequeña, ordenada, sin demasiado atractivo. Los santos a tamaño natural en la entrada, identificados con sus atributos y sus colores: un San Lázaro enorme y otros más pequeños. Compré la albahaca, el perfume y la cascarilla; salí por donde mismo entré. En la puerta sentí un aire raro y creí que un anciano me había mirado. Solo por ese aire, esa conmoción, no querría yo irme de Miami. Ese aire es Miami, una brisa que levanta. Durante el ultrasonido vimos que el sangramiento no estaba por ningún lado.
Dos años después, convertida en exiliada a ultranza, en madre con hijo y en emigrante cubana, regreso a una Botánica como escudriñadora, curiosa de un paisaje tan real como caleidoscópico y tan material como espiritual.
Lorenzo García Vega me da la bienvenida. Permanece quieto a la entrada, junto a un caballo de juguete, de esos que son caballos y balancines al mismo tiempo. Hay otros dos balancines que simulan animales: una jirafa y un elefante; o son animales que simulan balancines, o muertos con forma de columpios de juguete, o vivos que se columpian entre más vivos. En la foto que tomé se ve el caballo pero no se ve a Lorenzo.
Sin embargo estaba ahí, boca cerrada o cocida con polyester, porque calladito uno se ve más bonito.
Las Botánicas de Little Haiti no se parecen a las de Little Havana. El vudú y la santería, astillas de un mismo palo, no son iguales. A escasos metros de 3X3 Santa Bárbara Botánica, otra Botánica de vudú, cerrada por fuera, marca un territorio marginal, gentrificado, puzzle. Las piezas que lo constituyen, complicadas y vulnerables, se curten al sol de un Miami, a pesar de todo, festivo. Donde hay espíritu, hay fiesta.
–Can I take a picture?
–The place is yours, mama.
Lorenzo García Vega me mira sin abrir la boca. Siempre me imaginé que cuando lo conociera nadie abriría la boca. Haríamos silencio y sonreiríamos suavemente, como personas incrédulas y civilizadas o, por el contrario, como personas muy tímidas, muy guajiras, muy desconfiadas y antisociales. Da gusto hacer silencio frente a Lorenzo García Vega.
–The place is yours, mama.
Pero Lorenzo García Vega tiene una playa en los ojos. La famosa playa albina de la que habla en sus libros. Entre Lorenzo y la Nikon no me da chance a mirar. Escudriñar como los dioses mandan: Santa Bárbara y Bob Marley enamorándose, un Cemí dominicano comiéndose a unos turistas, Quetzalcóatl y Buda conversando medio en serio, Siddhartha Gautama comiendo coco, el Papa buscando oficio. Símbolos, lenguaje, cuerpos. ¿Qué hay en una Botánica?
Ideas sobre Miami que a cualquiera le vienen a la mente:
Dar vueltas en expressways puede ser una forma de samsara.
El Monte de Lydia Cabrera puede ser la Botánica de mi hijo.
Parece indicar que sí, que soy hija de Changó o de Santa Bárbara, el dios travesti, transexual, semiótico, que en un plazo de doce meses es varón los seis primeros meses y luego es hembra los seis próximos meses, o al revés.
Parece indicar que sí, que a mí la Botánica me entra hasta por los codos.
Publicado originalmente en El Estornudo.